La mañana en la escuela se me hizo eterna, más de una vez tuve que estrangular las ganas de llorar que aparecían sin aviso. Rau sentado a mi lado en el aula, pasó las horas acariciando mi cabello y mi espalda con mimo.
—Estás atravesando una tormenta, amiga. Ya va a pasar.
—¿Creés que está bien que me quede en casa de Danilo?
—¿Por qué no lo estaría? Él te lo ofreció.
—Me siento una invasora.
—Otra vez con el problemita de la inseguridad, Ana.
—Es todo tan reciente, no entiendo ¿por qué querría vivir conmigo?
—Porque sos un ser maravilloso y te ama.
Asentí, sin creer en sus palabras, con las lágrimas a punto de caer.
—Es probable que también estés afectada por lo que has vivido con Danilo.
—¿Vos te sentiste más sensible después de la primera vez?
—Literalmente, lloré abrazado a Miguel. Tené paciencia, permitite esta tristeza que pronto va a pasar. Acá estoy para vos.
—Nunca te vas a ir, Rau ¿Verdad?
—Nunca, nunca —juró, sabiendo que era lo que yo necesitaba oír.
A la hora de la salida, no encontrar a Danilo esperándome me causó un mal presentimiento. Miguel justificó su ausencia, aduciendo que se le había presentado una reunión de último momento.
—Mientras no sea con Tamara —me quejé celosa.
—¡Ana! —me reprendió Rau, mordiendo las letras de mi nombre.
—Me gustaría contarte tantas cosas, Ana. —habló Miguel buscando mi mirada por el espejo retrovisor— pero mi lealtad a Danilo me obliga a guardar silencio. Sin embargo, deberías saber que nunca en sus treinta años lo he visto ceder el control como lo hace con vos. Esa necesidad de querer complacerte hasta en lo más mínimo, no es propia de él. Te puedo asegurar de que Tamara lo ha intentado de todas las maneras y creeme, ha tenido mucha paciencia, pero ni una sola vez lo ha tenido comiendo de su mano como lo tenés vos con solo una mirada.
—No quiero que coma de mi mano, Miguel. Quiero ser su compañera.
—Lo sé —contestó sonriente— por eso me gustás tanto como pareja de Danilo.
—Pedro Picapiedra tiene mucha suerte de que Ana se haya fijado en él —comentó Rau.
Miguel no disimuló la gracia que el apodo utilizado le causó.
Durante la tarde, el malestar se incrementó, Miguel no solo me llevó a Kung Fu sino que esperó junto a Rau hasta que mi clase finalizó. Alrededor de las nueve de la noche, sin ninguna información de Danilo, interrogué a Miguel que elegía junto a Rau la cena.
—Decime ¿qué es lo que está pasando?
—¿Qué? —preguntó haciéndose el desentendido.
—¿Por qué Danilo no aparece?
—Está trabajando, Ana.
—Llamalo —ordené.
Miguel sostuvo mi mirada, luego la dirigió a Rau que me secundaba, incluso presionando a su novio. Un tanto incómodo, tomó su móvil y buscó el número de su amigo.
—Poné altavoz —exigí cuando él ya se llevaba el aparato al oído.
—Estoy vivo —se escuchó decir a Danilo.
—¿Por qué no lo estarías? —hablé rápido.
El silencio del otro lado, confirmó que mi instinto estaba acertado.
—Era una broma.
—¿Creés que soy estúpida?
—No, Ana, nunca pensaría algo así.
—¿A dónde has estado hoy?
—Trabajando, Ana.
—¡Maldito gigante mentiroso!
—Ana, escuchame.
—Ya no importa —le pasé el celular a Miguel y fui en busca de mis pertenencias.
No iba a estar en un lugar donde me mentían. Rau entró a mi habitación minutos después, cerró la puerta tras él.
—Pedro —habló en referencia a Danilo— está en el Rosas, llegó hace quince minutos. Algo turbio pasó, no piensa venir a dormir acá. Me llevo al encubridor para que vos vayas sin que nadie lo alerte.
—No, Rau. No quiero sumar mentirosos a mi vida.
—Ana, encaralo. Lo que no podés seguir sumando son dudas, es hora de ir en busca de certezas.
Asentí, sabiendo que tenía razón.
Bajé del taxi una cuadra antes, caminé con discreción hasta la puerta del bar. Me dejaron ingresar porque me reconoció el guardia, que una vez había quedado custodiándome. Tomó la radio para anunciarme con su jefe, se la quité y seguí caminando tranquila, con el hombre quejándose detrás mío.
Ver a Tamara caminar con una caja entre sus manos hacia la oficina de mi novio, me enfureció. Apuró el paso cuando notó mi presencia, la malicia brilló en su ojos, pensaba dejarme afuera cerrando la puerta. Me era imposible impedirlo manteniendo mi ritmo, por lo que me apresuré y con una patada certeza, empujé la puerta que arrastró consigo a la bailarina.
Por fin, tuve frente a mí a Danilo.
Tamara se levantó del piso dispuesta a recriminar por lo sucedido, antes de que pudiera decir una palabra, la encaré.
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Editado: 04.11.2024