Diciembre en el fin del mundo

Capítulo 3

El veinte de diciembre, las tres mujeres llegaron a Ushuaia, aquella ciudad que se ubicaba en las costas del canal Beagle rodeada por la cadena montañosa del Martial, en la Bahía de Ushuaia. Ese lugar contaba con un clima húmedo, aunque era tal la persistencia del frío que en pleno verano austral estaba nevando y la temperatura no superaba los cero grados.

El hotel donde se hospedaron era perfecto para la ocasión; no había ni muchos, ni pocos huéspedes. Estaba en una zona accesible para los turistas y no necesitarían manejarse en transporte público en el caso que quisieran salir. Ya instaladas en su habitación se dedicaron a descansar para luego, ducharse y bajar al restaurante a cenar.

Saiana seguía sufriendo las consecuencias de su inmadurez para sobrellevar los problemas. El viaje había sido una completa y absoluta tortura, al menos para ella; los ataques parecían nunca desaparecer y encontrarse en un espacio desconocido no estaba ayudando mucho. Se propuso madurar y aprender a comportarse. Se dijo que debía hacerle frente a su tortura personal y vivir. El universo le había proporcionado otra oportunidad y no la desperdiciaría.

Quizás gracias a esas palabras de aliento que se dio, fue que al otro día se animó a salir a la calle. Las tres se abrigaron bien y muy alegres salieron a recorrer aquella ciudad tan conocida como el fin del mundo. Caminaron por las calles admirando cada detalle. Entraron a los museos que más llamaron su atención. Almorzaron en un pequeño restaurante que se encontraba sobre la costa y se quedaron satisfechas al probar platos típicos del lugar.

Unos días después de su llegada, Saiana volvió a perderse, como en cada amanecer, mirando el imponente Glaciar Martial. Este estaba rodeado de densas nubes y nevado en la cima, era algo mágico, maravilloso de ver. Cuando se sintió en paz con su alma, giró para mirar a sus amigas. Ellas estaban completamente dormidas, despertarlas le daba lástima por eso, con mucho cuidado, tomó la ropa que había dejado acomodada la noche anterior y se metió en el baño para prepararse. Una vez lista, tomó el abrigo y salió en calma de la habitación. Antes de salir al exterior del hotel, le preguntó a la recepcionista dónde podía hacer algunas compras, esa noche se festejaba la tan esperada Navidad y papá Noel había despertado con ganas de fundir la tarjeta de crédito. Siguió las indicaciones que la joven le había dado y sin ningún problema dio con los negocios que buscaba. Sin darse cuenta, se le pasó la mañana volando, cuando miró el reloj ya eran más de las dos de la tarde. Abonó el café que se acaba de tomar, cargó todas las bolsas que tenía y salió sin mirar por dónde iba. No había hecho ni cinco pasos cuando impactó contra el cuerpo de alguien que iba en dirección contraria a la de ella. De golpe, uno de sus ataques de vértigo la asaltó y tuvo que largar todo lo que llevaba en sus manos y sostenerse de aquella persona que tan bien olía. Apretó sin cuidado los bíceps del hombre que la observaba atónito. Saiana no quería abrir los ojos, el cuerpo le temblaba y la sangre corría furiosa por sus venas. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan apabullada o al menos eso era lo que ella creía. Sabía que el no recordar su pasado más reciente, en algún momento iba a pasarle factura, pero eso en ese instante no le importaba. Por primera vez desde su accidente se permitió abrir el candado de sus sentimientos y gozar de aquellas sensaciones que tan bien la hacían sentir.

—Señorita, ¿terminó con su inspección? —indagó Mateo con diversión, sin siquiera pestañear. Las facciones tan delicadas de la morocha lo habían dejado fuera de juego por algunos minutos. Por eso consintió que lo olfateara y permitió que acariciara sus bíceps con descaro.

Saiana volvió a la realidad cuando sintió cómo el desconocido le hablaba al oído y su respiración le acariciaba el lóbulo de la oreja, haciendo que su piel se pusiera de gallina. Abrió los ojos con lentitud y lo miró. Clavó sus iris en los de él y se dejó ir. Frente a ella tenía a la criatura más hermosa que había visto jamás. Sabía que estaba comportándose como una desquiciada y no le importaba. El rubio la sujetaba de la cintura y el calor de esas manos traspasaba las prendas que llevaba puestas. Respiró hondo y tragó saliva con fuerza, preparándose para hablar y disculparse, como si hiciera falta, ya que el desconocido no parecía descontento con su rara actitud.

—Lo siento mucho. Venía caminando distraída y no me fijé por dónde iba —relató excusándose, sin contestar la pregunta que él había hecho. Parpadeó varias veces y salió del embrujo en el que se encontraba. Retiró las manos de sus brazos y se movió incitándolo a que también la dejara ir. Bajo la atenta mirada de aquel hombre, se agachó con calma y recogió todas las bolsas para poder marcharse. De repente se sentía avergonzada y culpable, ese maldito sentimiento estaba eligiendo ese momento para hacer acto de presencia. Afligida, inclinó la cabeza y pasó por su lado; él se quedó estático sintiendo cómo el fuego abrasador que ese toque había encendido, se desvanecía. Sintiéndose aún demasiado atontado como para reaccionar, la dejó marchar sin siquiera ser capaz de averiguar su nombre.




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