Tiré aquella revista al instante, no tengo nada más que ver. Todo está tan claro para mí con solo ver esa horrible imagen. Tantos momentos cegándome a la posibilidad de algo, cuando la respuesta estuvo por bastante tiempo. Celeste de una manera cruel, me hizo ver la salida de un lugar que ya se está haciendo añicos. Me quedé en observando la pared fijamente y respiré hondo al sentir como mis ojos se humedecían. Mis lágrimas bajaron en silencio, sintiendo ese pesado engaño cargado en mi espalda. Tantos buenos momentos junto a él y lo destruye como el paso de un huracán.
Barrí las lágrimas con mis manos y tristemente me levanté de mi asiento para ir al baño. Pasé por la recepción con la cabeza gacha. No necesitan saber mi vulnerable estado. Al llegar, me miré en el espejo junto al lavamanos, ¿Quién era ella? Me pregunté. Ni siquiera en mis peores momentos, terminé tan mal. Nunca me vi tan devastada. La tristeza me consumió por completo; las ojeras debajo de mi parpados y una tez pálida lo daban a entender. Quise desaparecer en ese momento. Desde que ella apareció intuí que podía suceder esto, pero nunca pensé la gravedad. Fijé mi vista perdedora en el espejo y Anabeth con una sonrisa consoladora apareció detrás de mí, comprendió todo mi dolor. Era evidente que no me encontraba bien. La única persona que me importaba que se dieran cuenta, ni siquiera se había dado el tiempo de verme a la cara y preguntar qué me pasaba. Solo se limitó a marcharse, dejando las palabras en mi boca. Aquello bastó para darme cuenta de que yo no era la causante de ese brillo en sus ojos, era más bien la sombra que trataba de ocultar.
Ella como el gran apoyo que necesitaba, se acercó a mí apoyando una mano en mi hombro. No tardé en reaccionar y me abalancé sobre sus brazos a sollozar. Ella me rodeó con ellos y me contuvo por unos minutos hasta poder cobrar mi postura.
—No puedo seguir más acá, me duele estar acá —Susurré sobre su hombro.
Cerré los ojos al exhalar el aire comprimido de mi pecho.
—Vamos. No sé qué te ocurre, pero yo te ayudaré a salir de esto. Confía en mi —Anabeth me trasmitía confianza la cual se había debilitado tanto.
—Solo debo tratar de calmarme —Tomé aire—. Luego haré algo que tuve que hacer hace semanas atrás.
Limpié todo el maquillaje sobre mi semblante. Noté a kilómetros esa cara triste y desaliñada que tengo, pero era mi verdadera yo, la cual debo aceptar. Por mucho que no quisiera, esta era yo y no una máscara escondida por el maquillaje. Salí del baño con la frente en alto al momento de repetir esas palabras en mi mente "Jamás me harían sentir inferior".
Llegué hasta mi escritorio. La secretaria del otro costado estaba estupefacta, era lo obvio después de ver el fantasma que soy. La ignoré sentándome en la silla y busqué en los cajones, lo que necesitaba. Lo saqué, recordando los días en que lo había hecho. Pero antes de llevarlo, guardé todas mis cosas en una caja de cartón. Al terminar, apreté la carpeta en mis manos frente a la puerta del despacho y la abrí decisiva. Celeste, estaba sentada sobre su escritorio que pegó un pequeño grito sorprendida cuando ingresé sin pedir permiso. Después todo se volvió en un momento tenso.
—¿Tienes que pedir permiso para entrar? —Me regaña con una voz prepotente.
—Solo vengo a entregarte esto —Tiré mi carta de renuncia sobre su mesa—. Eres una mujer despreciable. Espero que a las personas que les hiciste daño, te hagan pagar de alguna u otra forma todo el daño que has provocado.
—¡Vete! Antes de que te despida. Ahora, ¡Lárgate! —Su tonó fue en aumento, comenzó a alterarse.
—Para tu información, la carpeta es mi renuncia. No quiero nada de esta empresa, sobretodo viniendo de ti —Con desprecio exclamé cada palabra con odio—. Porque en pocas palabras eres una desgraciada.
Celeste se levantó del asiento alterada.
—¡Vete! ¡O llamaré a seguridad! —Chilló—. ¡Ya no perteneces a esta empresa desde ahora!
No quise seguir con una discusión torpe, así que me retiré del despacho en cuanto escuché lo último. Y antes de irme del edificio, me despedí de la pobre chiquilla que tendría que lidiar el problema ella sola. Era mi último día, uno de los peores que he pasado en este edificio.
Con la caja en mis manos salí del edificio, sin antes despedirme de Anabeth. Le extrañaré mucho. Volteé una vez más hacia el edificio y lo primero que llegó a mi recuerdo fue cuando apenas llegué. Su mirada y nerviosismos, las risas ¡Dios! Lo quería tanto. No entiendo como todo se derrumbó cuando ella apareció. Tal vez nunca funcionó un nosotros o tal vez yo no fui lo suficientemente sensata para darme cuenta de que no me quería.
Al llegar a casa, mi soledad continuaba en picada. Fui hasta mi dormitorio y me encerré a llorar sobre mi cama, escondí mi cabeza sobre la almohada. Cada recuerdo llegaba a mi mente como un torbellino. Ahora todo lo veía tan sublime e inclusive tan imposible. De improviso siento la cama hundirse, levanto la mirada cristalina y ahí estaba por primera vez a mi lado desde hace mucho tiempo.
—Perdóname, por favor —Victoria susurró con tristeza. Necesitaba abrazarla y que ella me dijera que "Todo pasará y volverás hacer la chica de antes". No me contuve más y me tiré a sus brazos. Era lo más cerca que tenía a una madre en este lugar—. Ya lo sé todo, como lo siento... Nunca pensé que él podía hacer eso.
No respondí por un largo tiempo, tengo un gran nudo en la garganta que no me permite hablar. Los minutos pasaron, mis sollozos disminuyeron y la soledad nos consumió. El silencio era doloroso como el tormento de los recuerdos. Me tumbé sobre la cama, mirando mi techo blanco, tratando de olvidar.
—¿Cuándo supiste lo de la revista? —Victoria por fin habló. Boté el aire acumulado en mi interior—. Si no quieres hablar, yo lo entenderé...
—Hoy me enteré sobre su infidelidad —Confesé con tono acido y luego agregué—. Desde el primer momento en que me encontré con esa chica en el edificio de la compañía, sospeché que iba pasar algo. Me di cuenta de que él aún la quiere. Esto se había destruido hace mucho, el problema es que hoy terminó por acabarlo.