Dicotómico

VI. Polos

Los moldes para actuar y ajustarse a las políticas de los demás eran paradójicos, y si se acopiaban poseerían los mismos prejuicios y perjuicios; ellos ya tenían los propios.

—Tu positivismo chorrea, y eso, eso es muy despreciable.

—¿Convidarme para portarte apático? Eres un cretino. —Su expresión facial lo dirimía. El azul era tan lóbrego como gélido.

¿Lo odiaba?                                                     

¿Lo odio?

—Disfruto ser un «cretino» —mortificó. El cabello desteñido de Michael estaba taladrando el occipital de la rubia natural.

—Especulé que habría algo rescatable en ti. —Alexia escapó una risita en decepción―­. Culpa mía.

—Presunciones de que podrías transformarme; distinto —satirizó. No obstante, era una capa de tantas, y ella lo disidía.

—No «transformarte», solo entrever ese lado tuyo..., el lado ¿empático?

—¿Por eso me sigues? —Abombó una de sus espesas cejas.

—Eres tú quien me acosa. ¡Qué diablos contigo! ¿Por qué me detestas? —Reconocía que le dolía, y mucho, que él fuera premeditadamente áspero con ella.

—No te trato exclusivamente a ti de ese modo, en general, esto soy yo, ¿entiendes? Tampoco te ponderes «trascendental» —emitió sin clemencia.

—Tú y tu mierda de carácter pueden irse al carajo, ¿entiendes? —La bebida reposó intacta—. Gracias. —De pie le dirigió un vistazo cínico, depositó dinero sobre el mostrador sin atañerle que él pedido ya había sido facturado, y se fue.

Alexia no era masoquista, pero por qué se permitía estropear mentalmente con alguien que ni siquiera era su amigo, que ni siquiera ostentaba sentimientos.

—¿Por qué lloras, Ale? —Dereck la localizó postrada en el centro de la cancha.

—El clima inconsistente y mi alergia. —Sonrió enjuagando sus lágrimas.

—Ay, nena. ¿Qué pasó con los niños de África, con los orfanatos del país, con la inflación económica y los indigentes...? Eso te bajoneó, ¿no? —Aquel avellana relucía dorado con el atardecer.

—¿Por qué supones eso? —Las manos de Dereck se posaron en los carrillos rosados de Alexia, acrecentado el sonrojo.

—Eres humanista, no hay de otra. —Encorvó una semisonrisa.

—Es humanitaria —reformó negando con la cabeza.

—¡Soy un menso! —voceó y se abofeteó graciosamente—. Oh, y no evadas el tema. —Sunchó la nariz de Alexia con su índice haciendo que la encrespase.

—Ojalá fuera eso. —Suspiró causando afección en el de los rizos, para ella, más preciosos del hemisferio.

—Si supiera qué te atormenta… —Dereck continuó de cuclillas frente a Alexia.

—¿Suelo ser demasiado intensa con ciertos asuntos? —Aquellos ojos sobre los suyos suscitaron en su vientre un hormigueo.

—A veces, pero no lo malinterpretes, eres así, y tu perseverancia es sensual. —Ahora eran sus cachetes, con remarcados hoyuelos, los que se coloreaban.

—¿Sensual yo? —Mordió su labio inferior para que él no notara que le temblaba cuando estaba nerviosa.

—Del uno al diez, cien —confesó, y era fehaciente lo qué provenía.

Dereck recorrió con su pulgar la carnosidad que besaría y, sin opositores, unieron sus bocas lo más piadosos que les fue operable. Él se endulzaba con lo acaramelado que emanaba de ella; ella retozaba con esa cabellera castaña de él.

Y mientras, una mente que nunca dormía, rumiaba horripilada con la escena que acaecía remotamente. Michael no era sensible a la belleza, ¿por qué le conmovería esto? Coincidieron en un castigo y eran enemigos naturales; él era el polo negativo, ella el positivo. ¿Cliché? A él le indigestaba lo cliché. Así que decoroso, se fue trompicando.

Para él, nada se había invertido entre ellos.




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