Devórame otra vez

39. ANA

El domingo, después de colaborar en el barrio, Miguel no nos permitió volver al departamento. Almorzamos, los cuatro, una degustación de pastas en un hermoso restaurante italiano. Durante la sobremesa compartimos distintos sabores de helado artesanal, gracias a Miguel me enteré de la pasión de Danilo por dicho postre.

—-¿Lo vas a querer probar sobre mi cuerpo? —le pregunté al oído.

—Basta de juegos, Ana, o nos vamos ahora.

Provocarlo me excitaba, a la vez, que me divertía.

—No quiero ser quien les pinche la burbuja, —nos interrumpió Rau— pero mañana teneś que volver a la escuela y lo más importante es que Cristi me ha llamado cuatro veces hoy. Está preocupada, Ana.

Me volví hacia Danilo que acariciaba mi mano derecha y le pregunté si me podía acompañar hasta la casa de Cristi.

—A dónde quieras —respondió meloso, besando mi mano.

—Es decir que ¿vas a entrar a la casa de Cristina? —preguntó Miguel, ganándose una fiera mirada de parte de su socio.

—Si Ana necesita que entre, sí, lo voy a hacer.

Miguel sonrió y luego con un gesto juguetón levantó el mantel para mirar por debajo de la mesa.

—¿Se te perdió algo? —inquirió Danilo.

—Tu pollera —bromeó.

—Muy gracioso —se quejó mi novio.

Miguel no contuvo la carcajada.

—En verdad, amigo, es reconfortante ver como Ana ha logrado sacar la parte humana que escondías.

—¿No sabías que es un gigante osito de peluche? —me uní a la broma.

—¿Estás graciosa? — preguntó Danilo pegándome a su cuerpo para hacerme cosquillas.

—Es tu milagro, Ana. ¡Disfrutalo! —agregó Miguel con una guiñada cómplice.

Minutos después, marchamos a lo de Cristi.

La mujer nos esperaba en la puerta de su casa, se la notaba ansiosa. No sentí culpa pero el bienestar empezó a esfumarse, tal vez sustituído por la angustia.

No hizo falta más que poner un pie fuera del auto para que Cristi comenzara a llorar. Fui hasta ella y la abracé, era la primera vez que la veía hacerlo. Ese inesperado cambio de roles me confundió por unos segundos. Una vez que se calmó nos invitó a pasar, ofreciéndonos café. Dentro, Berni que también nos esperaba se intimidó frente a nuestros acompañantes. Le presentamos a los hombres, a quienes saludó con amabilidad y nos pidió unos minutos a solas. Volteé hacia Danilo, quería asegurarme de que estaría bien sin mí unos minutos. La sonrisa tirante que me dirigió me habló de que no estaba pasándola bien. A punto de rechazar el pedido de Berni, Miguel habló.

—Andá tranquila, Ana, yo cuido a tu gigante.

De inmediato, Danilo asintió, Berni y Rau tiraron de mí hacia el interior de la casa, donde se encontraban las habitaciones

—¿Qué es toda esta locura, Ana? —inquirió mi amiga sin titubear.

Le conté de mi padre y de todo lo nuevo que estaba viviendo con Danilo. Rau también dio detalles de su romance con Miguel.

—¿Y ustedes creen que son personas confiables?

—Sí —respondimos los dos a la vez.

—En el barrio todos los conocen, no son exactamente dos monjitas de la caridad. —Rau y yo asentimos tomados de la mano, como un frente unido—. ¡Dios! ¡Me van a sacar canas verdes! —protestó Berni, imitando a Cristi.

Las risas inundaron la habitación, nos abrazamos los tres antes de volver a la sala.

—En verdad es un gigante — comentó Berni cuidando de que solo Rau y yo la escucháramos.

—No lo mires mucho, amiga —le recomendó Rau— que a la tóxica —habló en mi dirección— la atacan los celos.

Le saqué la lengua y me alejé en dirección a la mole que tenía por novio. Danilo me abrazó, pegando su mejilla a mi vientre.

—¿Estás bien? —pregunté sin emitir sonido.

—Ahora sí—respondió de la misma manera.

Haciéndome espacio entre las piernas de Danilo, me senté sobre él, sabía que necesitaba mi contacto.

—Hacen una pareja muy bonita —habló Cristi— mientras apoyaba la taza de café frente a Danilo.

—Debés creer que soy muy viejo para Ana —respondió él con una inseguridad que me desconcertó— pero estoy enamorado de ella, Cristina —confesó, dejando a todos en un tenso silencio.

Sentándose frente a él, Cristi habló con franqueza.

—Sé que la amás, lo veo en tu mirada. No te olvides que te conozco desde que naciste. —Danilo permaneció estoico— con respecto a la edad, he visto de todo a lo largo de mis años. Parece ser que el único secreto para llevar una relación sana es tomar la decisión, diaria, de permanecer allí con amor, respeto y honestidad.

Agradecí las palabras de Cristi, estiré mi mano buscando la mano de quien me había cuidado por años.

Compartimos un momento divertido que pareció sanar algunas heridas cuando Cristi relató las travesuras que su hijo, Miguel y Danilo habían realizado de niños. En un momento, en que miré a Miguel, leí de sus labios la palabra “gracias”, le sonreí con sinceridad y disimuladamente unimos nuestras manos por debajo de la mesa. El carraspeo forzado de Danilo nos demostró que no estábamos siendo tan discretos como creíamos.




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