Dicotómico

XVIII. Nombres

El adiós era soluble en la nada. O la nada era soluble en todo.

—¿Planeas abandonar Adelaide?

—Un tiempo, tampoco serán siglos.

­—Te necesitaré conmigo.

—No somos accesorios; somos el atuendo completo; emancipados para estar por causalidad, no por contrato.

—¿Esperarás por mí?

—Siempre.

Y en el núcleo de tanta poesía, el espacio condicionaba ese siempre, influyendo sobre la incertidumbre del futuro, sobre la verdad de que los adolescentes sufrían doble debido a que el desequilibrio hormonal y el ímpetu no concertaban todavía en su tiempo. Empero, en cualquier etapa, continua o fragmentada, sufrimiento era sufrimiento.

—Alexia proviene del griego: «Aquella que protege».

—Te protegeré a ti. —Aferró sus brazos al torso de Michael, ambicionando fusionarse a él.

—Generosa, apasionada por lo inexplorado aunque observadora; ama lo digno, lo que engrandece, todo lo bello; incluso pone a los demás por encima de sí.

—Tú eres bello. —El azul de ella absorbía el verde de él.

—¿Cómo le haces? Eres en demasía para alguien como yo. Soy insignificante.

—Michael es un nombre para hombres nobles y de gran corazón. —Con su dedo ascendió mansamente desde el pecho de él hasta su barbilla—. Directos, intuitivos y perseverantes. Apuesto a que te formaste de polvo interestelar del sol de un sistema planetario más antiguo que el nuestro; es por eso que tu existencia se siente obscura, extrañas brillar.

—¿Piensas que eso... ayude? —Desvió sin querer profundizar en sus virtudes polarizadas.

—¡Eres Michael Claflin! —entusiasmó como para situar de cabezas a un ejército entero.

—Si no funciona, te alejarás de mí. No aguardes, sería muy egoísta de mi parte.

—Con noventa años te hostigaré como un grano en el culo.

—Gracias por ser tú.

—¿Por ser yo?

—Si te hubieras llamado Ramona, no me hubiera enamorado de ti —moduló con una sonrisa engreída.

—Así me hubiera llamado Limón, te hubiera obligado a amarme —alegó con un tantito de ego.

—Tú no me obligaste.

—Porque soy irresistible —espetó fatua.

—No eres irresistible.

—Vete a la mier…

Los besos fueron una expresión de amor y traición en la biblia; y se saboreaban igual.

El tiempo lo demostraría.

Casi dos años, dos efímeros años.

Alexia finiquitó el bachillerato y se avecinaba su colosal reto académico, el título universitario. Michael lo hizo con ella, al reprobar por inasistencias.

Sin embargo, la novela difería cada que prosperaba.

En las consultas con Thomas no había avances preponderantes, puesto que no eran con la frecuencia que el terapeuta requería que fuesen. Los episodios maníacos de Michael ya incluían síntomas de exceso de energía hasta una falta repentina, recientemente se manifestó la pérdida de noción de la realidad. La rutina estaba tornándose retorcida, Michael empeoraba, y fue el quiebre de esta su intento de suicidio. Saltó desde su balcón, de espaldas; milagrosamente sin fracturas.

—No sabemos cuándo será una despedida. —Alexia besó la coronilla de Michael, como lo hizo Samuel Claflin.

—¿Perdí? —sonsacó en la camilla del hospital. Alexia lo acogió con su calidez, él se sujetó a lo que integraba la armonía en su caos.

—Si vives constantemente con el miedo de perder, no habrás ganado nunca nada.

Michael Gary Claflin, 19, inició terapia el 2 de enero del 2015; con dos posibilidades: sobrevivir o morir a la dicotomía.

Alexia Jaqueline Peacocke, 17, inició la universidad el 10 de febrero del 2015. A unos meses de cumplir la mayoría de edad, se le presentaron dos posibilidades: viajar al continente africano en un programa de voluntariado o vencer el primer semestre de su carrera en Ciencias Políticas.

Tomaron las primeras opciones.

Las sesiones y medicamentos estaban actuando mientras Michael avivaba la corazonada de que volverían, no hoy ni mañana, solo estaba confiado. Alexia sonreía con cada niño que se colgaba a sus faldas de algodón, evocando esos huesos que necesitaba y la mantenían cuerda.

El amor no se desvanecía, ¿cierto? Lo confinaban en el olvido o lo recordaban durante el crepúsculo. Era la misma esfera turquesa la que los forraba en su promesa de citarse en un restaurante francés o en un puesto de salchichas, porque: «Coincidiremos donde sea, coincidiremos en nuestras probabilidades».

Michael escribía en su agenda, donde guardaba las fotos que Alexia le enviaba a kilómetros. Alexia reía con los emails de su familia con noticias de Australia.

Ambos añoraban un colofón que se marcaba en el calendario.




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