Devórame otra vez

34. DANILO

Ana lucía totalmente fuera de lugar dentro de los locales de ropa, Rau era quien elegía y pedía por ella, talles y colores. Yo me dedicaba a seguirlos en silencio.

Por ser un hombre que mide más de dos metros y pesa arriba de cien kilos, acostumbro a ganarme las miradas de las personas a mi alrededor. Ni bien pusimos el pie en la primera tienda y las vendedoras levantaron la cabeza para observarme, la sonrisa de Ana se desvaneció. Me miraba de reojo, calibrando mis reacciones. Dejó a Rau tres veces con las prendas en las manos, rabiosa abandonaba los locales sin decir nada. La última vez, salí rápido tras ella.

—¿Por qué estás tan nerviosa? —fingí no saber.

—¡Qué te importa! Fue una mala idea venir, lo mejor es irnos a casa —sonreí embobado por la manera en que se refirió al departamento, haciéndose parte de él.

—Por lo menos comprate un par de bombachas —sugirió Rau.

—Vayan ustedes dos, seguro a Danilo se las regalan.

—Ya sabía yo por dónde venía el capricho —se quejó Rau— ¿Qué pretendés, Ana? Como vos misma le decís, es un gigante y llama la atención.

—Les ha faltado babear.

—Por si no recuerdan, estoy acá —interrumpí la discusión que me tenía como objeto— Si el problema es ese, se soluciona fácil ¡Vamos! —ordené tomando a Ana de la mano—. ¿Quienes fueron las que más te molestaron?

—Las del primer local —respondió esquivando mi mirada.

Ingresé al local indicado, tomé varias prendas simulando que se las mostraba a mis compañeros, las devolví al perchero, me aferré a la cintura de Ana y le devoré la boca.

—Ya entendimos “todos” el punto —habló Rau, entre dientes, porque nosotros habíamos perdido la noción de la realidad.

Antes de abandonar sus labios, hablé despacio.

—Cada vez que quieras reclamarme tuyo, no lo dudes.

Me alejé hacia un rincón y esperé paciente hasta que por fin fue hasta el probador.

Al momento de pagar, Rau hizo el intento de sacar su billetera.

—Ni lo sueñes —lo detuve— la ropa de mi novia, la pago yo.

Repitiendo la escena del beso, logramos equipar a Ana con todo lo necesario, igualmente la notaba incómoda.

—¿Me vas a decir qué pasa? —le pregunté cuando nos sentamos en el café.

—No.

—No le gusta que hayas pagado toda su ropa ni que hayas dicho que es tu novia, la hace sentir una farsante —la delató Rau, cansado de nosotros.

Seguramente repitiendo las quejas que Ana había depositado en él cuando quedaban alejados de mí en los vestidores.

—¡Raúl Ernesto sos hombre muerto! —lo amenazó.

—¡Ana Paula! —contraatacó él—solo podrías acabar con mi cuerpo, las neuronas ya me las quemaste.

No permití que Ana siguiera la contienda, los interrumpí seguro de que podíamos llegar a la media noche entre idas y vueltas.

—Lo mejor que podés hacer es acostumbrarte porque voy a pagar todo lo que necesites, no hay forma de que me hagas cambiar de opinión.

—Me ponés en igualdad de condiciones con Tamara —escupió, sorprendiéndome.

—Ana —suavicé mi tono— no compares lo que nosotros tenemos ni gastes energía en medirte con nadie. No te quedó claro cada vez que remarqué que eras mi novia.

—Lo dijiste solo para complacerme.

—Lo dije porque es lo que deseo —tomé su mano— Ana ¿querés ser mi novia?

La patada que le propinó Rau para que reaccionara y me respondiera, levantó la mesa. Ana aceptó con un escueto movimiento de cabeza, no me quejé porque supe que la emoción les estaba ganando la batalla.

A la hora de volver, Miguel pasó por nosotros. Nos despedimos de nuestros acaramelados compañeros cuando el ascensor llegó al quinto piso y seguimos hasta nuestro departamento.

Una vez en casa, hicimos lugar en el vestidor para su ropa. Estaba considerando invitarla a la ducha cuando mi celular sonó. Miguel reclamaba mi presencia, estaba esperándome afuera.

—Andá tranquilo, yo termino de ordenar —aseguró Ana cuando le comenté el contenido del mensaje.

En el pasillo me encontré con mi amigo que sin decir nada se encaminó hacia las escaleras. Una vez que estuvimos en el piso seis, abrió la puerta “E”, perteneciente a un departamento que usábamos únicamente para debatir temas de suma importancia y del que nadie conocía su existencia.

—Según, Rau, el padre de Ana se llama Alejandro Luque, pero a nosotros el restaurante nos lo vendió Omar Cuesta ¿Por qué dos nombres? ¿Por qué Ana vive aislada de su padre y su familia?

—¿Cristina sabrá la verdad que se está escondiendo?

—No lo sé, pero sí te digo que ha bombardeado a Rau con llamadas. Está tan preocupada por Ana que le pidió tu número.

—¿Rau se lo dió?

—Hasta lo que yo sé, no.

—Miguel, los ataques empezaron cuando conocimos a Ana. Lo extraño es que si Omar es quien nos tiene en la mira, le bastaba con hablarnos y si realmente el problema es con Ana, quien quiera que sea, nos habría dejado un mensaje de advertencia.




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