CAPÍTULO 6
FLOTANDO
Intenté serenarme porque me pareció ridículo sentirme de aquella forma solo porque volví a verlo.
“Vamos, Allison…no seas tonta.”—me dije y me acomodé un mechón de cabello tras la oreja porque es lo que siempre hago cuando me pongo tan nerviosa que no sé que hacer.
Entregué la orden de pedido, y de inmediato fui a lavarme las manos que me sudaban. Luego, como si nada hubiera pasado, continué con mis labores. Por fortuna, había muchos clientes y eso me mantuvo ocupada.
No obstante, de vez en cuando echaba un vistazo a su mesa. Su amigo y él conversaban animadamente mientras esperaban la orden. A lo lejos pude analizarlo mejor. Era un hombre joven y atractivo, de esos que no pasan desapercibidos. Tenía los ojos color miel, llevaba el cabello peinado meticulosamente, zapatos lustrosos y una sonrisa capaz de derretir un témpano de hielo. Sentí un poco de vergüenza cuando en un momento me pilló observándolo. Pero mi vergüenza pronto se desvaneció para convertirse en alegría porque él también me miró y me dedicó una sonrisa. ¡El corazón me dio golpeteos en el pecho! Aparté la mirada para que no notara el efecto que me había causado. No quería que pensara que me había flechado por completo. ¡Pero vaya que me flechó!
Al rato fui a su mesa a entregarles su orden y me comporté profesional y comedida.
—Aquí traigo su orden —dije mientras acomodaba todo sobre la mesa y luchaba por no voltear una taza o dejar algo caer —¿Desean algo más? ¿Leche, crema, sin lactosa? ¿Azúcar? ¿Stevia?
Lo vi sonreír por primera vez. Le devolví la sonrisa sin exagerar mientras me repetía en la mente que él solo trataba de ser amable. Nada más. No me debo hacer ideas. Necesito que la piel enchinada por la emoción no se me note demasiado.
—Todo excelente, señorita. Muchas gracias —dijo el amigo que lo acompañaba y en quien apenas reparé embelesada como estaba en el otro.
Regresé al mostrador ya más serena. El hecho de que me hubiera sonreído y luego sentir su cercanía logró calmar mi inquietud. Por ilógico que eso fuera.
Me detengo a mirarlo cada vez que puedo. Finjo hacer otra cosa cuando en realidad los ojos se me han ido tras él. Y todo lo que hace me parece maravilloso. Como toma cortos sorbos de su café, como se inclina hacia adelante cuando conversa, la forma en que mueve las manos. Todo. Todo me parece maravilloso.
Casi han terminado cuando oigo que me llaman nuevamente. Regreso de mil amores.
—¿Se les ofrece algo más?
Hago la pregunta deseando que me diga que sí. Que se le ofrece invitarme a salir, casarse conmigo y tener muchos hijos. Sacudo el pensamiento cuando el pedido por la cuenta me regresa a la realidad.
—La cuenta, por favor —pide su amigo, formal y amable. Lo observo por primera vez y me da buena vibra. De esas que dicen sin palabras que una persona es agradable. Si es amigo de él, también quiero que sea mi amigo.
Le entrego la cuenta y salda allí mismo dejándome una generosa propina.
—Muchas gracias —le agradezco y quisiera decir algo más. Quizás algo mejor articulado, una frase ingeniosa o cualquier cosa que me hiciera destacar. Pero no acierto sino a dar las gracias y ahí muere mi deseo de ser inolvidable.
Quisiera inventar algo para retenerlo siquiera un momento, pero no se me ocurre nada. Me doy media vuelta para regresar a colocarme tras el mostrador. Llevo una sonrisa idiota en el rostro. Lo sé. Solo espero que nadie se de cuenta que ando volando por las nubes.
Los vi salir del local y me pareció que él volteó su rostro para buscarme. O quizás lo imaginé. Tal vez solo se aseguraba que no había dejado nada sobre la mesa. El caso es que fue un vistazo demasiado fugaz y tuve que volver a mis deberes y olvidarme de él por el resto del turno.
Llega mi hora de salida y apenas me percato. Tengo la mente tan distraída que no sentí el pasar del tiempo.
—Hoy ha sido un día fuerte. Ya váyanse a casa —nos despachó el señor Brown.
Estaba exhausta. No solo físicamente, sino que la carga emocional también me agotaba. Me quité el delantal y me dispuse a marcharme. Tendría clases al siguiente día y solo pensaba en llegar a darme una ducha y meterme a la cama.
La noche era oscura y caía una leve llovizna. La ventaja de vivir cerca hacía que no me preocupara. Me disponía a cruzar la calle cuando de repente sentí algo que me trastornó por completo. Una mano me sujetó por el brazo. Di un respingo, sobresaltada.
—Discúlpeme, señorita…—escuché una voz hablarme.
Poco me faltó para caer redonda en el suelo. ¡Era él!
Sus ojos cautivadores parecían traspasarme al mirarme. Miré nerviosa a mi alrededor para asegurarme que me hablaba a mí. Fue una tontería de mi parte porque claramente no solo me hablaba, sino que sujetaba mi antebrazo con su mano.
—Sí, dígame… ¿Puedo ayudarlo en algo? —pregunté movida por la costumbre como si todavía fuera un cliente que atender y no un príncipe que se me acercaba en plena calle.
Soltó su mano de mí y se disculpó.
—Lamento acercarme de esta forma, pero es que…es mi oportunidad de hablarle y no quiero perderla…—soltó con encanto, con una sonrisa inmutable.
—No se preocupe…
Entonces se quedó mirándome sin hablar, como escarbando mi rostro y buscando algo. Rogué que no fuera capaz de adivinar todas las emociones que me causaba tenerlo de frente. Me hubiera dado una pena infinita.
—Esto le va a parecer absurdo…o cuando menos…atrevido…pero…
Dejó la oración inconclusa. ¿Estaría él tan emocionado como lo estaba yo? De cierto, las palabras le trastabillaron y no terminaba de decir lo que fuera que lo motivó a detenerme en la calle.
Yo tampoco forcé a que me dijera lo que pensaba, sino que igual me detuve a observarlo y lo dejé que organizara sus pensamientos. Fue lo mejor que hice porque seguro lo echaría a perder con cualquier babosada que saliera de mi boca.
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Editado: 04.12.2025