—Como la mayoría de los vecinos, los hijos de Cristina salieron a ver qué sucedía, Dante al vernos en apuros quiso ayudarnos. Todavía recuerdo el grito que profirió mientras corría hacia nosotros desaforado, no alcanzó a llegar porque “El tío” le pegó un tiro en el centro del pecho. Miguel estaba inconsciente en el piso, yo quise correr hasta mi amigo pero uno de los hombres de “El tío” me abrió el rostro con su navaja y caí vencido por el dolor.
—¿Y Cristi? ¿A dónde estaba? ¿Cómo se enteró de lo sucedido?
—Cristina trabajaba cama dentro, cuidando al amor de mi vida.
—¡Oh! —exclamó Ana, llevando de nuevo las manos a su boca. Besé sus lágrimas y las barrí con mis labios— Por mi culpa no estuvo cuando Dante murió.
—Hay un solo responsable, Ana y te aseguro de que se lo vamos a cobrar.
—Miguel y vos ¿buscan venganza?
—Hace diez años que nos estamos preparando para la estocada final.
Durante unos segundos mantuvo su vista fija en la mía, luego movió la cabeza como si quisiera ahuyentar malos pensamientos.
—¿Dante murió en el acto?
—Sí.
—¿Y a ustedes? ¿Quién los cuidó?
—Cristina.
Ana se trepó hasta quedar frente a mí y comenzó a besarme violentamente. Lejos de detenerla y consolarla, seguí su impulso. Después de recordar lo sucedido, necesitaba hundirme en su carne para hallar la paz que solo ella podía darme. El brutal orgasmo terminó por devastarnos, medio dormida sobre mí, me habló al oído.
—Todavía tengo preguntas.
—Lo imaginé —respondí mientras recorría su espalda con mis dedos.
—Entre el tipo de club del que sos dueño, el ojo morado que traías hace poco y la emboscada de la que fui partícipe no es muy difícil adivinar que no todos tus trabajos son legales. Que no haya hecho preguntas en su momento, no quiere decir que no lo sepa.
—¡Y yo pensé que venía disimulando como un rey!
—Vamos a hablar sobre eso.
—No —imité sus negativas— porque según Miguel me vas a dejar y te vas a llevar a Rau.
—¿Miguel todavía no sabe lo terca que puedo ser?
La apreté un poco más entre mis brazos.
—Te prometo que vamos a hablar de todo, Ana. Porque si bien quiero que te quedes, deseo que sepas todo para poder elegir. No soy un hombre fácil, una vida a mi lado, trae consigo muchos sacrificios.
—También quiero saber cómo llegaron a ser dueños de “The Garden” y…
—¿Y?
—Y qué significa Tamara en tu vida.
Gruñí molesto, por la mención de mi ex amante en un momento tan íntimo. La levanté junto a mí para llevarla a la cama.
—¡Basta por hoy! —ordené.
El sábado repetimos el desayuno en el balcón, solo que en esa ocasión Ana empezó a mover su trasero sobre mi masculinidad. Dejé la taza de café por miedo a volcarla sobre ella y quemarla. La tomé en mis brazos para llevarla dentro, mi novia se soltó.
—Hagámoslo acá —pidió.
—Cuando oscurezca, ahora no. Además, tengo que buscar un preservativo.
—Tenemos que hablar sobre eso.
—¿Sobre qué?
—Después de la primera noche en que intentamos…bueno, ya sabés, Cristi me acompañó a la ginecóloga. La doctora me recetó pastillas anticonceptivas.
Ana tenía el poder de dejarme mudo en los momentos menos esperados, abrí y cerré la boca más de una vez. Mi silencio la incomodó, se alejó de mí y se metió dentro de la casa. Decidí que lo mejor era terminar el café, entre tanto, asimilaba la implicancia de aquella declaración. Cuando estuve listo, la encontré en el baño. Me senté sobre la tapa del inodoro, mientras ella se bañaba.
—Sé que nunca reacciono como a vos te gustaría. La realidad es que me tomás por sorpresa cada dos por tres y me quedo como un boludo, boqueando.
—No necesito explicaciones, Danilo.
—Sé que las necesitás y yo quiero explicarte.
Cerró el agua, abrió la mampara y se estiró para alcanzar la toalla.
Llegué a la tela, antes que ella, casi quitándosela de las manos y la escondí detrás mío. Quería apreciar el adorable cuerpo de ella mientras el agua se escurría bajo sus pies.
—Me es muy difícil pensar con vos desnuda delante mío —protesté.
—Convengamos que, directamente, te es difícil pensar —la hostilidad en su voz me divirtió tanto que emití una sonora carcajada.
Ana se quedó observándome.
—¿Qué? —pregunté todavía sonriente.
—Sos un maldito gigante del demonio pero cuando sonreís me iluminás la vida.
Dejé caer la toalla, tomé a Ana por sorpresa cuando me abalancé sobre su boca. Ella no demoró en colgarse de mi cuello para responder a mi beso, la alcé y fuimos en busca de protección. Enajenado, liberé mi sexo, lo cubrí con latex y la penetré provocándole un alarido.
—¡Perdón! ¡Perdón! –me disculpé.
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Editado: 04.11.2024