Devuélveme A Mi Hija

CAPÍTULO 1: SALIDA DE ST. MARY

CAPÍTULO 1

SALIDA DE ST. MARY

—Lo lamento —dijo Jessy mirándome con ojos de gato herido.

—No te preocupes. Ya no volveré a llorar por esto. Nunca más me volverá a pasar —le respondí sintiéndome mal que estuviera triste por mí.

—Eso dijiste la última vez —me respondió porque Jessie es muy respondona.

La miré con recelo. Tenía que hacerle comprender que esta vez sí sería la última vez que lloraba por no tener familia. Que ya mejor me acostumbraba a quedarme allí, con el cariño de Rosie y el de ella, que, aunque era muy respondona, igual era mi mejor amiga.

—La última vez no era una niña madura…

—Y ahora lo eres…—su tono irónico no me pasó por alto. Jessie también es irónica.

—Al menos un poco más…

Pero Jessie pronto olvidó lo que estábamos hablando para abrir grandes sus ojos.

¡Descubrió el pastel bajo la cama!

—¡Allison! —no tuvo que explicar nada porque ya sabía a lo que se refería cuando llamó mi nombre con la mirada clavada en el pastel.

“Shhh…shhh…” chisteaban las otras niñas que intentaban dormir y no podían con nuestro parloteo.

—Puedes tomarlo si quieres —le ofrecí.

Jessie quedó erguida en la cama en un tris.

—¿Hablas en serio? ¡Es tu favorito! —decía sin que esas palabras la detuvieran para inclinarse a recogerlo y comenzar a comerlo.

Los pasteles en el orfanato eran un lujo pocas veces permitido. No sé de dónde Rosie lo sacó, pero sé que lo hizo para alegrarme. Yo no podía tragarlo, pero me hizo feliz ver como Jessie lo engullía con deleite.

—Come despacio. Si te ahogas comiendo pastel a estas horas, buen lío en el que nos meteremos nosotras y también Rosie —la amonesté porque Jessie es muy impulsiva y no piensa antes de actuar. Por eso le decía que debía madurar como yo lo hice.

Jessie se saboreó el pastel hasta dejar el plato reluciente. Terminó con un bigote de chocolate que me dio risa.

—¿No que estabas llorando? —me preguntó. Ella lo pregunta todo.

—Ya te dije que eso fue antes. Ahora me da risa tu bigote —bromeé y así descubrí que ya no me dolía tanto que mis padres no aparecieron por cuarta vez. Al menos esa noche pude dormir sin pensar en ellos.

La mañana siguiente, al reunirnos para clases, algunas de las niñas me miraban raro y yo sabía la razón, pero me hacía la desentendida. Algunas miraron con pena porque sabían que no se suponía que yo estuviera allí sino en la casa con mis padres. Hasta me había despedido de ellas. No hicieron comentarios, pero sus miradas compasivas me atravesaron como espada. Hasta Rebecca, con lo hiriente que es, mantuvo silencio. Con todo, fijé mi vista adelante y no hice contacto visual con ninguna por miedo a desmoronarme.

—No te preocupes. Yo ni siquiera he recibido desilusiones. No sé si tengo mamá o papá y ya estoy muy grande para que nadie me quiera adoptar —Jessie se ufanaba de ser fuerte y estar inmune al dolor de ser rechazada. También sentía que debía serlo porque era la mayor y cumpliría 8 años meses antes que cualquiera de las demás.

—Shh…silencio, niñas —nos regañó la maestra Stacy. Era muy estricta y no admitía cuchicheos durante clases.

Jessie y yo aguantamos las ganas de seguir hablando y nos enfocamos en prestar atención. No que fuéramos las más destacadas en clase, pero fracasar en alguna materia nos significaba un atraso que podría obstruir nuestros planes.

A partir de entonces, no deseé ser adoptada y ponía cara de enfado cuando nos presentaban ante posibles padres adoptantes. Había decidido que, bueno, si mis padres nunca volverían por mí, ya no quería nada.

Así se fueron los siguientes meses, luego los años. Aprobamos todas las materias y cumplimos con todos los requisitos para llevar una vida independiente.

Jessie cumplió 18 años primero que ninguna. Nunca nadie intentó adoptarla y a ella ya no le importaba. Su pensamiento iba dirigido a independizarse cuando saliera de allí, tal como lo habíamos planeado por años.

A mí todavía me faltaban unos meses, pero Jessie me estaría esperando cuando saliera.

—Cuando te toque salir, yo estaré establecida con un buen trabajo y un departamento propio. Te voy a esperar para que vivamos juntas —me ofrecía con entusiasmo.

Yo asentía con agrado ¿Dónde más podría ir si no tenia otra familia que no fuera ella? Incluso Rosie se había casado hacía mucho tiempo. Creo que, en efecto, se fue del país porque nunca más volví a verla. Por mucho tiempo no podía hablar de ella sin que se me saltaran las lágrimas. Solo espero que se encuentre bien dondequiera que esté.

Los siguientes meses pasaron lentos. O al menos eso me pareció. Mantenía contacto con Jessie y decía estar lista para recibirme. Claro, eso lo decía luego que yo insistiera en saber porque ella no me contaba demasiado.

—¡Por supuesto! Tengo un departamento y conseguí un empleo. Vamos a estar bien —me aseguraba.

Pero yo la conocía bien y sus palabras arrastraban una sombra de miedo e inseguridad. Como nuestras charlas eran limitadas por el tiempo, no lograba indagar más allá de lo que ella me contaba. Sin embargo, me daba la impresión de que las cosas no serían tan maravillosas como las habíamos imaginado. Ella nunca daba el brazo a torcer y se limitaba a disipar mis dudas con palabras animadas. Entonces yo optaba por seguir la corriente y pensar que todo estaría bien.

Entonces llegó al fin mi gran día.

No logré disimular que estaba nerviosa. Había vuelto a colocar mis pocas pertenencias -apenas tres vestidos, dos pantalones y un poco más- en la misma maleta vieja y desvencijada con la que esperé a mis padres por última vez. Ya no estaba Rosie para despedirme ni existían las cintas rosadas en mi cabello. Pero la maestra Stacy puso de lado su expresión severa para mostrarme una amable (aunque sospecho que fingida) sonrisa.

—Te deseamos lo mejor —se esforzó en decir tras un abrazo apresurado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.