Capítulo 11
A Sergio le gustaron mucho esas piernas que vio justo frente a él. Su mano, de forma casi instintiva, se extendió hacia la pantorrilla suave y acarició con delicadeza la piel provocadora cubierta por las medias.
— ¿¡Qué está haciendo!? — se oyó una voz indignada. — ¡Quite la mano ahora mismo!
La mujer que había provocado aquel gesto reflejo en Sergio, sin embargo, no se apartó de él, sino que se quedó allí de pie, mirándolo desde arriba.
¡Maldita sea! Sergio recordó de pronto que era el jefe, el director. ¡Y que no podía andar tirado por el suelo en medio del pasillo! Sobre todo porque en la puerta se había formado un pequeño grupo de empleados que asomaban con curiosidad, aunque ninguno se atrevía a pasar por encima de las piernas de Sergio, que bloqueaban la salida.
Se levantó de un salto y, por fin, se encontró cara a cara con la mujer que le había provocado tan extrañas sensaciones. Unos ojos castaños lo miraban con indignación… y un deje de burla.
— ¿Y usted quién es? — preguntó Sergio, observando a la belleza.
Y es que aquella desconocida era, de verdad, hermosa: alta, vestida con un traje negro de oficina, elegante y ceñido, con una blusa blanca debajo. Su piel era tan pálida que parecía haberla cubierto con varias capas de polvo blanco como la nieve. Casi no llevaba maquillaje, salvo por unas cejas negras, anchas, que se abrían como alas de golondrina sobre unos ojos escondidos tras unos lentes ahumados estrechos. Su cabello —un corte bob negro— caía sobre sus hombros, peinado a la perfección, cada cabello en su lugar. A Sergio incluso le pareció que era de plástico. Quería tocarlo, comprobar si era realmente tan rígido, porque no se movía ni siquiera cuando la mujer hablaba. No lograba imaginar cómo había alcanzado semejante perfección en su peinado. Pero lo que más lo impactó no fue la severidad del estilo ni la furia en los ojos de aquella morena, sino los labios —rojo intenso, como dos cerezas. Y en uno de ellos, en la comisura del inferior, había un pendiente plateado.
¡Ah, ese pendiente! Atraía su mirada como un imán. Le daban ganas de probar esos labios… saber si eran tan dulces, tan deliciosos, tan embriagadores como parecían. A Sergio le encantaban las cerezas, sobre todo, ejem… las empanaditas de cereza.
Sacudió la cabeza, ahuyentando aquellos pensamientos, y de pronto volvió en sí. Vio que estaba allí, de pie, justo en la entrada, bloqueando el paso a sus empleados. Se hizo a un lado y exclamó con voz dura:
— ¿Qué hacen ahí parados? ¡Circulen! ¡Tengo un asunto urgente que atender!
Todos los empleados salieron de la sala de conferencias casi corriendo, huyendo hacia sus oficinas para no ser alcanzados por otra de las punzantes frases de Sergio. Y él, al darse la vuelta para mirar de nuevo a la desconocida, la vio ayudando a Orisia a bajarse de la bicicleta. La niña estaba junto a él, observando con atención a la mujer.
— ¿Y eso qué tienes en el labio? — preguntó directamente la niña.
— Es un pendiente, — respondió la mujer.
— ¿Y para qué lo tienes en el labio? ¡Debe ser incómodo para comer! ¿Y cuando tomas agua, no choca contra el vaso? Pero está curioso… ¡Yo también quiero uno así! Aunque los pendientes se usan en las orejas, ¿lo sabías? ¿Tienes pendientes en las orejas? — la niña echó un vistazo, tratando de ver más allá del cabello que cubría parcialmente las orejas. — ¡Wow, cuántos! — y sí, en cada oreja de la desconocida había varios pendientes.
— ¿Y tú quién eres? ¡Una curiosa, no una niña! — preguntó la mujer riendo con una voz grave, un poco ronca.
— ¡Soy Orisia! Y este es mi papá. Se llama Sergiy, ¡y es muy bueno! Hoy me regaló una bicicleta, ¡esta! — la niña señaló la bicicleta que estaba a su lado.
— ¡Primero, no soy tu papá! — rugió Sergio, empezando de nuevo a alterarse sin razón aparente. — ¡Y segundo, no te regalé la bicicleta! Valentyna Petrivna, ¡lleve a la niña! ¡Y la bicicleta también! ¡Llévela de nuevo a la sala de conferencias! ¡Es un modelo de exhibición, muy caro!
Valentyna Petrivna se apresuró a llevar la bicicleta de vuelta a la sala.
Los ojos de la niña comenzaron a llenarse de lágrimas...