Devórame otra vez

42. DANILO

Tragué vidrio ante las palabras de Omar.

—¿Por qué? —pregunté mordiendo mi impotencia.

—Lo que importa acá es que entiendas que Ana Paula tiene que volver a la vida que tenía antes de que aparecieras.

—Omar, estás queriendo tapar el sol con un dedo. No me voy a alejar de Ana, decime qué es lo que escondés.

Con una velocidad inesperada, desenfundó su revolver y lo apoyó en mi cien.

—¿Entendés que no estoy jugando?

—Sabés que sí, y si en verdad querés separarme de tu hija, dispará.

Se escucharon dos golpes en la puerta y luego Mario ingresó.

—Omar —lo llamó.

—Ahora no —respondió calmo.

—Si me matás —intervine— vas a lastimar a Ana, te guste o no ella también me ama. Si me explicás qué sucede voy a cuidar de ella y voy a ser siempre tu aliado.

—¿Cuidar de ella? —se mofó— ¿Como cuando te defendió de mis hombres con sus nunchakus?

Le sostuve la mirada sin amilanarme.

—El corazón de Ana guarda mucha tristeza, Omar. Si me vas a matar por lo menos encargate de estar a su lado.

—Omar, —interrumpió Mario— mirá esto —extendió unas fotos hacia él.

El rostro del padre de Ana se descompuso, alejó el arma de mi cabeza y caminó varios pasos hacia atrás.

—¿Lo saben? —le preguntó a Mario.

—No es posible, deben ir tras ella por su cercanía con Danilo.

Me puse de pie y le saqué las fotografías de las manos.

—¡Este hijo de puta lo conozco! ¡Debe trabajar para El tío! —exclamé.

—Le tocan un pelo por tu culpa y estás muerto.

—¡Omar, decime la verdad! —supliqué— Quiero ayudarte a protegerla.

Miró a Mario y volvió su vista hacia mí.

—¿Tiene algo que ver con la madre de Ana? Ella está segura de que la mujer vive.

—¿Y vos qué sabés de Evangelina? —quiso saber Mario, porque Omar había enmudecido.

—¿Evangelina se llama la madre de Ana?

—Se llamaba —habló por fin el hombre.

—Sé lo que Ana me ha contado. —respondí a Mario.

—¡Mentira! —gritó de pronto envalentonado Omar—. Ana no sabe nada de su madre.

—Ha leído las cartas que te escribió tu mujer, solo que piensa que Omar es el amante con el que se fugó.

—¡Ana! ¡Ana! —la nombró repetidas veces recuperando la calma.

—Omar —lo trajo a la realidad Mario —conociendo a mi ahijada, nos serviría tener a Danilo de nuestro lado.

El padre de Ana, acercó una silla y se ubicó frente a mí.

—Sentate —esperó a que me ubicara para empezar a hablar— Mi relación con El tío, nunca fue cordial. Aunque te sorprenda, manejo a mi gente bajo ciertos límites morales que él no respeta.

—¿Cómo por ejemplo? —interrumpí.

—Los niños y las niñas son intocables para mí ¿sigo? —asentí— Estábamos en una disputa por un territorio que lo ayudaría a él a expandirse y crecer, algo que no pensaba permitirle. Ana Paula, tenía seis meses de vida cuando esa escoria mandó a uno de sus matones a acabar con la vida de mi familia. —Respeté el silencio doliente en el que cayó el padre de Ana—. El equipo de seguridad que sobrevivió, fue a buscarme hasta el lugar donde operábamos. Cuando logré llegar a casa, encontré a mi esposa tumbada en la hamaca donde se mecía para amamantar a Ana Paula con un tiro en la frente. —Era claro que el hombre revivía la historia con cada palabra que pronunciaba. Mario se le acercó y le apoyó la mano sobre su hombro—. Estoy bien —respondió a la pregunta muda—. Encontramos a Ana Paula escondida en una caja de zapatos dentro del placard. Lloraba despavorida, con la leche que se había vomitado y la sangre de su madre ensuciando su rostro y su vestido. Junto a ella, una nota que rezaba “La orden era matar a las dos”.

Pensar en la pequeña bebé que había sido Ana, corriendo peligro de muerte y presenciando el deceso de su madre, sin comprender por qué, o al menos, cómo perdió el cobijo de esos brazos que la adoraban y que de seguro le habían entregado puro amor, me rompió el corazón.

—Ahora entendés ¿por qué te tenés que alejar de ella?

Asentí.

La bola de angustia en la garganta me impedía tragar, a esta altura era tan peligroso alejarla de mí cómo mantenerla a mí lado.

—Omar —hablé por fin— Ana va a seguir viviendo conmigo. No voy a dejarla.

Durante unos segundos el silencio reinó, cuando mis palabras cruzaron su entendimiento levantó el arma y disparó contra mí. La agilidad de Mario salvó mi vida, porque al conocer a su jefe en profundidad, reconoció en él la intención de asesinarme y empujó su mano para que el proyectil impactara contra la pared ubicada detrás de mí.

—¿Le vas a causar a Ana el mismo dolor que sufrís vos a diario? —preguntó cuando Omar se volvió furioso hacia él.

Era evidente que mantenían una relación de hermandad, de lo contrario nadie se hubiera atrevido a actuar como él lo hizo.




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