Estados Unidos, 2021.
Ella sabía que era gorda y fea, pero ¿había necesidad de decirlo frente a su amante? Humillándola garrafalmente y marcándola. Su mirada marrón era común, tenía ojos ordinarios y nada llamativos, además que su talla de ropa era mucho más grande, que la de una mujer que era considerada bonita. Era un esperpento y tenía que luchar día a día con eso, parecía que no había ni inicio ni fin en sus cejas, tan gruesas y horribles. Además de los frenillos que usaba y se excedían de lo antiguo.
Aun así, consiguió un novio. Probablemente el único, por quien dejó de lado sus sueños y abandonó su querida Italia, pero para su desgracia, la vida no quería sonreírle ni un poco. Se consideraba, así misma como una mujer sin gracia y belleza, ni con una cirugía plástica o maquillaje ocultaría toda su fealdad.
Su mirada desolada, triste y decaída, había sido aplastada por un mar de llanto y su pobre corazón se fragmentaba recordando una y otra vez las palabras de su ex novio, a quien encontró en la cama con otra hacía horas, cuando fue al departamento que compartían para darle una sorpresa, pero la sorprendida fue ella.
Dios. ¿Habría sido una tortura para él, besarla y decirle que la amaba? Cuando quedaba claro que no era así. Había sido una idiota. Ella lo mantenía a cambio de recibir un poco de amor. Fue demasiado ilusa al creer, que un hombre tan hermoso podía quererla. ¿Quién podría? Ningún hombre que pudiera verla.
—¿Cuándo dejará de beber? Ya ha tomado suficiente. —le dijo el hombre con lástima, quien atendía la barra. Apiadándose de la fea mujer. Cuando la vio entrar parecía un saco de papas, no tenía ni cuerpo, fue por eso, que no se acercó para hablarle como habituaba hacer con sus clientes, solo se limitó a atenderla.
Alessia se sintió más fracasada al oírlo hablar, en todos sus años, desde el colegio, había aprendido a diferenciar cuando una persona le hablaba con lástima y cuando por interés. Aunque esta última situación nunca se daba. Se sentía pequeña en todo ese ambiente, diminuta e insignificante, poca cosa.
—Le daré una generosa propina. —lo sobornó y al hombre le brillaron los ojos, fue suficiente aquello para que después le trajera una botella de vino, completa. Alessia le agradeció y continuó, hundiéndose en ese hoyo, que parecía haber acabado con los trozos de su alma y la empezaba a absorber.
Probablemente estaba haciendo el ridículo, nadie escuchaba su corazón crujir y mucho menos doler, como le dolía a ella. Bebió una copa y apoyó su cabecita castaña sobre la barra, achicando sus ojos. Del otro extremo del bar, había un hombre, uno muy apuesto, de ojos azules y cabello negro, enfundado en un perfecto traje con el cabello hacia atrás, rodeado de mujeres bonitas, quienes le sonreían.
Si al menos pudiera ser como ellas, quizás los hombres la mirarían y no huirían espantados por su imagen, pensó la castaña. Se pasó una hora más en el bar hasta que el clima lluvioso parecía empeorar, tal pareciese que combinaba perfectamente con su estado de ánimo, aunque ella era las gotas que caían al suelo, deshaciéndose y demostrando cuan no indispensable eran. Pagó su cuenta y salió con el maquillaje corrido, los ojos rojos, rotos como vidrios y una sonrisa triste en los labios. Abrió su paraguas y empezó a caminar para distraerse de absolutamente todo.
Había bebido varias copas, quizás una o dos botellas de vino, pero se sentía lucida. Al menos eso creyó cuando su corazón se paralizó y todos sus sentidos dejaron de funcionar, dejándola totalmente helada, como un bloque de hielo. Sus pies se anclaron al suelo y parpadeó varias veces no creyendo lo que sus ojos enfocaban. ¿Se habría excedido al tomar?
No. Quizás sí.
En la esquina del callejón estaba el mismo hombre, que se fue una hora antes que ella del bar, sentado en el suelo y mojándose bajo la lluvia, con la mirada clavada en el suelo, viéndose devastado y soportando el peso de sus preocupaciones.
Alessia se asustó pensando lo peor, se acercó preguntándose qué habría sucedido. Hace poco estaba rodeado de mujeres hermosas y ahora estaba con la camisa abierta, empapándose su torso. Sus pies se estaban congelando, ya no tenía sus zapatos y mucho menos el reloj, que le vio. Parecía que…lo hubieran asaltado.
—¿Signore? ¿Se encuentra bien? —preguntó inocente y al instante se dio cuenta. Pero que pregunta para más estúpida, se reprendió palmeándose la frente, era obvio que no estaba bien. Temblaba y parecía perdido. —Signore. —agitó la mano libre mientras que la otra sostenía el paraguas con fuerza y los cubría a ambos de la lluvia.
El hombre al no sentir más las gotas, que creía lo limpiaban de todos sus tormentos, subió lentamente la mirada, sin espantarse por la mujer que tenía en frente. Suavizó sus gestos, especulando el motivo, por el cual quizás la muchacha se habría detenido a interrumpirlo.
—¿Disculpe?
—Enfermará si sigue así. ¿Necesita que lo ayude? —preguntó olvidando su dolor y sorpresa. Quizás el hombre había bebido demasiado y por eso la miraba a la cara, si estuviera sobrio hace rato hubiera gritado y huido horrorizado, con los ojos sangrando por ver tremendo esperpento. Nadie puede soportar ver la fealdad que es. —¿Cuál es su nombre?
—Francesco Ferrari.
—¿Tiene a quien llamar para que lo lleve a su hogar? —trató de hacerlo hablar, porque el tipo era muy cortante o simplemente no quería contestarle las preguntas. Le dio una mirada rápida, dándose cuenta que no cargaba con sus documentos ni billetera.
El desconocido no pudo contestar, había estado bajo la lluvia durante una hora y cuando quiso hablar, cayó inconsciente abriendo la boca brevemente, pero después cerró los ojos. Parecía que la fiebre ya lo había afectado y provocado que se desmayara.
Alessia se quedó inmóvil. ¿Qué iba a hacer? ¿Lo dejaba tirado y se olvidaba que lo vio? O ¿Lo ayudaba? Se halló pensativa y por último decidió lo que creyó correcto o más bien, lo que sonaba a locura. Apretó los labios nerviosa, pasó un brazo por las costillas del hombre y trató de levantarlo, mojándose.
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Editado: 14.11.2021