El lunes, una llamada bien temprano nos despertó. Omar nos esperaba, un auto nos pasaría a buscar por el estacionamiento de nuestro edificio.
—No te pongas el uniforme de la escuela.
—¿Por?
—Tu papá nos espera, cargá los nunchaku en una mochila.
—¿Cuántos secretos tenés conmigo? —me reprochó.
Ya sabía yo que estaba molesta, casi ni me dirigió la palabra el domingo y no aceptó la invitación a almorzar que le hizo Cristina ni la compañía de Rau y Miguel.
Mi Ana, no tenía ni idea de lo que le esperaba.
Vestida con un conjunto de jogging, unas trenzas cocidas y la mochila al hombro salió a mi encuentro.
—Estás hermosa —la halagué.
—Terminemos con esto de una vez —casi me ladró.
Estiré mi mano para dar con la suya, la tomó de mala gana. Bajamos al subsuelo, el auto indicado ya esperaba por nosotros. Mario bajó para recibirnos.
—Danilo —saludó con un apretón de mano— Ana, es un placer volver a verte.
—Estoy segura de que no podría decir lo mismo aunque te recordara.
El hombre sonrió satisfecho y nos franqueó el paso para subir al auto. El largo camino, que yo había hecho dos semanas atrás, inquietó a Ana. Puse mi mano sobre la rodilla, que no paraba de mover.
—En unos quince minutos llegamos.
La mirada acuosa de Ana, cargada de reproche, me obligó a cerrar la boca. No nos detuvimos en la misma zona en la que yo había estado, seguimos varios kilómetros más hasta dar con una pequeña casa, alejada de miradas indiscretas.
Mario frenó el auto y se bajó, Ana me detuvo cuando supo que yo pensaba hacer lo mismo.
—El día que desapareciste, no fueron los hombres de “El Tío” los que te golpearon ¿Verdad?
—No. —Bajó la mirada, desilusionada—. Todo tiene una explicación.
—Desde un primer momento te dije que solo quería escuchar la verdad.
—Hay verdades que no me corresponde a mí revelar.
—Me imagino, siempre es mejor hacer sentir a tu novia una estúpida.
—Te amo, Ana y deseo lo mejor para vos. Se vienen tiempos complicados, yo solo pretendí darte recuerdos felices a los que aferrarte.
Se bajó del auto sin decir más nada.
Mario nos esperaba junto a la puerta abierta de la casa.
—Omar quiere hablar a solas con Ana —habló en mi dirección.
—¡¿Omar?! —gritó Ana sin poder contener más la angustia.
Empujó al hombre y por fin se enfrentó a su padre. Ingresé rápido tras ella, no intenté contenerla cuando lo empujó, llena de bronca. Omar la contuvo entre sus brazos.
—Amor, tranquila, por favor.
—No lo hice apropósito —se disculpó Mario.
—Dejennos a solas. —pidió Omar.
—¡Danilo no se va a ningún lado! —enfrentó a su padre.
Yo me mantuve callado en mi lugar, no sabía el motivo que llevaba a Ana a necesitar mi presencia, pero mientras ella así lo deseara, yo no pensaba moverme.
—Ana Paula —sentate —tenemos mucho de qué hablar.
Ana se mantuvo en su lugar, cruzó los brazos y levantó el mentón.
—Hablá, no se te olvide omitir los almuerzos con la familia feliz —disparó sin anestesia.
Omar se sentó con una calma impensada para la situación que estábamos viviendo, para mí quedó claro que estaba al tanto de que Ana ya sabía la verdad.
—Mi verdadero nombre es Omar Cuesta.
—¿Y el mío? —preguntó ella en un hilo de voz.
—Ana Paula Cuesta.
—¿Mamá?
—Evangelina Mateus.
—¿Está viva?
—No, Ana Paula. Tu madre si estuviera viva, jamás te hubiera abandonado, ni siquiera por el amor que sentía por mí. Vos fuiste todo su mundo, incluso desde antes de nacer, porque su mayor deseo era ser madre.
—¿No se suicidó?
—No.
—¡Quiero toda la historia! Completa, sin engaños, ni omisiones.
—Para eso estamos acá.
Ana se acercó a la silla y se ubicó en ella. Su mirada en mí, me hizo sonreír, no me devolvió el gesto pero me pidió que me ubicara a su lado, obedecí como lo que era: su fiel lacayo.
Omar inició la historia contando desde el día en que había conocido a Evangelina, la relación de los dos, detalles del embarazo de su mujer y de los primeros seis meses de vida de Ana. Luego blanqueó su verdadero trabajo como narcotraficante hasta llegar a su pésima relación con “El Tío”, concluyendo en el día del asesinato. Tomé a Ana de la cintura cuando su padre le contó la verdad, por un segundo pensé que se desvanecería. Omar se puso de pie y le trajo un vaso con jugo de naranjas.
—¿Por qué me hiciste creer que se había suicidado?
—Desde la muerte de tu madre hasta el día de hoy, no he hecho más que tomar pésimas decisiones. Entre esas, la nueva familia que armé solo para mantenerte a salvo, creeme que un matrimonio fingido, sin absolutamente nada de amor no le hace bien a nadie.
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Editado: 04.11.2024