Efectivamente la advertencia que el médico les había hecho ese día, no había sido en vano. A Saiana le llevó semanas recuperarse físicamente. Poco a poco, se fueron desvaneciendo los cardenales del rostro, del torso y de los brazos. La incapacidad para despertar fue desapareciendo y el entumecimiento de sus extremidades se fue esfumando. El habla fue lo que más le costó mejorar, pero lo que más les agobiaba a las tres era el estrés postraumático que persistía en el tiempo. Saiana pasaba de la tristeza a los ataques de ira en un abrir y cerrar de ojos. Así como de repente llegaba el sentimiento de soledad, este se iba y la inundaba la culpa; si bien ella no sabía el porqué de ese sentimiento, este estaba ahí.
El día del alta, al salir de la clínica, los recuerdos del accidente la golpearon con vigor. Sus piernas se tambalearon y estuvo a punto de caer, pero ahí estaban sus amigas para sostenerla y sacarla a flote.
Al entrar a su departamento, nuevamente la sensación de soledad la golpeó, seguía sin saber el porqué de la existencia de ese sentimiento y eso la perturbaba. A causa del estrés postraumático, Saiana tenía una pérdida de memoria a corto plazo y sus amigas, por recomendación del doctor, no debían apresurarla ni animarla a recuperar sus vivencias. Por eso le habían preparado una sorpresa, la cual estaban a punto de darle.
—Sai, tenemos algo para decirte —comentó Ainara, nerviosa. La verdad era que no sabían cómo se iba a tomar todo eso.
—Sí ¿qué es lo que tienen que decir? —respondió indagando mientras tomaba asiento en el sofá de la sala de estar. Todo debía hacerlo con cuidado, ya que los movimientos exabruptos le provocaban ataques de vértigo.
—Ambas creemos que lo mejor es alejarte de la ciudad por unas semanas. Por eso, hace unos días, con autorización de tu médico, compramos tres pasajes aéreos con destino a Tierra del Fuego. ¡Mañana mismo partimos hacia Ushuaia o mejor dicho a la ciudad conocida mundialmente como la más austral del mundo o como el fin del mundo! —expuso Morena encogiéndose de hombros bajo la atenta mirada de su amiga. Saiana no podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Ustedes se volvieron locas? ¿Cómo se les ocurre planear un viaje cuando yo estoy en estas condiciones tan deplorables? —sentenció con tono firme pero calmado.
Las otras dos se miraron entre ellas y después clavaron sus ojos en la mujer que las miraba incrédula.
—No estamos locas, querida amiga. Buscamos una forma de que te relajes y ese lugar es el sitio ideal. Ya te voy advirtiendo que no aceptamos un no como respuesta —afirmó, poniéndose de pie y extendiendo los brazos hacia las demás. Ellas se levantaron, se acercaron y aceptaron encantadas el abrazo grupal que se llevaba a cabo. Saiana seguía indecisa pero muy en el interior de su corazón sabía que sería lo mejor. No era capaz de despreciar todo lo que le daban, estaba más que segura de que sus pilares la cuidarían y la ayudarían a salir adelante.
Abrazadas caminaron hacia la habitación en la cual, entre charlas, risas y alguna que otra anécdota, comenzaron y finalizaron de armar las valijas para el tan inesperado viaje que harían.