¡ Devuélvan a la niña !

Capítulo 26

Capítulo 26

—¿Tú sabes hacer conitos? Porque yo no sé —de pronto tomó una hoja del escritorio de la secretaria y trató de hacer un cucurucho. No lo lograba, pero lo intentaba con esmero.

—Déjame ayudarte —dijo Valentyna Petrivna, tratando de no sonreír. Formó el conito y se lo pasó a Orisia—. Toma, para que respires.

—Es para papá —explicó la niña—. No te preocupes, todo estará bien. Toma el conito, respira —y le ofreció el papel a Sergio.

—¿Qué conito? ¿¡Qué “respira”!? —gritó de pronto, retiró su mano de la pequeña y corrió hacia su despacho.

Cerró la puerta, se apoyó contra ella. Dios, ¿qué le pasaba? ¡Gritaba como un loco! ¡Y frente a una niña! Y ella… ella solo quería calmarlo. Dijo que él era un “pobrecito”...

¿Por qué no pudo simplemente darle las gracias? ¿Sonreírle? Ella solo intentaba ayudar, con sinceridad, de forma infantil, ingenua, sí, pero desde el corazón. En su voz se sentía un cuidado genuino. Y ese “No te preocupes, papá” se le clavó en el alma como una aguja invisible.

Nadie jamás se había dirigido a él así, nadie había intentado consolarlo. Todos estaban acostumbrados a que él fuera la tormenta, la fuerza, el poder, y que no necesitaba apoyo. A él había que temerle, no consolarlo. Nadie le ofrecía conitos de papel para respirar, nadie le apretaba la mano con una manita cálida, nadie le había dicho nunca “pobrecito”. Y ese “pobrecito” sonó como algo que, quizás, alguna vez dijo su madre, aunque él ya ni lo recordaba. Su infancia quedaba muy lejos, cubierta por capas de tiempo y pragmatismo.

¿Y por qué, demonios, ahora quería abrazarla? Él nunca fue sentimental. Jamás pensó en tener hijos. Nunca se imaginó siendo padre. Y mucho menos… así, de repente.

Negó con la cabeza y luego se sentó en su sillón, detrás del escritorio. Tenía que calmarse de una vez.

De pronto, sus manos toparon con los documentos del contrato que había arrojado con rabia antes sobre la mesa. Encima de todo yacía la hoja que Ángela le había entregado justo antes de la reunión con los clientes. Recordó que ella había dicho algo sobre cifras y fraude, así que empezó a examinar el papel con más atención, enfocándose, alejándose poco a poco de su turbulencia interior.

Pero entonces lo invadieron otras emociones: indignación, furia, irritación... ¡Alguien de verdad había robado dinero!

El extracto bancario que sostenía en ese momento en sus manos era una confirmación oficial de que el vendedor había recibido el pago por la compra de bicicletas. En el documento figuraban varias cuentas personales a las que se habían transferido sumas determinadas. Él conocía bien las suyas. Pero una cuenta le resultó ajena, incluso sospechosa. A esa cuenta, justamente, se había enviado una cantidad que, aunque no era grande, molestaba a la vista. ¿Cómo había pasado eso?

Presionó el botón del escritorio para llamar a su secretaria.

—Valentyna Petrivna, le pido disculpas por haberme exaltado con usted. No volverá a pasar —dijo en tono seco, desviando la mirada, ya que Sergio no solía disculparse. Pero esta vez había cruzado ese umbral… Sabía que había estado en falta. Y de inmediato ordenó:

—Llame de inmediato a la persona del departamento de contabilidad que estuvo a cargo de las bicicletas infantiles y que gestionó los documentos de la transferencia correspondiente al lote número setenta y ocho.

La secretaria asintió y salió.

Y a Sergio lo atravesó un pensamiento que lo quemó por dentro: en contabilidad trabaja esa mujer que tanto le gusta. ¿Y si fue ella quien robó el dinero? ¡Sería horrible! Otro golpe en este día que ya lo tenía al borde.

Por desgracia… Sergio no se equivocaba.




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