La cama de Danilo era el lugar más cómodo donde me había tocado dormir alguna vez. Seguro, ayudaba a relajarme su perfume que me abrazaba y la imagen de él, intentando acomodarse en el sillón.
Por la mañana, me despertó el sonido de la ducha, la puerta apenas abierta del baño me permitía ver en su interior a través del espejo. Me quedé quieta, esperando por él. Cuando cerró las perillas y el agua dejó de caer, me estremecí anticipadamente. Abrió la mampara y se pasó la mano por el cabello mojado. No había un solo músculo en todo su cuerpo que no estuviera trabajado. Mis ojos lo recorrieron desde la boca, pasando por el pecho, los abdominales y los oblicuos que finalmente me guiaron hasta su hombría. Presioné mis piernas para detener el deseo que me nacía entre ellas. Podía olvidarse mi orgullo si creía que era más poderoso que el deseo que Danilo me provocaba, abatida inicié un recorrido ascendente por su cuerpo. Encontrar la mirada de Danilo en mí, a través del espejo, me hizo cerrar los ojos de inmediato, apuntalando mi humillación.
Lo escuché abrir la puerta, descalzo no sabía hacia dónde dirigía sus pasos, hasta que el calor húmedo de su cuerpo estuvo a escasos centímetros del mío.
—Soy tuyo, Ana, y te estoy esperando. —depositó un beso en mi frente para luego perderse en el vestidor.
Aproveché para levantarme corriendo al baño. Me acomodé un poco el pelo, me lavé los dientes con un cepillo que siempre llevaba en el neceser que completaba mi mochila y salí justo a tiempo cuando Danilo abandonaba el vestidor.
—Buenos días, mocosa —me saludó.
—Gigante —respondí molesta por el adjetivo con el que se dirigía a mí.
—¿Tenés planes para hoy?
—No, aunque estoy segura de que Rau va a venir. Ayer me dio espacio, no creo que se vuelva a repetir.
—Si me necesitás ¿me vas a llamar?
—Sí, ¿A qué hora vas a volver?
—Siempre vuelvo de noche.
No pude evitar abrir los ojos por la sorpresa, Danilo se puso nervioso y empezó a titubear.
—¿Esperabas que volviera a almorzar?
—No, yo no…, no sé.
—Ana, no sé cómo se hace esto, ayudame.
—Yo tampoco sé cómo se hace esto, Danilo.
—Podrías empezar por decirme qué esperas que haga.
—Si es muy complicado que llegues al almuerzo, al menos me gustaría que llegues más temprano que ayer.
—¿A las seis te parece bien?
Estiré mi mano en su dirección, ofreciéndosela. Sellamos el trato pero antes de soltarme, depositó un beso en ella.
—¡Qué tengas una linda mañana! Voy a estar atento al celular.
Lo acompañé hasta la puerta, cuando quiso despedirse de mí con un beso en la mejilla, corrí mi rostro y lo besé. Danilo se abrió paso entre mis labios, profundizando el beso de inmediato.
—Mocosa —se quejó cuando el sonido de su celular lo obligó a separarse de mí— nunca me voy a aburrir con vos.
Sonreí y me encogí de hombros.
—¡Qué tengas una linda mañana vos también!
—Va a ser una mañana larga, no tengo dudas —agregó mirándose la entrepierna.
No pude evitar reírme.
La puerta del ascensor de Danilo se cerró e, inevitablemente, me angustié. El segundo ascensor del complejo emitió un pitido, pensé en meterme rápido para evitar que un vecino me viese pero el grito de Rau me detuvo.
—¡Ni loco voy a la escuela sin vos! Espero te haya rendido la tarde de ayer porque hoy no me echa ni tu tarzán.
—¿Y si Miguel te llama?
—Ana Paula ¿Qué clase de amigo crees que soy?
—Uno que deja todo por el chongo.
—Primero —fingió ofenderse— Miguel no es ningún chongo, en todo caso un “sugar daddy”. Segundo, me halaga que me conozcas tan bien.
Entre risas nos recostamos en la cama de Danilo.
Durante la mañana nos pintamos las uñas, Rau tomó mi pelo en dos hermosas trenzas cocidas y conversamos sin parar sobre Miguel y todos los detalles que tenía para con él. En ningún momento envidié la delicadeza de Miguel, al contrario, me ayudó a darme cuenta de que la fuerza desmesurada de Danilo era una de las cualidades que más me atraía de él.
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Editado: 04.11.2024