Una de mis dos únicas razones para seguir luchando y mantener mis garras a flote me hizo, era ver a Ethan. Desvié mi vista a ese cuadro en la pared y noté toda la similitud que genera él con su padre. Ambos comparten esos mismos ojos almendrados. Precisamente ese es el tono que hipnotiza. Su cabello era de igual color; castaño claro, aunque no eran rizos desordenado como los de mi novio.
El ruido sigiloso de pisadas de alguien me llenó de miedo. Subí la mirada aterrorizada, fue tan similar al día de mi boda. Ese hombre se apareció de repente y fue mi fin, no logré hacer nada, siquiera defenderme. Ese día lo cambió todo, destruyo todo sin siquiera defenderme. Por suerte, era la abuela quien trató de pasar desapercibida y trajo consigo una bandeja. Todo mi cuerpo tenso, paso a calmarse por completo. Estaba a salvo.
—Estás muy pálida aún —Negó preocupante—. Me tienes bastante preocupada, hija.
Amanda, estaba inquieta que se acercó tomando un mecho de cabello y lo colocó por detrás de mi oreja. Fue un lindo gesto que me recordó a él, mi Ethan.
—Debe ser por el hambre —Traté de aligerar su preocupación—. Ahora debo comer por mi bebé y yo. Eso debe explicarlo todo.
Le di una leve sonrisa, ya que el cansancio estaba haciendo de las suyas por tanto caminar.
—Traje sopa de pollo con unas verduras que te sacarán ese apetito —Apenas asentí, el cansancio me está matando. Intenté levantarme, pero el dolor no me lo permitía, la espalda me dolía como mil navajas estuvieran incrustada—. ¡Quédate así, hija! No intentes levantarte, es inútil. Recibiste varios golpes fuertes que de seguro te tendrán unos cinco días más en cama. Ten.
De apoco ella llevaba la cuchara con sopa a mi boca, haciendo que tragase. Mi bebé reaccionó y las ganas de seguir comiendo subieron paulatinamente. Terminé el tazón de sopa, sin siquiera ver una gota en él. Mi panza dio un gruñido y ese apetito seguía latente. Abue, lo entendió con solo oírlo y fue por más sopa.
Luego de saborear dos tazones de sopa por completo, logré descansar más tranquila. Me encuentro en un lugar, sana y salva. Fue una semana de infierno que lo hace parecer una eternidad. Acurrucada entre las sabanas, un frio azotó mi rostro. Desde ese entonces supuse que el otoño se estaba acercando con fuerza. Meses después llegaría el invierno, mi época favorita del año. Solo pienso en el día en que llegue para disfrutar las gotas de una lluvia torrencial mientras me pierdo en las letras.
Me desperté de golpe, desorientada y con el corazón galopándome como una salvaje. Duró hasta darme cuenta en donde me encontraba. Maldecí entre pensamiento al saber que ese miedo involuntario salía de mí, sin poder evitarlo. La espalda me dolía como la primera vez que me golpearon. El efecto de los antibióticos se había desvanecido y de seguro habrá muchas marcas sobre ella.
—¿Estas despierta? —Preguntó una voz conocida.
Desvié la vista a Leila, quien me miraba por el umbral de la puerta.
—Si —Murmuré bajito.
—Sigues estando muy pálida, pareces un costal de harina —Su mirada de preocupación hizo que le regalase una sonrisa.
—Estaré bien —Susurré en un tono débil—. No te preocupes, ¿cómo está tu bebé?
—Mucho mejor que antes —Sus palabras se llenaron de melancolía—. Igual de mono que su padre como siempre.
—¿Aún no llegan? —Preocupada pregunté.
—No —Hizo una pausa—. Debe ser porque Amanda vive un poco lejos. Has dormido casi dos horas y todavía no aparecen.
Desvié la mirada apenada y mis parpados comenzaron a juntarse. Mis defensas habían bajado y me sentía cansada, después de todo lo ocurrido.
—¿Qué sucede? —Abu preguntó preocupada, aunque su voz sonó tan lejana.
—Estás más pálida que antes —Leila murmuró inquieta—. ¿No crees que fue la perdida sangre?
—Debe ser eso, esperemos que lleguen luego o de lo contrario esto se volverá más complicado —Su voz era triste—. Alison lleva un bebé en su vientre, son dos personas que están en peligro de vida.
Me era incapaz de abrir los ojos. Solo escuchaba como Abue y Leila hablaban sobre mi complicado estado de salud. Estuve así por varias horas. El día se estaba acabado y de pronto un ruido muy a lo lejos, comenzó a emerger de la nada.
—¿Puedes escuchar eso? —Preguntó Leila.
—Si lo hago. Veré que es.
Con la mínima fuerza que tuve coloqué una mano sobre mi vientre y con la yema de mis dedos comencé acariciarlo lentamente. Saber que una vida habitaba dentro de mí, era algo indescriptible y mágico.
—¡Es un helicóptero! —Escuché la voz agitada de la abuela—. Y de lo lejos puedo ver los autos policiales.
—La vienen a buscarla —Leila confesó emocionada—. Por fin saldrá de acá
Las escuché atentamente con los ojos cerrados. Intenté por unos segundos abrirlos, pero era un cansancio devastador que me impedía hacerlo. Mi bebé era muy dormilón. Este largo tiempo, no había dormido lo suficiente. La angustia y el miedo, no me lo permitía. Ahora mi bebé me está cobrando las horas de sueño.
—¿Quieres algo? —Negué al escuchar a Leila.
—Solo tengo frio —Murmuré con mucho frio en mi piernas y brazos.
La palma de su mano se dejó caer en mi frente.
—Estas muy helada, Alison —La escuché muy preocupada— Espero que lleguen luego por ti. Estoy muy preocupada.
—No me pasará nada, Leila. Mi bebé y yo estaremos bien —Traté de calmarla, pero ni siquiera eso bastó.
—Iré por una manta —Ella declaró mientras dejaba la habitación.
—Gracias —Apenas articulé la palabra.
Acaricié mi vientre, pensando en lo fuerte que estaría o si ha crecido mi estómago al sentirlo por estos meses. Me ilusiona creerlo. Desearía verme en el espejo de nuestra habitación mientras Ethan me besa. La espera de él se ha vuelto eterna y la única manera de poder avanzar el tiempo, es dormir.
El sonido molestoso del helicóptero y los autos de pronto se detuvo. Por fin logré dormir más profundamente. Sentí que pasaron pocos segundos y rápidamente la voz de alguien familiar llamó mi atención.