CAPÍTULO 15
NACIMIENTO
—¿Qué estas diciendo? No puede ser…déjame ver…—digo casi en automático. No logro asimilarlo.
Parker toma la prueba en la mano y la coloca frente a mí. Parpadeo varias veces porque el signo de positivo no se ve claro. Aunque suene tonto decirlo, podríamos estar imaginándolo.
—¿Es real? —musito con un hilo de voz, todavía incrédula.
Parker tiene una amplísima sonrisa dibujada en los labios.
—¡Por supuesto que es real! ¡Voy a ser padre! —exclama eufórico, incapaz de contener su alegría.
Me toma entre sus brazos y me aprieta fuerte contra su pecho.
—Gracias por este regalo. Es lo más que deseaba en la vida —dice y yo le respondo con silencio porque esto no pasó a conciencia. Fue tal vez mi descuido, mi ignorancia o cualquier otra cosa. No sé a que adjudicarlo. Pero no fue mi intención. Quedar embarazada no estaba en mis planes.
—¿Estas feliz? —finalmente le pregunto, aunque la respuesta es obvia.
—Hasta que nazca el bebé, éste será el día más feliz de mi vida —responde con voz aterciopelada.
No puedo evitar sentirme aturdida. Los malestares se han ido, pero me ha quedado una zozobra en el pecho que no puedo explicar. Me atacan de golpe todo tipo de pensamientos, en especial, que tendré que poner en pausa mi vida completa. Con esto se va al traste mi ilusión de volver a estudiar el próximo semestre. Y ni hablar de trabajar.
Parker me ha regresado a la cama y prácticamente me ha declarado en reposo absoluto.
—Debes descansar. No quiero que hagas esfuerzos innecesarios. Estos primeros meses son los más vulnerables y debes cuidarte.
—¿No te parece que estas exagerando? Me siento bien…no es para tanto y aparte…quedan muchos meses por delante. No pretenderás que me quede inútil en la cama todo el tiempo —reclamo, aunque sea en vano. Él se comporta como si no me hubiera escuchado.
Acostada en la cama, me quedo mirando el techo. Parker, sin embargo, parece haber elaborado un plan con anticipación porque dispara todo tipo de instrucciones.
—Mañana te traeré vitaminas prenatales con ácido fólico —me informa.
Le cuestiono que será mejor que visite un ginecólogo obstetra para que supervise la gestación pero Parker se niega e insiste que no soy de alto riesgo y que una embarazada debe evitar visitar hospitales y tener contacto con las bacterias que proliferan en los lugares donde hay enfermos.
—Un embarazo no es una enfermedad —le aclaro.
Se encoje de hombros.
—Igual, no es conveniente exponerse.
No tengo ánimos de discutirle. Voy a esperar que se le pase la euforia y luego lo convenceré de que hagamos las cosas como deben ser. Opto por quedarme callada.
***
Estoy sentada en el sofá del salón. Tengo los pies hinchados, los pechos rebosantes y un permanente deseo de vaciar la vejiga. Pero de todas las cosas, la soledad es la que más me agobia. Es cierto que se ocupa de mi bienestar, de que todo esté al día pero Parker se queda cada vez menos en la casa y estoy hastiada de reclamarle.
“Entiéndeme, hermosa. Estoy viajando mucho ahora para poder quedarme más cuando nazca el bebé. Es preferible hacerlo así " —me dice intentando convencerme, pero yo ya no quiero oírlo. Solo espero que sea cierto lo que ofrece.
No le he contado a Jessie los pormenores de mi relación con Parker porque no quiero preocuparla. Nos comunicamos con frecuencia, pero ya no es lo mismo. Ella me cuenta de lo fascinante que es su nueva vida, le apasiona su trabajo y el lugar donde vive. Además, su relación con Alexander va en serio. Ya tienen fecha para su boda. No seré yo y mi vida nefasta la que empañe su felicidad.
La vida se me ha vuelto gris. Solo este hijo que ya está a punto de nacer me sirve de consuelo. Renuncié a todos mis sueños. Desde que quedé embarazada Parker no ha vuelto a hablar de casarnos y se desvaneció la ilusión de visitar Budapest. Todo se hizo humo.
No entiendo como fue que fui sometiéndome a los desmanes de Parker. Quizás todo fue tan sutil, tan de poco en poco, que no me di cuenta del rumbo que tomaban las cosas. O quizás me he aferrado tanto a la única persona que tengo en el mundo que no me importa otra cosa. Lo cierto es que aquí sentada medito sobre que estoy a punto de dar a luz y nunca me ha visto un médico.
Mi bebé crece vigoroso. Eso lo sé porque patea con frecuencia y no me deja dormir. Yo le hablo para que vaya conociendo mi voz y solo así parece calmarse. Estoy ansiosa por verlo, por tenerlo en mis brazos y besar su pequeño rostro. Tengo la esperanza que con su llegada pueda al fin formar la familia que siempre he soñado. Parker, el bebé y yo.
Intento levantarme del sofá y siento una punzada que me paraliza. Trago hondo porque Parker aun no llega y me da terror encontrarme sola cuando comiencen las contracciones.
“Ya se me pasará…”—pienso.
Pero minutos después la punzada se repite y comienzo a temer que mi hijo esté próximo a nacer en este momento cuando me encuentro sola. Quiero controlarme, pero no puedo. El dolor se torna insoportable.
Busco desesperada mi teléfono y llamo a Parker.
—Tienes que venir…el niño ya viene…apúrate…—digo entre jadeos entrecortados.
—Estoy de camino…aguanta un poco…llego pronto…quédate conmigo en la línea, no sueltes el teléfono —respondió nervioso.
Yo tiré el teléfono de lado. Estaba fuera de control. Las contracciones fueron cada vez más fuertes y sentía enloquecer. Quise caminar y llegar hasta mi dormitorio, pero no pude.
No tengo idea de cuánto tiempo había pasado cuando sentí la puerta abrirse. Parker llegó acompañado de un hombre al que yo nunca había visto. Supuse se trataba de un médico puesto que traía puesta una bata blanca, y del cuello le colgaba un estetoscopio.
—Ya estamos aquí —dijo tan pronto cruzó el umbral de la puerta —Él es médico y va a atender el parto.
#247 en Novela romántica
#98 en Novela contemporánea
superacion decepcion empezar de nuevo, lucha entre familias, engaño y traicion
Editado: 24.12.2025