Jamás creí extrañar algo que nunca tuve,
ni tenerle celos a los secretos que nunca supe,
así como tampoco creí anhelar un espacio
dentro del corazón en el que nunca cupe.
La codicia no era mi amiga, ni la avaricia mi conocida.
No hasta que usted llegó a mi vida
con esos ojos tristes a los cuales yo quería siempre admirar.
Con esos labios agrietados que más de alguna vez
he fantaseado con besar...
Yo no anhelaba lo que no era mío,
hasta que vi sus brazos y supe que, aunque éramos desconocidos,
era ahí donde yo pertenecía.
Yo no era celosa de la vida hasta que vi
que a mi alma le faltaba un poco de ti,
que a tus risas les faltaba un poco de mí
y que a tu corazón le faltaba una pieza
que yo jamás iba a conseguir obsequiarle.
En mi vida nunca creí enamorarme como lo hice,
ni llorarle en las noches temiendo ser insuficiente
como lo hice cuando te conocí.
Jamás nunca yo creí amar a alguien tanto
como le amo a usted, y mucho menos creí odiarle tanto
como lo odié cuando me prometió que jamás iba a dejarme,
que iba a estar siempre conmigo,
para al día siguiente abandonarme de una forma
en la que yo jamás podré volver a buscarle,
porque, aunque no le temo a la muerte
yo aún quiero vivir mi vida, pero no la vida en la que no le tengo.