Dicotómico

XIX. Renovación

Los recuentos eran anécdotas y recordatorios exclusivos, autodenominándose experiencia.

Alexia hizo lo que pudo y lo que quiso; como lo hizo su mentor, Andrew Peacocke. Nadó en un río con cocodrilos, fue de safari, practicó parachuting, bailó al son de unos tambores y enseñó inglés. Era, plenamente, lo que muchos presagiaron de ella; alguien que se aventuró y obtuvo lo que para algunos era una fantasía.

Michael se resistía a su némesis, disidiendo que ambos eran mártires de la sociedad y ninguno era un sociópata. Las medicinas apaciguaban esos repentinos ataques, mas luego se resignaba frente a un peldaño pertinaz. Se extravió tantas veces antes del progreso, pero el pensamiento dicotómico no se acababa, se gobernaba en la trayectoria más conveniente o… al latente fracaso.

¿Cuánto había pasado? Menos de lo que creían y más de lo que esperaban; porque cambiaron. Solían perjurarse incondicionalmente, y eso no era fiable. No se luchaba contra fenómenos climáticos o sucesos inopinados; no fue de ellos.

—¿En qué fecha estamos?

—Lunes 2 de mayo del 2016 —contestó sereno Thomas que estrenaba un terno añil, más claro que el tinte de cabello de Michael.

—Una semana para su cumpleaños. —Falsificó una mueca, quizá una sonrisa.

—¿Qué piensas al respecto? —Prosiguió con sus «originales» interrogaciones.

—Mucho.

—¿Los medicamentos te hacen sentir deprimido?

—No.

—¿Y escribiste en el cuaderno? —Dejó su libreta para atender a las expresiones faciales de Michael; con su rostro exponía más que con sus explicaciones.

—De mí.

—¿Qué escribiste de ti?

—Mi autenticidad desde varias visiones, ninguna mejor que la anterior, pero todas mías; y eso libera —exteriorizó temiendo errar el tiro.

—Reducimos las sesiones a dos semanales y resultó útil en tu evaluación. ¿Listo para reivindicarte?

—¿Y si… —se interrumpió y exhaló con pesadez— lo hago otra vez?

—¿Por qué lo harías? —Intervino alígero.

—¿Hay más cartas?

—No, no las hay —denegó—. ¿Preparado para verla? —cuestionó acomodando sus lentes.

—Tal vez.

Mr. Rogers abandonó su oficina para darle espacio a la madre de Michael. Llevaban un trimestre sin verse, mas fue en favor de la salud de él.

—¡Cariño! —Ella se sujetó a los hombros del que era su calco fisionómico, y Michael hacía bastante no sentía un cuerpo tan reconstituyente cerca del suyo—. ¿Irás a casa pronto? —Las lágrimas empaparon la polera de quien creció lo suficiente para rebasarle por una cabeza.

—Eso parece.

—¿Cómo estás? —indagó una vez se sentaron para conversar por unos minutos.

—Bien —engañó como regularmente lo hacían los demás, acoplándose a las conjeturas generales.

—Cole está muy animado con tu regreso —comentó distraída.

—¿Él cómo está? —Entrelazó sus manos con las de su mamá; la amaba, aunque jamás lo declaraba—. ¿Tú?

—Contento, sale con Katheleen, dice que estudian en la misma facultad —divagó algo insegura de la reacción de su hijo—. Las mamás siempre estamos bien.

—¿Y Roxy?

—Vive en Sídney; Jaqueline se trasladó con Alexander a Nueva Zelanda.

—Oh.

—Sé que ella ha sido esencial en este proceso —recalcó—. No fue tu culpa. —Acarició las mejillas de Michael y él apretó los párpados a inofensivo tacto y clemente testimonio.

Michael discurría que esto de la renovación no sería absoluto. Él no decodificaría y transmutaría lo que no admitía. Le apetecía un milagro para cicatrizar la llaga, para borrar la magulladura que le causó, que se causaron. Sin embargo, Alexia fue sin principio ni fin lo más impecable que deambuló en su oscuridad; fue desperezarse, fue su voluntad.

La forma del amor es un festejo pintado de colores en el espíritu, es éxtasis y psicosis en la magia química.

Alexia se metió bajo el caparazón orondo de depresión de Michael. Ella se propagó en él, como un Big Bang humano.

—Apenas es tu comienzo, Michael. —Estrecharon las manos con Thomas—. Buena suerte.

El ahora le deploraba a ser un inadaptado. Era elemental que la Tierra siguiera rotando. La gente sobrevenía en cuantía, con huellas delebles y reminiscencias inmarcesibles. Como él que reproducía viejos álbumes de música, contaba cartas, dibujaba paisajes, o remiraba fotografías invocando a aquellos… ¿Y hacía cuánto no visitaba a Lucas? De él era un porcentaje nominado niñez.

Entonces las sonrisas reincidieron.

Como las horas de Nintendo, como esconder las ollas de Raquel para que no cocinara sopa, como los castigos discriminatorios, como contestar de mala gana a la directora, como corear tu canción predilecta con tus camaradas, como hacer el amor…




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