Devórame otra vez

19. ANA

Danilo había sido claro, prefería pagar por sexo. Lo que no lograba descifrar era en qué lugar me dejaba parada esa preferencia.

Me quité el vestido recordando la manera en que sus ojos me devoraron, al verme en la oficina de Miguel. Mi teléfono sonó mientras me desmaquillaba.

D: ¿Llegaste bien, mocosa?

A: Sí, gigante controlador.

D: Mañana voy a ser un gigante con insomnio. Esta noche, recordando el vestido que traías puesto, no voy a poder dormir.

A: ¡Qué mal me siento!

Miré el pequeño bulto que formaba dicha prenda sobre el piso, le tomé una foto y se la envié.

A: Espero que esto ayude. ¡Qué descanses!

D: Jugás con fuego, mocosa.

A: Lo sé y lo peor es que estoy deseando quemarme.

D: Ojalá puedas descansar, yo ya me quemé.

El domingo, un rato después de que Cristi se fuera, Rau y Miguel irrumpieron en casa. Se los veía felices.

—Venimos a almorzar y a la pile.

—Están en su casa —respondí contenta por no tener que pasar el día sola.

—¡Trajimos carne para el asado, pero el postre —habló Danilo detrás de ellos— lo ponés vos! —terminó la frase relamiéndose los labios.

—Tengo helado en el freezer, me lo trajo un gigante arrepentido. Tu buen humor me dice que al final pudiste dormir bien anoche.

—¡Perfecto! Obvio que después de dedicarte tremenda pa…

—¡Danilo! —se molestó Miguel— ¿A dónde dejaste la bolsa con los fiambres para la picada?

—La tenés colgando de tu mano —respondió risueño el gigante y en dos zancadas estuvo junto a mí.

—¿Soy bienvenido en tu casa?

—Lo sos.

Y sin permiso ni aviso me besó acariciando todo el interior de mi boca con su lengua.

Después del almuerzo, Rau y Miguel desaparecieron. Danilo me ayudó a ordenar lo que habíamos usado, luego nos sentamos sobre el borde de la pileta.

—Ana —busqué su mirada— ¿Cómo siguió todo en la escuela?

—Igual que siempre. Miguel me salvó de que me expulsaran pero Nicolás y Leandro son intocables. Sus papás tienen mucho dinero.

—¿El tuyo no? —preguntó observando alrededor, como si estuviera remarcando lo obvio.

—El problema con mi papá es que nunca está, dudo de que alguna vez me haya llevado a la escuela.

—¿Pasás mucho tiempo sola?

—Cristi y Alfredo trabajan de lunes a sábado, cuento con ellos esos días y Rau, ya viste que prácticamente vive acá.

—¿Qué sentís vos al respecto?

—Nada —mentí— no conozco otra cosa. Mi mamá murió cuando nací, así que siempre hemos sido papá y yo.

—¿Le has dicho que lo extrañás?

—¡Ana Paula! ¿Cómo querés que pague el estilo de vida que llevás? —respondí usando la frase que mi padre repetía cada vez que discutíamos por su ausencia. Le hice la actuación completa, engrosando mi voz e imitando sus gestos. Danilo me acarició la mandíbula—. Estoy bien así —insistí en mi mentira, odié pensar que sentía pena por mí.

—Sé que no es verdad, Ana. Yo tampoco tengo familia y es una mierda.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.