Unos minutos después con el sueño pesado percibir los brazos adoloridos, traté de saltarme, pero unas cosas enredadas en mis muñecas que cortaban mi circulación, me lo impedía. El sueño se desvaneció, comencé abrir los ojos con preocupación y miré todo mi alrededor llena de miedo. Grité apenas entendí que no era mi hogar, pero era inútil. Mi boca estaba sellada con un paño. Traté de huir, pero era todo inservible. No era capaz de hacer nada. Mis brazos estaban por detrás de mi cabeza alzados y mis manos estaban atada en el soporte de la cama. Aún estaba con mi vestido de novia ¡Ethan! Mis lágrimas bajaron al recordar su nombre. Le había dejado plantado en el altar. Todo esto era el infierno, ¿cómo me enamoré de ese maniático? El mentón comenzó a temblarme. Esto no podía estar pasando.
La habitación era sombría y oscura. Tan solo existía una ventana en el lado derecho con gruesos barrotes. No sé cuánto tiempo estuve acá o cuantos días han pasado. Lo único que quiero es volver con él o solo verlo unos segundos de mi vida. Solo así estaría en paz. Pasaron tantas horas de sufrimiento, que ni siquiera las lágrimas pude contenerla, todo era un desastre total. Mi exnovio se convirtió en mi propio enemigo, fue tan desesperante y horrible desde ese recuerdo. La puerta se abrió de golpe, mi poca gota de tranquilidad se esfumó.
—Hola, nena. Llegué temprano —Su voz hacía que me llenará de odio por dentro. Le fulminé con la mirada—. No me mires de esa manera que no tendré compasión por ti. Ahora tendrás que comportarte conmigo, serás mía de por vida.
Llegó hasta mi lado, sentándose en una parte de la cama. Su asquerosa mano se escabulló por debajo de mi vestido, acariciando mi pierna. Era un maldito sucio. Me daba repugnancia de sólo saber qué tipos como él en este mundo existían. Mis lágrimas comenzaron a descender con más fuerzas. Estaba tocando partes que nadie se había atrevido hacerlo, solo mi novio. Comencé a moverme desenfrenada. Necesitaba que ese malnacido no me siguiera tocando. Sonrió de forma malévola y la sacó por fin. Grité con todas mis fuerzas, pero era inútil ese paño sobre mi boca lo impedía.
—No sigas así, Alison —Negué y en sus ojos noté ese negro, el azul se borró de golpe—. Gasta tus gritos para otras cosas que realmente a ambos nos importan, pero ahora tienes que comer.
Negué sollozando, pero al maldito no le importó. Se fue dejándome con mis penas y con la impotencia de no poder ser nada en contra de él. Volvió con esa sonrisa arrogante de siempre y una bandeja entre sus manos.
—Te traje comida —Desvié la mirada hacia la ventana. Lo único que podía ver como libertad.
La cama se hundió y aún así no quise voltear, pero sus manos con arrebatos continuos me condenaron. Mis ojos llorosos miraron la bandeja a un costado de la cama. Eran verduras con carne y jalea, de solo verla mi cuerpo deseaba vomitar. Con sus manos desabrochó el paño por detrás de mi boca, tomó la bandeja y con una cuchara comenzó a acercar la comida a mi boca.
—Se buena niña y come —Me ordenada con serenidad.
—Ni en mi lecho de muerte sería capaz de probar algo que venga de tus asquerosas manos —Lo repudié con tanta ira, como si mis apalabras solo botaran veneno—. Prefiero morir antes de que estar contigo. Así que vete a la mierda.
Con enojo le escupí sobre su cara desatando su furia. Un sonoro estruendo se escuchó por toda la habitación. Era la comida que se calló junto a toda lavavajilla quebrada.
—¡Maldita seas! Si te sigue comportando como una perra, sufrirás —Lo penetré con la mirada, ya no interesaba nada. Con fuerza me tomó de mis mejillas estrujándolas que con dolor comencé a quejarme y él por fin me soltó—. Si tú no comes, sufrirás más. No tengo paciencia, así que me ¡obedeces, mierda! ¡Leila! ¡Leila!
El maldito comenzó a llamar alguien. En par de segundos se escuchó el sonido de la puerta abriéndose. Era una mujer asustadiza. Sus ojos y los míos se encontraron.
—¡Leila! —El desgraciado se levantó de la cama, tomándola con brusquedad por el brazo. La arrastró por toda la habitación hasta dejarla botada a mi lado—. ¡Limpia eso y dale de comer! Si ella no lo hace, tu hijo será el próximo. Me iré por un tiempo y vuelvo. —Me miró con su enferma quijada sonriente—. Te veo luego, hermosa... Por el momento, no podemos estar juntos, pero te prometo que lo lograremos. Ahora, no hay que levantar sospechas, ¡Y vaya! Te han buscado por varios días y nada. Al parecer tu novio no te ama lo suficiente como yo.
Quiso depositar un beso asqueroso sobre mis labios que hice mi cabeza a un lado, pero su mano sobre mi mandíbula retuvo mi vista en él.
—Si no comes, te castigaré —Rodé los ojos escuchando sus amenazas. Luego sentí un golpe fuerte sobre mi mejilla—. Ves lo que provoca tu maldita necedad. Cuantas veces te di la oportunidad para que hicieras las cosas correctas y fuiste necia.
Ni siquiera podía tocar mi mejilla, ardía mucho. Mis lágrimas brotaron de mis ojos en silencio. Un nudo grande en mi garganta se formó de tal manera que dolía tenerle.
—¡Leila! Tenme todo limpio... recuerda tu hijo —El maldito se levantó de la cama, hasta caminar a la puerta azotándola contra el umbral.
—Leila ayúdeme, por favor —Le suplique a la mujer que recogía los pedazos rotos en el piso—. Por favor.
La mujer no respondió, seguía recogiendo todo lo desecho en el piso. Era como una esclava. Era inútil seguir suplicando por algo que jamás pasará. Desvié la mirada hacia la ventana. No sé cuánto tiempo he estado aquí durmiendo. A veces creo que la mejor cura para todo es dormir. Son los mejores momentos de paz, sin peligro de nada. Cerré mis ojos, pero repentinamente escuché sollozos. Desvíe la mirada a la mujer a espalda mías. Pude ver, producto de su sombra que se limpiaba con su antebrazo las lágrimas que caían.
—Leila, podemos salir de acá. Solo tienes que soltarme —Murmuré inquietante.