Devórame otra vez

18. DANILO

Estaba cabreado porque nada salía como debía. El miércoles al medio día tuve que cancelarle a Ana porque al salir de la última reunión que teníamos pactada, nos atacaron. Fue evidente que nos habían delatado, no se llevaron el dinero pero en un descuido, por ubicar la posición de Miguel, me comí una trompada que me dejó el ojo morado e hinchado. No podía responder las miles de preguntas que Ana me haría y no pensaba mentirle. Su respuesta corta me demostró su falta de interés. Pensaba iniciar con las clases de manejo pero dado que no se molestó en escribirme ni una vez más, me decidí por concentrarme, o al menos intentar concentrarme en mi trabajo.

El viernes, al enterarme de que se iba a almorzar con Miguel, inventé una estúpida excusa para obligarlo a desplazarse hasta Zeus, el bar donde me encontraba, para verla pero ella no se molestó en bajarse del auto.

Admito que el sábado ni yo me soportaba. Estaba discutiendo con Miguel por unos empleados que habían llegado tarde cuando mi amigo la mencionó.

Mi corazón se saltó un par de latidos, volteé añorando el color de su voz, sus ojos, sus explosiva personalidad. La mujer fatal que estaba de pie frente a mí sin dudas era capaz de volver loco a cualquier mortal. Me quedé boqueando como pez fuera del agua, incapaz de hilar un comentario coherente.

—Sí —rompió el silencio Rau— nosotros dos pensamos igual que vos, Danilo. Ana hoy va a infartar a más de una persona —la tomó de la mano y la hizo girar sobre su propio eje.

El vestido plata era apenas un pedazo de tela que dejaba sus torneadas piernas a la vista. El escote se perdía por el medio de sus senos y la espalda totalmente al descubierto, te guiaba derecho al culo redondo y sobresalido. El cabello cobrizo de Ana, la cubría más que la prenda misma. Me latió el pene al imaginarme enredando mis dedos en él. El maquillaje suave que llevaba le resaltaba los ojos verdes, los pómulos y el manjar que eran sus labios para mí.

—Ana —la llamé casi gimiendo.

Rau y Miguel se escabulleron en silencio.

—Hola —saludó para decir algo, se la notaba incómoda.

Levantó su mano derecha hacia mi ojo magullado pero en el camino la detuvo.

—¿Te metiste en líos?

—Me vas a tener que enseñar a pelear.

—Algo me dice que tenés experiencia.

Asentí.

—¿Querés tomar algo?

—Pensaba irme a mi casa.

—¿No te gusta el bar?

—Sí, está muy bien ambientado.

—Entonces ¿por qué te querés ir? ¿Alguien te molestó? —negó demasiado rápido—. Tomá algo conmigo, no hace falta que vayamos a la barra —nunca le había suplicado tanto a una mujer— lo pueden llevar a mi oficina.

—Danilo —esperé ansioso— no quiero tener problemas con tu novia —definitivamente Tamara la había molestado.

—Ya te he dicho que no es mi novia, Ana. No me gusta repetirme.

—Llamala como quieras, algo hay entre ustedes y yo no quiero ser parte de eso. Me voy.

Se acercó para saludarme, en una acto en el que no me reconocí la abracé de la cintura y escondiéndome en su cuello, le hablé.

—No sé cómo hacer esto. ¡Por favor, decime qué hacer, Ana! ¿Qué hago para que te quedes?

—No tomo alcohol —cedió por fin.

—¿Jugo de naranja?

—Sí pero quiero algo más…

—Solo pedilo.

—Quiero ir hasta la sala de citas rápidas ¿podemos tomarlo allá?

—Podemos hacer lo que quieras.

Me arrepentí en el mismo momento en que pusimos un pie fuera y Ana captó las miradas de hombres y mujeres por igual. En su caminar natural, para nada fingido bamboleaba el trasero provocando que el deseo estallara entre mis piernas. Pedí en la barra un jugo de naranjas, para el momento en que la vi ya nos había anotado en el circuito de citas. Ocho tortuosos minutos transcurrieron hasta que me tocó llegar a ella. Fingía que no me conocía, le seguí el juego solo para complacerla.

Seguimos por el sector del show de BDSM, me gustaba verla tan concentrada, absorbiendo todo lo que veía. Dudé en la entrada de la sala de los stripper mixtos pero Ana no lo notó. Maldije cuando vi a Tamara bailando, no era ese su trabajo, buscaba incomodar a Ana.

—Vamos —hablé cerca de su oído.

Ella permaneció de pie sosteniendo la mirada de Tamara. El bailarín que la acompañaba también miraba a Ana buscando una reacción sexual en ella. Me paré frente a ella, rompiendo el contacto visual.

—Vamos —ordené.

—No —me desafió.

—No hagas esto, Ana. No tenés nada que demostrarle.

—No voy a moverme de acá. Si te querés ir, no me importa.

Con una seña al sonidista le indiqué que cambiara la canción, los bailarines se vieron obligados a seguir su rutina entre las mesas como indicaba el show.

—Sigamos —le señalé la siguiente sala.

Ana recorrió el lugar buscando la oficina de Miguel, cuando llegó hasta la mía, la tomé por la cintura y la encerré conmigo.




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