Diciembre en el fin del mundo

Capítulo 4

Y así fueron pasando los días. Cada tarde se encontraban en el hall del hotel, paseaban por diferentes lugares y se iban conociendo, se volvían cada vez más estrechos el uno con el otro y la atracción crecía como las llamas de un gran incendio. El comienzo de un nuevo año estaba a la vuelta de la esquina, y el regreso de Saiana a Buenos Aires también; sus amigas debían regresar para retomar sus actividades. Esto a Mateo no le agradaba ni un poco, no sabía cómo pedirle que le diera más tiempo, que se quedara junto a él. Tenía una necesidad imperiosa por retenerla, la sentía tan suya que le era imposible imaginarse cómo sobrellevar su partida. En unas pocas semanas ella se había convertido en su todo y no estaba dispuesto a perderla. Por eso, después de estudiar detenidamente sus opciones, optó por una y estaba preparado para llevarla a cabo.

El último día del año pilló a las tres amigas preparándose para irse de compras. Esa noche, al igual que en Navidad, cenarían en el hotel y asistirían a la fiesta de blanco que se daría para festejar el Año Nuevo.

Saiana seguía sin encontrar el momento oportuno para contarle a sus amigas lo que había estado haciendo cada tarde y ellas, al verla tan repuesta, suponían que ese viaje, alejadas de todo, le estaba haciendo muy bien. No se les pasaba por la cabeza otra opción, como por ejemplo que las mejorías de ella eran por un apuesto rubio que estaba poniendo su mundo patas para arriba. La morena tenía serias dudas sobre su marcha y ya no sabía si quería recuperar la memoria, tenía la sensación de que esa parte de su vida no había sido buena, por eso su mente la bloqueaba.

A media mañana salieron del hotel riendo a causa de una de las tantas monerías de Morena. Resultó ser, que la más osada del grupo, se estaba enredando con un millonario que estaba de paso por allí y en el ascensor, no tuvo mejor idea que describir con demostraciones algunas cositas que le había hecho la noche anterior.

Saiana, aprovechando el buen humor que reinaba en el ambiente, invitó a las chicas a almorzar en un pequeño restaurante por el que pasaban. Estaba preparada para hablarles de Mateo, quería arrancar una temporada sin cargas que arrastrar y estar ocultándole eso a sus amigas la estaba torturando. Tomaron asiento junto a uno de los ventanales que daba hacia el puerto, y se entretuvieron mirando la carta. Después de hacer sus pedidos, Saiana supo que había llegado la hora.

—Chicas, tengo algo que contarles —anunció nerviosa retorciendo sus manos por debajo del mantel.

—Habla —propusieron las otras dos a la par.

—¿Se acuerdan que para Navidad, por la mañana, salí a hacer compras? —preguntó inquieta. Ellas asintieron con la cabeza mirándola atentamente —, al salir de un local choqué contra un hombre. Él me sostuvo durante unos segundos hasta que me estabilicé y yo creí que iba a desmayarme, creo que jamás me había sentido tan desconcertada en mi vida. Prácticamente hui cuando me di cuenta de cómo estaba reaccionando. Esa misma noche después de la cena, cuando ustedes estaban más borrachas que Homero Simpson en una fábrica de Duff, volvimos a coincidir en uno de los balcones del hotel. Hablamos durante toda la noche y después de eso, hasta ayer, nos vimos todas las tardes mientras ustedes se iban de excursión en excursión. Cada salida que hice en estos días fue en su compañía y la verdad, si les soy sincera, me hace muy feliz pasar mi tiempo con él. Estoy pensando muy seriamente en quedarme en esta ciudad y comprobar hasta dónde puede llegar esto —relató con alivio. Haberse sacado ese peso de encima era una alegría.

Ainara y Morena se quedaron en silencio procesando lo que su amiga les había contado. Después de ese pequeño discurso sabían que debían hablar, contarle cómo había conocido al canalla de su exmarido y que, en ese momento, sin decirle nada a nadie, se había casado con él después de dos meses de noviazgo. El miserable tenía un fin con ese matrimonio: usarla para estafar a una de las empresas más importantes de Buenos Aires y lo consiguió, logrando con eso que ella prácticamente quedara en la calle. Ese había sido el último año de su vida, aquel del cual no recordaba nada. No podían permitir que volviera a cometer una locura de ese calibre, ya que la anterior tuvo consecuencias deplorables.

—Saiana ¿el accidente afectó la parte cuerda de tu cerebro? —consultó enojada Morena.

—More, no preguntes estupideces —refutó Ainara —, Sai, es necesario que antes de tomar una decisión, sepas qué pasó durante el último año de tu vida —acotó ella con firmeza bajo la alerta mirada de las otras.

—No, Aina, no quiero saber qué me sucedió. Llegué a la conclusión de que si mi mente me oculta eso, es por algún motivo. Tiene que ser algo muy malo, por eso no lo recuerdo, y en este momento de mi vida me siento feliz, quiero reír, saltar y saberlo me hará mal, derrumbará lo que construí estas semanas. No sé si algún día me sentí tan plena como ahora y no quiero saberlo. Por favor, dejemos ese tema acá, lo que pasó ya fue —expuso con tristeza y sinceridad.




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