Dicotómico

XX. Aprendizajes

Los inviernos en Adelaide calaban con temperaturas por debajo de los 17° C. Julio era el mes más impávido al frío, por consiguiente, el menos pesaroso para amilanarse.

—Viniste a un buen lugar, tampoco me gusta estar solo —argumentó Mr. Rogers guiándolo a su lujosa sala—. ¿Puedo ofrecerte alguna bebida? —Posó los libros que cargaba desde el hall sobre la mesa de centro.

—No —declinó apreciando el panorama. Una habitación magna con olor a muebles vetustos; Thomas era amante de la lectura, y también del decorado clásico.

—¿Algún acontecimiento en particular? —cuestionó parco.

—No. —Fijó la mirada en la pintura de quién sabría qué artista.

—¿Qué pasó? —Realizó un ademán para que Michael iniciara.

—Esto me duele como la mierda. —Las paredes de sus vísceras se constreñían con una sensación de intranquilidad—. Ella vive aquí —señaló su corazón—, o aquí —apuntó su cráneo—. El azul de sus ojos está grabado en una caja de memorias en mi subconsciente y su voz resuena descaradamente en mis oídos. —Se atropelló con su disertación.

—¿Podrías explanarte?

—Alexia no era la más atractiva, pero ponía patas arriba a quien sea. Era carismática, espontánea, aunque de lengua ligera... Se metía en líos ajenos y hacía carcajear hasta al más quejoso.

—¿Por qué relatas en pasado? —sondeó Thomas expectante.

—Nunca será.

—Fue, y deberás seguir buscando para sentirlo otra vez.

—Yo únicamente quiero amarla a ella, a nadie más.

—El ser humano está programado para amar varias veces.

—Ella era para mí y yo no para ella —se sinceró—. Éramos dos personas equivocadas.

—Te eligió, tendrías que estar satisfecho de haberle dado los instantes más controversiales de su inexperiencia en mocedad —manifestó ironizando—. ¿Por qué no has logrado perdonarte?

—¿Usted perdió a quien amó?

—Tantas veces.

—¿Y volvió a amar?

—A muchas.

—¿Y si no vuelvo a amar? ¿Y si su fantasma me sigue adonde vaya?

—Ella no es un fantasma.

¿O sí? Michael la distinguía como uno cada que franqueaba por la secundaria donde estudiaron, cada que los sitios que alguna vez frecuentaron se atravesaban por su campo visual. Era como tener una cita con un muerto; ella estaba en todo, y ya era nada; era su dicotomía.

—¿Te aterra olvidarla?

—Tanto como su fobia a las mariposas, como su inseguridad de ser un premio consuelo…, como su valentía —acordonó concentrándose en el candelabro que colgaba del techo. Alexia hubiera narrado odas con él; si estuviera allí.

—Te enseñó mucho.

—Me debilitó.

Michael fluyó junto con su yo íntimo. Charló durante horas del tópico que era su disyuntiva. Aquello fue hasta que la visita informal se dio por hecha.

—¿Por qué no conversábamos lo de papá? ¿Por qué no te casaste? —cejó mientras cenaban carbonara, misma que estaba un poquitín salada—. ¿Fue por mí?

—Samuel solo se «mudó»; una amante, otros hijos; quizá algún día te presentes con ellos; quizá lo amo todavía, no estoy segura de eso, mas sí de que no regresaría con él. Estoy trabajando en mí, en nosotros, Michael.

—Si hubiera alguien, ¿me lo dirías?

—Serías el primero.

Michael no se reajustaba a la Adelaide remozada, tampoco a sus exconocidos, a sus… amigos.

—¿Hace cuánto?

—Unos seis meses ya. Kath fue mi tipo desde que Alexia me introdujo como «el primo pervertido de Claflin» —reveló Cole sin tacto al mencionarla, Katheleen le pellizcó—. Eras un palo difícil de roer, ¿no? —La miró por auxilio, la morena tosió.

—¿Y… qué estás haciendo? —Sorbió de su frapuchino. Michael sonrió luctuosamente.

¿Cómo superabas a alguien inmortalizado en los demás?

—Conseguí empleo como columnista en un periódico online y me registré en unas clases de artes visuales. Neridah no me mantendrá por siempre.

—Brindemos por eso —sugirió Cole.

—Por la eventualidad y el ayer —imitó Michael aprendiendo de esa corriente mestiza entre quienes estaban y quien no.

Por Alexia.

 




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