Nunca nadie me había besado.
No hacía mucho tiempo atrás le había pedido a Rau que lo hiciera, quería quitarme ese peso de saberme tan virginal, pero mi amigo se había negado alegando que no sería él quien me arrebataría el mágico momento del primer beso. Cuando Danilo tomó mi boca, le agradecí a Rau la decisión que había tomado. Por supuesto, después de lo que había visto entre él y la bailarina, nunca le mencionaría que era mi primer beso, confiaba en que si me dejaba guiar estaríamos bien.
Esa noche en mi casa nos besamos incansablemente, acaricié sus brazos y su espectacular abdomen a mi antojo y sentí su hombría cada vez que él me empujaba contra ella. Ni siquiera nos molestamos en ir por la cena que Cristi había dejado para mí.
Se despidió cerca de las tres de la mañana cuando Miguel golpeó la puerta de mi habitación. Al quedarse solo, Rau vino a dormir a mi cama.
Al día siguiente, terminé de rendir el examen de biología, salí afuera del aula y tomé mi celular.
D: ¿Qué pasó con la división celular?
A: ¿Con quién pensás que estás hablando, gigante? Siempre saco diez.
D: No me quites mérito, mi ayuda fue un plus.
A: Tu ayuda fue una clase de anatomía personalizada.
D: Hablando de clases ¿a qué hora salís hoy?
A: A las trece treinta.
D: Paso por vos a esa hora.
–Sí, señor —respondí en voz alta, mirando mi teléfono.
—¡Ana! —me llamó Rau.
—¿Qué?
—Anoche pasó…
—¿Qué? —chillé imaginando lo que venía— ¿Lo hiciste?
—Shhh —me calló mi amigo, moviendo la cabeza para asegurarse de que nadie había escuchado—. No, pero mientras nos besábamos, Miguel metió su mano bajo mi pantalón. —Rau se tapó la boca, sus ojos brillaban felices.
—¿Y? —lo incentivé a seguir.
—Me masturbó hasta que acabé.
Tomados de las manos brincamos en nuestro lugar mientras gritábamos felices. La profesora salió del aula y nos reprendió. Tuvimos que taparnos la boca para que no se escucharan nuestras carcajadas.
—¿Y vos qué hiciste? —preguntó Rau ansioso.
—Me besó —volvimos a saltar cuidando de contener los gritos de emoción.
—¿Fue dulce?
—¡Siii! Tan dulce como un tigre devorando a su presa —ejemplifiqué.
—¡Ohh! —se desilusionó Rau— imagino que le dijiste que era tu primer beso.
—¡Ni loca! —me horroricé.
—Ana, le tenés que decir. Imaginate si las cosas pasan a mayores, con el tubo de oxígeno que tiene entre las piernas te desgarra.
—¡Rau, callate!
—¿Creíste que no le vi los atributos el día que lo encontramos en el bar con la tetona?
—¡Rau, basta! —me quejé— no quiero recordar eso.
—Ana, hablo en serio, tenés que decirle.
—Seguro que vos le contaste a Miguel que tenés menos experiencia que una ameba. —protesté confiada de que se había guardado ese dato para él.
—¡Obvio que se lo dije, Ana! Yo confío en Miguel, hemos hablado sobre muchas cosas. Además, no quiero ir a parar al hospital con el ano desgarrado. ¿Te imaginás que llegue a la escuela caminando como un pingüino? —al imitar el caminar del mamífero me hizo escupír parte del alfajor que estaba masticando.
Faltaba algo más de media hora para salir del colegio y me llegó un mensaje.
D: No voy a poder llegar a tiempo.
A: Está bien.
Sabía que no me convenía ilusionarme con Danilo, él mismo me lo había advertido. Además, ni mi papá se interesaba por mí, por qué un hombre trece años mayor y con una vida tan agitada lo haría. Era consciente de que iba a ser difícil no tentarme, principalmente con Rau y Miguel pegados como sopapas, pero tenía que intentarlo.
El viernes a la salida de la escuela, Miguel pasó por Rau, se iban a comer hamburguesas, me convencieron de acompañarlos. Al iniciar el recorrido, el celular del hombre comenzó a sonar, obligándolo a detenerse para contestar, cuando cortó nos advirtió de que debía hacer un pequeño desvío. Aceptamos sin preguntar a dónde íbamos.
Lo distinguí cuando todavía faltaba bastante para llegar y también la reconocí a ella, agarrada de su brazo. Me agaché entre los asientos para evitar que me viera.
—¿Bajan conmigo? —preguntó Miguel.
—Te esperamos —respondió Rau, esperó a que Miguel se alejara para hablarme— Ana, los vidrios están polarizados.
—No quiero que me vea.
—¿Por qué susurrás? ¡Está mirando hacia nosotros! —chilló antes de recibir mi respuesta.
—¿Sigue con la tetona colgada del brazo?
—¡Ella también mira hacia el auto!
—¡Rau, esto es tu culpa!
—¡Bah!
—No voy a salir nunca más con vos y tu novio.
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Editado: 04.11.2024