Que Cristi atestiguara el momento que acababa de vivir, terminó por agrandar el sentimiento de humillación que me invadía.
—¡Dejame sola!
—No me voy a ir.
Se perdió en mi vestidor y salió con una toalla seca y un pijama limpio. Me ayudó a vestirme y buscó el secador porque mi pelo seguía húmedo. Yo me dejé consolar por ella pero no derramé ni una lágrima, al terminar se sentó a mi lado.
—No imagino como Danilo terminó metido en tu habitación.
—Es una larga historia que ya no tiene sentido recordar.
—Mañana vamos a sacar un turno a la ginecóloga.
—¿Para qué?
—¿Cómo para qué? Para que te revise y te recete un buen método anticonceptivo, Ana.
—No tenés de qué preocuparte, Cristi, ese gigante del demonio no va a volver a tocarme un pelo.
—Yo también estoy enojada con él, Ana. Esto que acaba de hacer es inaceptable, pero lo conozco y sé que es un buen chico. —a punto de quejarme, Cristi se adelantó— También te conozco a vos, Ana y me juego la vida a que no le dijiste que eras virgen.
—Da igual, de todas maneras se fue.
—Va a volver, Ana y es mejor que estés preparada para que lo que decidas hacer no te lastime.
Rau se coló en mi cama cuando Miguel se fue, le bastó ver mis lágrimas para enojarse con Danilo.
—¿Qué hizo Tarzán esta vez?
—No quiero hablar.
—¡Ay, amiga! ¿Qué puedo hacer por vos?
—No vuelvas a mencionarlo, no quiero escuchar ni su nombre.
En los brazos de Rau concilié el sueño.
Al día siguiente en el instituto de Kung Fu, nos invitaron, a los alumnos más avanzados, a dar una demostración de nuestras clases en un barrio de escasos recursos, porque querían otorgar becas a los niños.
Accedí a acompañarlos porque el trabajo solidario era de las actividades que más disfrutaba hacer y si venía de la mano del Kung Fu me era imposible negarme.
El domingo almorcé sola en casa. El desplante de Danilo, me había abierto un poco más la herida de abandono, como consecuencia me encontraba totalmente cerrada a los demás. No le dije a nadie lo que haría ni siquiera a Rau. Preparé una mochila con todo lo necesario y me fui al barrio de Cristi a cumplir con lo prometido, la clase se llevaría a cabo en la escuela.
Estaba acomodando mi cinturón cuando la voz de Rau tronó en mis oídos. Volteé rogando no encontrarme con Danilo, para mi desgracia estaban todos, incluyendo a la bailarina. Sonreí a mi amigo que se había desvivido por levantar mi ánimo y saludé a Miguel moviendo mi mano, no pensaba acercarme hacia ellos.
El Sihing* nos llamó y nos formamos para iniciar la práctica. Representamos con nuestro cuerpo a los animales del Kung Fu, hicimos demostraciones de las diferentes catas y hasta simulamos peleas. Algunos de mis compañeros, enseñaron el uso de sables, espadas y cuchillos. A mí me tocó mostrar mis nunchaku cerrando la demostración de las armas utilizadas en el arte marcial.
Cuando el profesor invitó a los asistentes a acercarse para saciar sus dudas, el primero en trepar por mis piernas fue el pequeño Gabriel, seguido por Rau, Miguel y la familia de Cristi. A pesar de que no se unieron al grupo pude sentir la mirada de Danilo y la de bailarina puesta en mí.
—Ana, —llamó mi atención el pequeño niño— tu novio —abrí los ojos como platos— el señor grandote, me llevó todos los regalos que vos me compraste. ¡Gracias! ¡Son hermosos! —cerró la conversación con un beso en mi mejilla.
—Y a mí —habló Rau despacio— el señor grandote me ha estado preguntando sobre tus gustos, Ana. Parece interesado en esforzarse para que lo perdones.
—Cuando te vuelva a preguntar decile que lo que más me gustaría es que se martille el dedo chiquito del pie.
—¡Ana! —me reprendió Cristi atenta a lo que hablábamos.
No acepté la invitación de Cristi ni tampoco la compañía de Rau y Miguel, permanecí con el grupo de Kung Fu que recorrería el barrio para conocer la salita de primeros auxilios y el comedor donde se brindaba alimento a los más carenciados.
Admiré el trabajo que realizaban las mujeres que dirigían el comedor. Me explicaron cómo la organización y la buena administración eran la clave para poder brindarles desayuno y almuerzo a más de quinientas personas cuatro día a la semana. El lugar contaba con pocos voluntarios que hacían malabares para poder colaborar, por lo que no dudé en ofrecerme. Mantener mi tiempo ocupado sería de gran ayuda. Empezaría participando el domingo porque el resto de los días iba a la escuela por la mañana. Danilo, que se había unido al grupo desde el inicio, me escoltó, caminando varios pasos detrás mío, hasta la casa de Cristi cuando me quedé sola.
Rau y Miguel que tomaban mate se ofrecieron a llevarme. Al salir, Danilo esperaba apoyado en el auto de su socio.
—Rau, me voy en taxi.
—Amiga, son quince minutos de viaje, por favor.
—Si supieras lo que hizo, no lo defenderías.
—Si no lo sé es porque no me querés contar.
Rau se quedó en silencio, esperando una respuesta que no pensaba dar. Simulando una superioridad que no sentía, giré el rostro y me dirigí al auto. Si permanecía dos segundos más observando los honestos ojos de Rau, hubiera terminado llorando entre sus brazos maldiciendo al gigante.
Subí al vehículo y permanecí pegada a la puerta. Danilo también subió pero no se mantuvo alejado, intentó acomodar un mechón de pelo que se había escapado de mi trenza, con un manotazo certero impedí el acercamiento.
—Fui un tonto, Ana, quería pedirte disculpas.
—Rau, poné la música más fuerte, no soporto el ruido que hay acá atrás.
Mi amigo la subió solo un poco. Iba sentado delante mío, por lo que estirando su mano hacia atrás buscó la mía para brindarme apoyo. La tomé aferrándome fuerte a ella porque la angustia me ganaba la batalla tomando por completo mi corazón.
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Editado: 04.11.2024