Dicotómico

XII. Amarillo

Alexia aprobó sus materias críticas, evadió los problemas que estaban acechándola, bajó dos kilos para entallarse en esa indumentaria amarilla y recluyó el incidente con Michael; o los dos se soslayaban.

—Un poco más de maquillaje vendría elegante. —Roxy levantó sus cejas incitadora.

—Un poco más de harina para mis imperfecciones faciales y me vería como la estereotipada Peacocke: a-rrui-na-da. —Hizo lo mismo con sus cejas, ganándose un sopapo en la cabeza—. Lo siento… —hipó—. Tía.

—Sobrina.

—Maquíllame.

Alexia seguía en los retoques para ser bella y femenina; más de lo que ya era. Optó por su ondulado natural en su melena rubia que ahora tenía las puntas lilas, insistencia de Brenda, y miró conforme sus Converse blancas que conjuntaban con su vestuario corte princesa y falda campana. Novelesca y sediciosa.

—Estás hermosísima —felicitó Roxy.

Y seguramente Michael también felicitaría su apariencia, pero se acostumbró a manipular las impresiones de sus sentidos durante años y ese día no sería la excepción. Que hoy fuera la fiesta no significaba nada, o de ello se convenció.

—No me interesa.

La aberración y alienación de Michael eran secuelas de la desatención y abandono de su padre, la muerte del único niño que no lo hirió y crecer junto a una mujer que siempre aparentó estar bien mientras que calladamente odiaba a los hombres por un matrimonio fallido; Neridah no se casó y tampoco hubo otras parejas, se aisló en su oficina demostrándole que se sobrellevaba con el trabajo y a cinco metros de distancia, incluso cuando le decía que hiciera amigos: hipócrita.

Así que si debía fingir, como ella, lo haría mejor.

Michael llamó a Cole, su primo hermano con quien convivía lo necesario, aunque según él, convivían lo suficiente. Él tenía miles de amigos; Michael rebasaba su lista: Alexia, incuestionablemente; Richard, el nerd de química; y Azucena, la de los videojuegos online.

—Llegaste antes. —Cole palmeó la espalda de Michael cuando el ahora cabellos lilas atravesó el marco de la puerta. ¿Casualidad? Tal vez.

—¿Ocupado? —sondeó mientras era guiado al patio ulterior donde había otros; tres universitarios fiesteros y con atuendos como celebridades de la revista Seventeen.

—No.

—¿No interrumpo? —vaciló. Hacía un mes, lo pescó sudando y arrimado a una morocha en el sofá de los Mayer.

—Esta vez no —negó socarrón—. Damasél es Michael; ellos son Brendon, Joey y Nicole.

Michael se concentró en ella: otra morocha.

Qué promiscuo y fetichista.

—¿Tocas algún instrumento? —inquirió Brendon soltando la guitarra para dirigirse a Michael, quien ya pensaba que fue mala idea ir. Era como el mal tercio…, en ambos bandos.

—No.

—Solo eres fachada —sumó Joey apagando su cigarrillo en el cenicero—. Un lipring y eres punk.

—Ajá —reconoció sorbiendo la espuma de la cerveza que le ofreció Cole.

—¿Novias? —cuestionó Nicole posicionándose sobre el regazo de su primo.

—Las chicas aman a los atletas ignorantes o a los músicos mediocres —radicalizó.

Epa, yo soy atlético y no es que sea ignorante —refutó Cole rascando su cabellera azabache.

—Ser jugador de fútbol y un as en el karaoke son tu plus —complementó Brendon con inapetencia.

—Touché —se rindió con artificial modestia y besó triunfal a Nicole.

Ya en la fiesta de cierre escolar, Alexia era como la Miss Anticuada. Su outfit parecía de feria renacentista y el del resto era «adecuado»: brillantes y lentejuelas. Inclusive se arrepintió de no usar tacones, pero qué haría con ellos si era la sargenta aguafiestas.

—¿Y Dereck? —Palpó el hombro de la pelirroja que resaltaba en un ceñido vestido azul eléctrico corto, tan corto que si se agachara unos centímetros se vislumbraría su alma.

—No querrás verlo —divagó encogiéndose aferrada a David, su internacional acompañante.

—¡¿Qué es eso, Brad?! —Alexia le quitó una botella de dudosa procedencia al que sería su cita—. ¡¿Es ron?! —exclamó distanciándolo rápidamente de sus fosas nasales.

—Diviértete, principessa. La ogro no está y no diremos que dejaste que nos embriaguemos —propuso atrayéndola a él y recibiendo un codazo en las costillas.

—Un trago no hace daño —concedió Brenda y Alexia, tan ingenua, probó.

En el salón sonaba una canción deprimente, y como corolario, Alexia autorizó poner whisky en el ponche, de hecho, fue ella quien vació las tres botellas de Jack Daniel's.

—¿Alexia?

—Ah, t-tú —farfulló y Dereck la miró con absoluta desaprobación.

—Suelta eso —demandó arrebatándole el vaso rojo—. Estás borracha.

—Iros con vuestra compañerota la Carlota —reconvino a Dereck, el cual lucía embrollado—. Embutidla de vuestro prodigioso semen. —Lastimosamente no le contaron, lo encontró en eso en el baño.




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