La clase de Kung Fu se me hizo eterna, sabía que Danilo esperaba afuera y no me podía concentrar. Tenía pensado cambiarme el Shaolin* antes de salir a su encuentro. Sin embargo, cuando lo vi charlando con la recepcionista, un famoso dicho se me vino a la mente: “Aunque la mona se vista de seda, mona queda” y desanimada caminé a la salida.
Pasé por su lado sin decir nada.
—¿Te vas sin mí? — preguntó apurando el paso detrás mío.
—Te vi ocupado.
—¿Qué pasa, Ana? —me detuvo por el brazo.
—Estoy cansada, quiero irme a mi casa.
—¿Hice algo mal?
—¿Siempre las mujeres te miran así? Embobadas.
—¿Vos cómo me mirás, Ana?
Recordé lo que había hecho el domingo pensando en él. También se me cruzó por la cabeza todo lo que Nicolás y Leandro decían sobre mí y mi cuerpo. Estaba transpirada, con el pelo hecho un desastre y el kimono blanco. ¿Qué podía ver un hombre como Danilo en mí?
—¡Qué sos un maldito gigante, acosador de mocosas! —dicho eso, y haciendo gala de toda mi madurez emocional, me fui corriendo.
*Shaolin: uniforme de Kung Fu, obligatorio para la competición.
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Editado: 04.11.2024