Mi padre abrió la puerta del auto, exigiéndome que bajara. Si Danilo no hubiera estado herido, hubiera retomado el camino para alejarme de él, todo lo que fuera posible.
—Me quiero ir a mi casa —hablé sin mirarlo.
—¡Te vas a ir a tu casa y de allí no vas a salir hasta que yo lo ordene! ¿Estás loca? —gritó provocando mi ira.
Bajé del auto para enfrentarlo.
—¡Me lo has robado todo y todavía te da la cara para darme órdenes! ¡Me robaste a mi mamá! ¡Me robaste mi identidad! ¡Me abandonaste en esa casa enorme! ¿Querés saber si estoy loca? ¡Claro que lo estoy y es todo por tu culpa! —grité más fuerte que él, dañándome la garganta.
—Basta de escándalo, Ana Paula. Vas a volver conmigo a casa.
Aunque no lo había visto, sentía la presencia de Danilo a mi lado.
—Atrevete a obligarme —lo desafié.
A un casi imperceptible movimiento de su cabeza, sentí el sonido que hacen las armas al cargarse, giré incrédula. La sonrisa tranquilizadora que Danilo me destinó, mientras apoyaban un fusil en su sien sangrante me hizo entender en la clase de locura que estaba metida.
—¿Esta es tu manera de amar, papá?
—Volvé a casa y él se va a la suya, sin un rasguño.
Asentí, midiendo las acciones de cada una de las personas que allí se encontraban. Al saber que Danilo estaba fuera de peligro, con un golpe en el centro del pecho dejé sin aire al portador del arma, la tomé antes de que cayera al piso y la ubiqué en mi cabeza. Mario, mi papá y Danilo enmudecieron de inmediato, no fueron capaces de moverse ni para auxiliar al matón al que le había quitado el arma.
—Mi amor —rompió el silencio Danilo— esa mierda está cargada. ¡Por favor! Alejala de tu cabeza.
Mis ojos estaban clavados en los de mi padre, no sentía miedo, solo quería olvidar todo lo que me había contado.
—¡Omar! Decí algo —suplicó Danilo, que si bien hablaba no se movía de su lugar. Mi padre no reaccionaba—. Ana, tu papá nos va a dejar ir. Nos vamos a ir tranquilos a casa, pero ¡por favor! bajá el arma.
—Omar —lo llamó Mario— dejá a los chicos ir, ha sido demasiada información para un solo día.
Las lágrimas que cayeron de los ojos de mi padre, me hablaron de rendición, igualmente no bajé la guardia. Fue Danilo quien se acercó y me quitó el arma de las manos, la tiró lejos y me pegó a su cuerpo. Mi padre no me dijo nada, solo vi que algo le susurró a Mario y se alejó caminando con los hombros caídos.
—Suban al auto —habló Mario.
Danilo asintió, buscó mi rostro y lo besó reiteradamente.
—Subamos, Ana —me pidió.
No quería que el tal Mario nos condujera hacia ningún lado, no confiaba en él. Sin embargo, accedí sin rezongar porque quería alejarme de mi padre.
—¿Vas a ir al hospital a revisarte ese golpe? —fue lo primero que le pregunté a Danilo.
—No es nada. Estoy bien. —respondió buscando mi mano para acercarme a él.
Su contacto me quemó, no deseaba tenerlo cerca. Sin ninguna delicadeza me solté de su agarre y me ubiqué bien pegada a la puerta que me quedaba más cerca. El tiempo que duró el viaje, ninguno habló.
De vuelta en el departamento me metí a la ducha, Al salir comprobé que todavía alcanzaba a llegar a mi clase de Kung Fu, me vestí y me fui sin decirle a Danilo a dónde me dirigía.
Lo único que hice durante esa semana fue asistir al entrenamiento, ni siquiera me apetecía la compañía de Rau. Por las noches, compartía la cama con Danilo pero no habíamos vuelto a hacer el amor. Yo no sentía ni el más mínimo deseo y agradecía la distancia que él mantenía.
El viernes, esperaba que Danilo llegara del trabajo para comunicarle lo que había decidido. El reloj marcó las veinte horas sin noticias de él, llamé un taxi y viajé hasta el Rosas. Pasé sin anunciarme ni saludar a nadie, llegué hasta su oficina en pocos segundos, al atravesar la puerta encontré a Tamara casi echada sobre el escritorio con sus labios muy cerca de los de Danilo. Dirigí mi atención a él, que incómodo despedía a la mujer.
—No es lo que estás pensando.
—A mí cabeza no le cabe un pensamiento más.
—Ana, Tamara está rompiéndome la paciencia, yo no tengo ningún interés en ella.
Ignoré lo que dijo porque en verdad no me interesaba lo que allí sucedía.
—El instituto de Kung Fu va a abrir varias sedes en el país, una de ellas es en Chaco. Me ofrecieron un contrato para dar clases allí.
—¿Un contrato? ¿De cuántos meses? —preguntó frunciendo el ceño.
—En un principio sería un contrato de seis meses, con posibilidades de estirarlo si me siento cómoda.
—Ana, tenés que terminar la escuela. Además está Rau y estoy yo, qué haríamos seis meses sin vos.
—No te estoy preguntando, Danilo, te estoy informando. El micro sale el martes a las ocho de la tarde —di media vuelta y me fui.
Esa noche no volvió a dormir a su departamento y yo no me atreví a meterme en la cama que compartíamos, me quedé sentada en el sillón viendo como las horas pasaban.
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Editado: 04.11.2024