Danilo volvió de la reunión con Miguel y se apoyó bajo el marco de la puerta, observaba en silencio como yo terminaba de doblar las bolsas de cartón.
—¿Todo bien? —quise saber.
Asintió y se fue en dirección a la sala, terminé mi tarea y fui tras él. El aire del exterior levantaba las cortinas, me acerqué y me asomé por el ventanal que estaba abierto.
Danilo fumaba un cigarrillo apoyado en la baranda del balcón. La noche había refrescado, me abracé a mí misma mientras caminaba hasta él, permanecí a su lado en silencio porque mi intuición así me lo marcó. Al terminar de fumar, volteó su cabeza hacia mí, sonreí levemente. La seriedad en su mirada me preocupó, no era enojo si no abatimiento. Estiró uno de sus brazos hasta dar conmigo y me atrajo hasta dejarme prisionera entre la baranda y su cuerpo. Me rodeó con sus brazos, protegiéndome del frío.
—Gracias por aparecer en mi vida, Ana —me habló al oído.
—¿Qué está pasando?
—Nada —mintió— solo quiero disfrutar este momento con vos.
Ajustó el abrazo y allí nos quedamos.
Al momento de irnos a dormir, no había logrado juntar el valor necesario para pedirle que se acostara junto a mí. Danilo se acomodó en el sillón y yo por cobarde volví sola a la habitación.
Pasaba la una de la mañana cuando cansada de dar vueltas en la cama fui a buscarlo. De brazos cruzados, dormía sentado, en una posición para nada cómoda. Me acurruqué a su lado, apoyé la cabeza en su hombro y sintiendo su calor concilié el sueño.
No podría calcular con exactitud cuánto tiempo pasó hasta que me despertaron mis propios gemidos. Fue una experiencia magnífica abrir mis ojos y dar con los suyos en mí, con las pupilas totalmente dilatadas y la pasión ardiendo en ellos. Con un movimiento de cabeza y relamiendo sus labios me indicó su próximo paso. Se arrodilló frente a mí y se deshizo de mi bombacha. Devoró mi sexo como si de ello dependiera su vida, con devota dedicación. Entre sus labios estallé en un orgasmo exquisito, que me dejó laxa sobre el sillón. Danilo se puso de pie, su hombría no pasó desapercibida para mí. Se me hizo agua la boca pero él no tenía intenciones de continuar. Me tomó en brazos y me sentó sobre sus piernas, le acaricié el contorno del rostro.
—¡Sos hermoso!
—¿Te gusto?
—Me encantás —respondí.
Me ubiqué a horcajadas, sin bombacha, lo único que evitaba nuestro contacto piel a piel era el fino y suave algodón de su boxer.
—Ana, estás jugando con fuego.
Sin decir nada, metí la mano por debajo de la prenda que lo cubría e intenté quitársela sin éxito.
—¿Segura? —quiso confirmar.
—No quiero esperar más.
Se separó unos centímetros del sillón para acercarse a la tele y me pidió que tomara la billetera, cuando vi el preservativo, pensé en las pastillas que me había recetado la ginecóloga pero que todavía no había comprado. Para semejante acto de confianza, había varios temas que aclarar primero.
Volví a acomodarme sobre él, los besos no faltaban, las caricias recorrían los cuerpos de ambos. Danilo me hacía delirar cada vez que con la punta de su pene, recorría lentamente el largo de mi sexo.
—¡Por favor! —supliqué.
—Va a doler —indicó.
Asentí, aturdida por el deseo.
Con una mano hurgó entre mis pliegues, buscando la entrada a mi vagina, con la otra guió su pene, cuando estuvo en el lugar exacto, posicionando sus manos en mi cadera me ayudó a ir bajando. Me tensé cuando el dolor llegó, clavé mis uñas en sus hombros, él sonrió paciente.
—Todo va a estar bien, vamos a ir de a poco.
Intenté relajarme respirando a conciencia porque deseaba sentirlo dentro. En cada inspiración tomaba valor y al exhalar dejaba que se hundiera en mí.
—Buscá tu placer, Ana —me pidió.
Inicié los movimientos que ya conocía, lentamente hasta que el dolor se fue por completo. Danilo más de una vez, presionaba mis caderas forzándome a detenerme. Odié pensar que no lo estaba disfrutando, sobre todo porque su cara no demostraba lo mismo. En un único movimiento, sin salirse de mí, me tumbó sobre el sofá y comenzó a mecerse sobre mí. Toda contemplación por mi virginidad olvidada.
No sabía si las mujeres encontraban el orgasmo en la primera relación sexual, pero supe que yo no lo haría porque no podía concentrarme en otro pensamiento que no fuera ese hombre y su belleza que aumentaba durante el placer.
Cayó rendido sobre mí, sentía los latidos acelerados de su corazón en mi pecho. Buscó mis ojos de inmediato, al encontrarse con mis lágrimas su semblante mutó.
—Soy una bestia, Ana. ¡Perdón! ¿De nuevo te lastimé?
Siseé sobre sus labios para que se calmara.
—Estoy bien.
—¿Dolorida?
—Un poco.
—Voy a salir despacio —se apoyó sobre sus brazos para lograrlo, cuando quise alejarse de mi cuerpo lo detuve.
—Te quedás conmigo —fue mi turno de ordenar.
—Vamos a la cama —me invitó— me tengo que sacar el preservativo.
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Editado: 04.11.2024