Comenzaba la segunda quincena del mes de noviembre, cuando Morena y Ainara mantuvieron una conversación en la cual se proponían sacar a Saiana del pozo donde se ocultaba. No aguantaban ver cómo su amiga, la mujer que algún día había brillado, hoy era un fantasma, una sombra. En cambio, ella no quería saber nada de nadie, por una vez en su vida quería estar sola, esconderse y perderse en sus recuerdos de la mano de una botella de vodka. Lograr que no la molestaran era su principal objetivo. Según su forma de ver las cosas, había perdido todo, no le quedaba nada. La traición de su reciente exmarido la tenía devastada. Le habría entregado hasta su último aliento a cambio de que no llevara adelante esa estafa y sobre todo para que no la involucrara. Lamentablemente, ella no estaba al tanto de nada, por lo menos no lo estuvo hasta ese fatídico día. Su palabra ya no tenía más valor, su orgullo estaba dañado y su trabajo se había desvanecido. El castillo de ensueño que creía poseer se había venido abajo, al igual que las casitas de naipes al soplarlas.
Era consciente de que sus amigas querían ayudarla, pero el tema era que ella no quería recibir ese empujón. Definitivamente estaba convencida de que vivía mejor encerrada entre las paredes en las que algún día fue feliz.
Una de esas noches en las que se sintió extremadamente acorralada por los malos recuerdos, se dispuso a salir a caminar. No se fijó que era de madrugada, ni con qué se vistió; solo procuró cubrir su cuerpo, aún le quedaba un poco de pudor. Anduvo abstraída en su propio mundo vagando sin destino, como si eso borrara todo lo que había sucedido. Lamentablemente no fue así, esa noche no solo se arriesgó a todo tipo de peligros sino que también puso en riesgo a los demás al cruzar una avenida con el semáforo en verde. Estaba tan borracha que no sintió nada, ni los gritos de la poca gente que andaba por las calles, ni las bocinas de los autos, y mucho menos, el golpe que recibió su cuerpo al ser embestido por una camioneta.
La ambulancia llegó al lugar e inmediatamente atendieron a la mujer que yacía inconsciente sobre el asfalto. Le colocaron un cuello ortopédico y la cargaron en una camilla para poder trasladarla al hospital más cercano. Al salir de su casa solo con lo puesto, Saiana no llevaba encima el teléfono celular, ni dinero, no había forma de que supieran quién era hasta que despertara y eso recién sucedió veinticuatro horas después del accidente.
Cuando abrió los ojos no entendía nada, se encontraba absolutamente desorientada y le dolían hasta las uñas de los pies. Amenazada por las náuseas y el mareo que la atacaba trato de observar con atención todo lo que la rodeaba. Al descubrir que se hallaba en la habitación de un hospital quiso incorporarse, pero el fuerte dolor que martillaba su cráneo se lo impidió. Buscó tanteando con dificultad sobre la cama, hasta que dio con el botón para llamar a las enfermeras y lo presionó. Unos segundos después la habitación se llenó de gente. La revisaron, le hicieron una serie de pruebas y preguntas a las que pudo responder con bastante dificultad, y la dejaron descansar. A los pocos segundos cayó rendida, preguntándose por qué se encontraba en ese lugar.
Las enfermeras hicieron las anotaciones pertinentes en la historia clínica, que recientemente habían abierto para la paciente, y entre ellas comentaban sobre el estado en el cual ella había ingresado. No entendían cómo una mujer tan hermosa se dañaba a sí misma de esa forma.
Unas horas más tarde se detenían frente al mostrador de la recepción, un oficial de la policía, acompañado de dos mujeres absolutamente descontroladas a causa de los nervios. Estas le exigieron a la recepcionista, prácticamente a los gritos, que les informara dónde se encontraba la paciente Saiana López; alegando que ellas eran las únicas familiares que ella poseía. Esto le fue comunicado al médico que la estaba atendiendo y él se encargó de darle el parte a las mujeres que estaban creando un surco en el piso de la sala de espera.
Morena y Ainara escucharon atentamente las palabras que recitaba el doctor. Sus caras estaban tintadas por la angustia y el miedo que las inundaba. Jamás se esperaron que el pronóstico fuese tan malo. Su amiga no estaba nada bien. El impacto había dejado una secuela muy importante; Saiana tenía una conmoción cerebral. El médico les explicó que unas horas antes, cuando la paciente despertó, presentaba todos los síntomas y que la confirmación la habían obtenido al realizarle una tomografía computada. Lo favorable de esa situación era que por el momento, se descartaban daños mayores y por eso no era necesario realizar un drenaje cerebral. El hombre les pidió que se tranquilizaran y que confiaran en que su amiga se pondría bien, no sin antes advertirles que había probabilidades de que la paciente, por el momento, no volvería a ser la misma.