Devuélveme A Mi Hija

CAPÍTULO 17: REGRESO APRESURADO

CAPÍTULO 17

REGRESO APRESURADO

Me siento perdida con un médico al que nadie conoce y Parker que no atiende mis llamadas. Para mayor desconcierto, los próximos intentos de comunicación son completos fracasos. La llamada no logra conexión y al final sale un mensaje que el número esta desconectado y sin servicio. La angustia se apodera de mí.

Miro a todos lados buscando algo que no sé que es pero que espero me ayude a comprender lo que está ocurriendo. Estoy tan confundida que le pregunto a cada persona que encuentro si conocen ese médico. Las respuestas son siempre negativas.

Al cabo de tantos intentos fallidos, busco información en la red y cuando coloco el nombre Dr. Marcel Dumont solo encuentro un médico con un nombre parecido – Marceline Dum- pero es en otro país.

Mi desesperación va en aumento y se ha vuelto frenética. Intento otra vez llamar a Parker, pero caigo nuevamente en un callejón sin salida. Nada. Ni siquiera timbra.

Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, pero mi interior me grita que debo mantenerme serena, tengo que componerme. Nada lograré si no puedo razonar y mantener la cabeza fría. Esto debe tener alguna explicación. Me limpió las lágrimas y decido regresar a la casa.

Llamo un servicio de taxi y me escandaliza la tarifa que sugiere. No hay manera que pueda pagarme el viaje de regreso. Con el dinero que traigo y el saldo de mi tarjeta apenas llegaría hasta medio camino.

El taxista me mira con una mezcla de piedad e impaciencia.

—Es que no puedo pagar esa cantidad…no dispongo de tanto —le digo con el tono más menesteroso que logro emplear. Tengo la vana esperanza que disminuya la tarifa, aunque sea por esa piedad que me parece percibir en sus ojos.

Pero gana el negocio y el caballero no se inmuta.

—Es que es un viaje largo, mucho gasto de gasolina… —dice para mi desconsuelo.

—Lo sé…pero me urge regresar a la casa. Tengo una bebita recién nacida y….

No logro terminar la oración porque otra vez el llanto quiere apoderarse de mí y es difícil reprimirlo.

—Tal vez pueda tomar el autobús —sugiere. Es cierto que tardará más, pero…

Esta vez soy yo quien no lo deja terminar de hablar.

—¿Dónde puedo tomarlo? ¡Me urge irme lo antes posible! —imploro.

He tratado de no perturbarme, pero lo cierto es que la voz se me quiebra, me tiemblan las manos y siento un chorro de sudor bajarme por la espalda.

El caballero me indica donde puedo tomar el autobús y me dirijo hacia el lugar sin pérdida de tiempo.

—Recuerde que el autobús solo llegará hasta la estación. El resto del camino tendrá que hacerlo caminando…usted vive demasiado apartada…—lo escucho decir a lo lejos pero no me importa. Cualquier cosa es mejor que quedarme allí.

Cuento el dinero que tengo y me doy cuenta de que apenas tengo las monedas exactas. Dispongo de un pequeño ahorro para emergencias, es muy poco, pero estoy dispuesta a gastármelo todo. De todas formas, el autobús no acepta otra forma de pago que no sea con tarjeta y así logro subir. Tengo el corazón en la garganta. Un mal pálpito de que algo no esta bien. Algo está terriblemente mal, aunque no logre adivinar lo que es.

Tomo el asiento junto a la ventana lo más cercano a la puerta posible. En este momento me sirven hasta los pasos que pueda ahorrarme. No tengo idea de la distancia que luego tendré que recorrer hasta llegar a la casa, pero me alegro de haberme puesto botas. Una fina cortina de nieve comienza a caer. Extrañamente, eso me da ánimo y me impulsa porque sé que debo apurarme todavía más.

El autobús va lleno de gente, pero poco a poco los veo irse en cada parada y al cabo de un tiempo quedamos tan solo unos cuantos pasajeros. Reconozco el camino y sé que todavía falta mucho por llegar a la casa. Poco después el autobús se detiene.

“Estación final” escucho decir por el altavoz.

Es la última parada y de ahí el autobús regresa a su ruta. ¡Que lejos estoy todavía!

Me acomodo el abrigo ligero que traigo y emprendo la marcha hasta mi casa. La temperatura ha descendido bastante y mi vestimenta no es la adecuada. En este momento quisiera tener alas para volar. Pero no las tengo y me consuelo pensando que cada paso que doy me acerca a mi hija.

Veo algunos pocos autos pasar y quisiera aventarme frente a ellos para que me ayuden, pero pasan ligeros y sin percatarse de mi presencia. Mi mente no descansa. Por ratos imagino lo peor y por ratos pienso que todo es un gran malentendido del cual me reiré más adelante.

Al fin llegó a la casa. Aunque estoy exhausta la necesidad de confirmar que todo está bien me da fuerza. Mi primera impresión es que no ha pasado nada. El exterior de la casa luce como siempre, no hay indicios de nada fuera de lo normal.

Abro la puerta y siento un silencio tan frio que me sobrecoge. Me estremezco de pies a cabeza. Tiro el bolso de lado y comienzo a buscarlo.

“¿Parker? ¿Estas aquí? Te he estado llamando… ¿Se te ha dañado el teléfono? —” lo llamo al tiempo que me dirijo a nuestra habitación, pero en cuestión de nada compruebo lo que me temía.

No hay nadie. Todo aparenta estar tal y como lo dejé. Miro a todos lados y no lo veo. Mi ansiedad se dispara. Entonces corro a la habitación de mi hija.

Compruebo con horror que la cuna está vacía.

Llamo y repito su nombre una y otra vez

“¡Parker! ¿Dónde estás? Por favor, responde…”

Voy recorriendo el resto de la casa. Mi búsqueda se ha tornado frenética y desesperada. Abro la puerta del baño, luego me dirijo a la cocina, incluso reviso los armarios y, por absurdo que parezca, miro el pequeño balcón que da al jardín trasero. Tal vez están entre los abedules. Nadie en sus cinco sentidos sacaría fuera un bebé con este clima, pero debo descartarlo todo.

¡No esta Parker! ¡No está mi niña!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.