La vida junto a Ana era de todo menos aburrida, ¿Cuánto habíamos vivido en un par de semanas?
En ese momento, me tenía acorralado en el asiento de mi propio auto y se refregaba contra mi cuerpo sin contemplaciones. Mis manos recorrían sus muslos, colándose por la falda que me facilitaba el acceso a su sexo. Me quejé cuando me topé con la calza, Ana se alejó unos centímetros y nuestras miradas se unieron. Metí mis dedos entre los mechones de su pelo, ella movió su cabeza para intensificar mis caricias.
—¿Te tengo que llevar a entrenar?
—Sí, no me gusta faltar —respondió mientras seguía depositando besos en mi rostro.
Una vez más, lamió mi cicatriz, la certeza de que me preguntaría cómo me la había hecho me dio la fuerza necesaria para pedirle que volviera a su lugar.
Los dos salimos del auto para cambiar de asiento, en el camino la detuve por la cintura y volví a besarla. Ana me permitía que la acariciara e imitaba los movimientos de mis manos como una aplicada alumna. Dejé que recorriera mi cuello con sus labios porque quería sacarme una duda.
—¿Qué te dijeron esos pendejos que van con vos a la escuela?
—Están preocupados por vos y tu rendimiento sexual.
—¿Y vos qué les dijiste?
—Les pregunté si tenían deseos de probar.
—!Sos una joya! —confesé entre risas.
Le cedí el paso abriéndole la puerta. Camino a la escuela de Kung Fu la curiosidad me llevó a preguntarle por qué entrenaba casi todos los días de la semana.
—Porque es lo que quiero hacer cuando termine la escuela, dar clases de Kung Fu.
—Pensé que ibas a ir a la universidad.
—Eso quiere mi papá, pero no lo voy a hacer.
—Ingenuo tu viejo si piensa que te va a ganar —sentí la energía de Ana cambiar, puse mi mano sobre su rodilla— ¡Vamos, mocosa! ¡Tenés que estar lista para romper una que otra nariz!
—No es para eso el Kung Fu.
—¿No? Y yo que me estaba por anotar a un par de clases.
—A mí me quedó bastante claro que no lo necesitás.
—Ana, respecto a lo de ayer.
—Sé que debí tener más cuidado.
—Sí, pero lo que me importa ahora es que recuerdes que me tenés a tu disposición siempre. No tenés por qué seguir haciendo todo sola.
Me besó, emocionada.
Volví al Rosas para continuar trabajando pero me fue difícil concentrarme. A una semana del último ataque, todavía no teníamos certezas de quién podía estar tras nosotros. Y Miguel y yo, andábamos más preocupados por el par de adolescentes que por el imperio que habíamos empezado a construir a los veinte años.
—Revisé las oficinas de los dos, ninguna tiene nada extraño, Danilo.
—De mantener los teléfonos limpios me encargo yo, sé que ha estado todo bien.
—Entonces solo queda desconfiar de la gente de Claudio —habló en referencia al hombre con quién habíamos hecho el último negocio.
—Y de la nuestra.
—Aunque me pese, no podemos descartar a nadie.
—Por el momento, ninguna transacción más, hasta no dar con la rata.
—Estoy de acuerdo.
Lo que más esperaba en el día era el par de horas que compartía con Ana. Era tan inteligente y práctica que aprendía rápido, tan curiosa que más de una vez tuve que recurrir al buscador de internet para saciar sus dudas sobre cartelería, leyes, mínimas y máximas de velocidad y algún que otro dato que a mí, a su edad, ni se me ocurrían.
Me despertaba cada mañana, excitado sabiendo que una vez terminada la clase tendría mi recompensa, porque se nos había hecho un hábito comernos a besos en el asiento de mi auto. Cada tarde cuando la acariciaba, la calza me impedía llegar hasta su sexo desnudo, auqnue me frustraba en el momento, siempre terminaba agradeciéndolo. Sabía que era capaz de poseerla en el auto y Ana con lo dispuesta que se mostraba, no se negaría.
Según nosotros dos teníamos una relación sin compromisos pero yo no había vuelto a buscar a Tamara, simplemente porque mi cuerpo y mi mente solo deseaban a Ana.
—La clase de hoy es la número catorce —me recordó ni bien subió al auto.
—Estás lista, solo te falta aprender a estacionar. ¿Estás contenta?
—Aja —respondió de pronto decaída, no indagué por miedo a la respuesta.
Terminamos la clase pero no se volcó sobre mí, su actitud nerviosa me confundió un poco.
—He estado añorando tus besos ¿Hoy no nos toca?
Titubeó pero al final decidió venir a mí, la tomé por el mentón—. Solo si lo deseas, no me gustaría verte arrepentida.
Se soltó de mi agarre para acercarse a mi oído.
—Estoy nerviosa porque tengo un regalo para vos.
—¿Un regalo para mí? —alcancé a preguntar antes de que Ana tomara mi boca por asalto.
Sus besos hicieron que el mundo a mi alrededor desapareciera. Me olvidé del presente hasta que metí mis manos por debajo de la falda y llegué hasta el elástico de su bombacha, la calza no estaba.
—Ana —gemí su nombre al recorrer los labios de su vulva sobre la fina tela— ¿Esto es para mí?
Asintió con los ojos en los míos. Moví la tela, desgarrándola en mi desesperación por llegar a su humedad. El sonido de su gemido ante mi intromisión llenó el pequeño habitáculo.
—Movete para mí —le rogué— buscá tu placer, Ana.
Se aferró a mis hombros y utilizando la palma de mi mano, frotó su clítoris. Colmándome de un éxtasis que nunca había experimentado, porque pude eyacular como nunca antes, con los pantalones puestos.
—Ana…
Me besó en los labios para mantenerme callado. Supe que le temíamos a los mismo.
Al sentimiento tan grande que crecía entre nosotros.
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Editado: 04.11.2024