Devórame otra vez

43. ANA

—¡Sos tan hermosa! —me habló meloso mientras yo buscaba gasas y desinfectante.

—¿Eso mismo le hubieras dicho a Tamara?

—No, solo a vos ¡Auch! —se quejó cuando comencé a limpiar sus heridas.

—Disculpame —fingí inocencia porque lo había hecho apropósito.

Levantando una de sus cejas me dio a entender que conocía mis intenciones. No volvió a quejarse ni a hablar, me contemplaba serio y con sus manos recorría el contorno de mi cuerpo.

—Dejá de tocarme.

—¿Por qué?

—Porque no dejo de pensar que es lo mismo que hubieras hecho con ella.

—Mi amor…

—¡Mi amor nada! —gruesas lágrimas cayeron por mis mejillas —he estado muy preocupada por vos, porque te desapareciste. Has estado metido en problemas y llamaste a Miguel y a Tamara.

—Si estabas conmigo, de seguro no me tocaban un pelo. Vení —me sentó sobre sus piernas— dejá eso.

Besó mis manos y me levantó el rostro tomando mi mentón, secó mis lágrimas con sus labios.

—No quería que me vieras así.

—¿Por qué?

—No quería preocuparte, venís de pasar días muy intensos. Demasiados cambios en poco tiempo, Ana.

—¿Vas a comportarte como un padre? ¿O vamos a ser una pareja?

Chasqueó la lengua desviando la mirada.

—No quiero hacerte daño.

—No funciona así, Danilo. Quiero ser parte de tu vida, no un objeto decorativo. Ya te he demostrado que no tengo miedo.

—No me queda nada por decir, me sacás años luz de madurez. Te amo, Ana. Te amo.

—Entonces ¿vas a contar conmigo?

—Sí, mi amor.

—Te escucho.

Como en una ocasión pasada, se echó a reír sonoramente, fueron los dolores por los golpes recibidos los que lo hicieron detenerse.

—Sos ágil, mocosa. Sí que lo sos —reafirmó— ¿Puede ser que hoy te encargues de lo que queda de tu novio y mañana hablamos?

Me puse de pie y retomé las curaciones, sintiéndome desconforme con lo que me había pedido.

A la mañana siguiente, mientras se vestía, me dijo que había tenido problemas con la gente de El tío, porque lo habían descubierto metido en sus asuntos. Me habló de dos hombres que empezarían a custodiarme porque ya sabían que era su pareja. No pude quejarme, me ganó la jugada cuando me advirtió de que Rau también estaba en la mira.

Al terminar la jornada escolar me esperaba junto a Miguel, durante el almuerzo mencionó que había dado con mi papá.

—Ya podés encender el teléfono, Ana.

—¿Hablaste con él?

—Sí, sabe que somos novios, pero no le dije que lo habías visto con su otra familia.

—¿Qué te dijo?

—Que estaba de viaje y que vendría a verte después de tu cumpleaños.

—Miente.

—Sí, pero si me permitís opinar no es tan mala idea. Tenemos un cumpleaños de dieciocho que festejar —la ilusión brilló en sus ojos, no tuve valor para contradecirlo, así que sonreí.

Los golpes en su cuerpo no le impidieron continuar con nuestros encuentros sexuales, a medida de que mi cumpleaños se acercaba, su buen humor y su ansiedad aumentaba. Recibir tantos mimos y atenciones me hizo olvidar la conversación pendiente que tenía con mi padre. Incluso retomamos las clases de manejo porque Danilo ya había conseguido un turno para conseguir el carnet.

Recibí los dieciocho años desnuda, siendo embestida por mi gigante, mientras ubicado detrás mío, me tomaba del cabello. Acabamos a la vez, yo un poco mareada por el calor y la falta de hidratación. Salió de mí con una delicadeza que no había utilizado durante el acto sexual. Se dirigió hacia su teléfono, que no paraba de sonar.

—Las doce —habló agitado —¡Feliz cumpleaños, amor de mi vida! —se acercó con sus brazos abiertos.

El tierno momento no duró nada, porque el timbre de casa sonó interrumpiéndolo.

—¡Danilo soltá a mi amiga que le traigo su regalo! —gritó Rau.

—¡Nos vamos a mudar! —se quejó mi novio, mientras me liberaba.

—¿Podés abrirle? Voy a ir hasta el baño.

Asintió complaciente, como había actuado durante toda la semana.

Una vez en la sala, me esperaban los tres con las luces apagadas y la vela encendida sobre un increíble cheesecake. Me cantaron el feliz cumpleaños y compartimos una porción de torta mientras abría el regalo que Rau y Miguel me habían comprado.

El martes no asistí a la escuela, fuimos directo a la sede de la municipalidad donde debíamos sacar el carnet de conducir. Al mediodía, con el bendito carnet entre mis manos, almorcé a solas con Danilo.

Durante la tarde, recibí una extraña llamada de mi padre, en la que ninguno de los dos se refirió al tema que teníamos pendiente. Papá se dedicó a contarme cómo había transcurrido ese mismo día, dieciocho años atrás, cuando mi mamá me dio la vida. Le agradecí, porque de todos los regalos que me había dado a lo largo de los años, ese había sido el más valioso.




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