Devórame otra vez

33. ANA

La tosca declaración de Danilo por teléfono, me dejó muda. Rau que escuchó todo, porque había puesto altavoz al iniciar la llamada, me lanzó un almohadón por la fría y estúpida reacción que tuve.

—¿Sos tarada? —preguntó.

—No supe qué decir, no me lo esperaba.

—Vestite.

—No.

—Ana, te acaba de hacer una declaración de amor. A su manera, ya sabemos que es criticable, pero por eso mismo es auténtica. No podés desaprovechar la oportunidad.

—Rau…

—¿A qué le tenés miedo, amiga?

—¡A todo! Pero principalmente a que se vaya una vez más.

Rau me acarició el rostro.

—Queda en vos la decisión, Ana.

—Vos no te vas a ir nunca ¿verdad?

—Nunca —respondió firme, con una mano sobre su corazón como promesa. —Y si me muero antes que vos te voy a dejar brillos por todos lados para que sepas que sigo a tu lado.

—Creés que si llevo algo de comer ¿me recibe?

—Intentalo, Ana. No hay nada peor que quedarse con la duda o con las ganas.

Por un llamado de Rau a Miguel, supe que Danilo había tenido una mala mañana. Hacer a un lado mi orgullo y volver al Rosas no fue fácil. Ver salir a Tamara, medio desnuda, de la oficina de Danilo me llenó de bronca. Di media vuelta para irme, pero Rau se atravesó en mi camino.

—No sabés qué pasó ahí dentro.

—Tampoco lo quiero averiguar.

—¿Desde cuándo sos tan cobarde?

¡Maldito Rau! Conocía mi punto débil.

Solo por orgullo di la vuelta y golpeé la puerta de Danilo. El cuasi ladrido con el que echó a quien lo interrumpía, me llegó al corazón.

Entre abrí la puerta, encontrarlo en el sillón, visiblemente afectado relajó cada uno de mis músculos. Tuve la certeza de que con Tamara no había pasado nada y que mi presencia era bien recibida.

Su absoluta dedicación para complacerme, al igual, que los roncos gemidos que expulsaba cuando yo lo masturbaba me hacían sentir poderosa. El deseo de pertenecerle era tan fuerte como la necesidad de poseerlo. Ese momento íntimo en su oficina fue nuestro y ni el miedo ni el orgullo, pudieron arrebatárnoslo.

Compartir las hamburguesas medio desvestidos en el sillón fue igual de maravilloso que el orgasmo anterior. Danilo devoró con un placer que denotaba su excelente salud, que hubiera bajado la guardia y se mostrara alegre y juguetón me mostró una faceta que solo me llevó a quererlo más.

—Al final, gigante, voy a terminar pensando que sos un osito de peluche —comenté en coherencia con mis pensamientos.

—Solo para vos, mocosa. Solo para vos —repitió hundiendo su rostro entre mis pechos.

—Danilo —la voz de Miguel interrumpió nuestro juego.

—Vestite —ordenó olvidando el buen humor.

—Ya volvió el insoportable que conozco —giré de pronto, absurdamente avergonzada por estar desnuda frente a él.

Danilo se abalanzó sobre mí y tomando mi cintura me pegó a su pecho. Inmovilizó mis brazos al envolverme entre los suyos.

—Perdón —habló en mi oído.

Miguel volvió a golpear la puerta, Danilo se quejó y le gritó que esperara. Me soltó, giró para quedar frente a mí y se arrodilló, prendió uno a uno los botones de mi camisa, depositando besos en mi vientre.

—¿Vas a poder soportarme?

—En el peor de los casos conozco varios movimientos para inmovilizarte.

Rió y el aire que expulsó me puso la piel de gallina.

—¿Vamos a casa? —preguntó con ansiedad en la mirada.

—¿Y el trabajo?

—Puede esperar unos días.

—Vamos —acepté.

Miguel nos llevó a todos de vuelta a casa, no disimuló el asombro cuando Danilo le dijo que se tomaría libres el resto de los días de la semana.

—¿Te gustaría hacer algo en especial? —me preguntó Danilo durante el camino.

—Solo necesito algo de ropa, pero no quiero pasar por mi casa.

—Vamos de compras ¿Hay algún lugar al que prefieras ir?

—Ana es malísima para las compras —se mofó Rau— yo soy el encargado de mantener su estilo impecable.

—¡Perfecto! Vamos los tres y después merendamos. Miguel cambió de rumbo y nos dejó frente al shopping, no sin antes quejarse porque se perdería la diversión.




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