“Perdón, Ana.
En verdad lamento lo que sucedió ayer.
Te dejo mi número de celular para hacer honor a mi apodo.
El acosador de mocosas.”
A pesar de todo, sonreí.
Miré por la ventana, seguí allí. Fui hasta el cajón de los cubiertos, tomé dos cucharas pero las solté de inmediato. Cerré el cajón, guardé el helado en el freezer y volví a la cama. Después de lo que había visto, no podía enfrentarlo. Llamé dos veces a mi papá, deseaba saber cuándo regresaría, lo extrañaba mucho. Ya hacía casi un mes que había partido a su último viaje.
No me respondió.
Pasé todo el domingo lamentando mi existencia, tirada en la cama.
El día miércoles en la escuela, Nicolás y Leandro no dejaban de perseguirme. Se burlaron de mi pelo, de mis tetas, de mis piernas hasta que recordaron haber visto a Danilo el día que junto a Miguel pasaron a buscarnos. Que se burlaran de él fue la gota que rebalsó el vaso y en el medio del patio de la escuela, frente a todos mis compañeros, le dejé un ojo morado a uno y una ceja partida al otro.
Cuando la directora gritó mi nombre supe que había llegado el momento de decirle la verdad. Sin embargo, no me creyeron e intentaban ubicar a mi padre para comunicarle que me suspenderían hasta decidir qué hacer conmigo.
“Suerte con eso”, pensé amargada, yo todavía esperaba que me devolviera la llamada del día domingo.
Había agendado el número de Danilo y a pesar de que nunca le había escrito, me lo sabía de memoria. “Estoy en problemas”, le escribí. El estómago se me puso de piedra ¿y si no me contestaba? Justo cuando me di cuenta que no le había dicho que era yo la que escribía, me llegó la respuesta:
“Voy a entrar con tu abogado”
Confundida, miré hacia la puerta de la dirección. Cuando la directora abrió Miguel hizo su aparición. Quiso cerrar la puerta pero Danilo se interpuso e ingresó con él, Rau desde afuera me sonrió y con ese simple gesto entendí todo.
Señora Montemayor —se dirigió a la autoridad que para mi sorpresa clavaba sus ojos en Danilo— me presento. Soy Miguel Mancini, el abogado de Ana Paula —la mujer tragó vidrio—. Le informo que mi representada va a presentar cargos por violencia física y psicológica contra Nicolás Perrota y Leandro San Marino. El señor Luque está al tanto de la situación y ha querido darle la oportunidad de recapacitar antes de que efectúe la suspención de Ana.
—¿Recapacitar?
—Sancionar a una alumna con el promedio de Ana Paula, de intachable reputación y con excelente comportamiento —la directora tosió frente a este último comentario y podría jugar que Danilo tuvo que contener la sonrisa— como decía, con un excelente comportamiento por dos alumnos que el único aporte de valor que hacen es el dinero de sus padres, no sería bien visto por los medios de comunicación. Y ya sabe usted que en esta época de redes sociales las noticias llegan hasta los lugares más recónditos del mundo.
—¿Me está amenazando señor Mancini?
—Jamás se le ocurriría al señor Luque caer en un acto delictivo. Sabe, porque su propia hija se lo ha relatado, que no es la primera vez que tiene que actuar en legítima defensa tanto dentro como fuera de la escuela. Por lo tanto, mi cliente quiere mostrar su buena voluntad al informarle que si Ana Paula resulta perjudicada una vez más, no demoraría wn iniciar una investigación sobre los alumnos en cuestión y los docentes que han sido avisados de los abusos ocurridos.
Aunque casi me clavé las uñas en las palmas de mis manos, las lágrimas cayeron igual al escuchar a Miguel mentir sobre mi padre y lo enterado que estaba de lo sucedido. Sentía la mirada de Danilo quemando mi piel, no pensaba darle el gusto de que me viera vencida. La directora terminó por aceptar las palabras de Miguel y me autorizó a retirarme sin terminar la jornada. Ya me levantaba de mi silla cuando Danilo rompió el silencio.
—¿Qué va a suceder con Nicolás y Leandro?
Hasta ese momento no fui consciente de que había extrañado su voz. Las ganas de llorar se incrementaron.
—Todavía no lo hemos decidido.
—¿Cómo? —tronó saliéndose de control—. Ana ya estaba sancionada ¿y ellos no?
—La situación con los alumnos es complicada.
—Danilo —lo interrumpió Miguel, antes de que pudiera decir algo más— la señora Montemayor va a tomar la decisión correcta ¿No es cierto? —la mujer asintió.
Una vez fuera, Rau intentó abrazarme pero lo rechacé, si sentía la contención de sus brazos no iba a poder controlar el llanto.
—Gracias por venir —le hablé a Miguel— no sé qué hubiera hecho si no intervenías.
—No fue nada, Ana. Siempre que necesites algo podés contar con nosotros. —yo seguía ignorando a Danilo.
—¿Cuánto te debo?
—Ana —habló Danilo, no lo miré— Miguel no va a cobrarte.
—Pero…—quise insistir pero la voz me falló.
—Pero nada, Ana —habló Miguel— estamos para vos si necesitás algo.
No pude contenerme más, el cuerpo completo se me sacudió. Los brazos del gigante, al que había estado ignorando, me cubrieron y me inmovilizaron. La vergüenza me obligó a esconder el rostro en su pecho. La suave tela de la camisa y el perfume, mezcla de madera y cítricos, me reconfortó. Deseé no salir de allí jamás.
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Editado: 04.11.2024