Sonrisa torpe, imagen frágil y seguridad tamaño de una hormiga, esa era la confianza que tenía la señorita Moretti en sí misma, hacía dos semanas que su estabilidad emocional empezaba a desmoronarse como nunca antes y a deprimirse en la soledad de su casa porque ese departamento que tenía aquí, a pesar de pertenecerle y estar a su nombre, ella lo sentía contaminado por todas las sarta de asquerosidades, que pudo haber hecho su ex con su amante, no toleraba vivir con ese recuerdo en su mente que usaba para torturarse y mucho menos poseía fuerza para ir a encararlos.
Ella terminaría más humillada si iba y ya suficiente vergüenza estaba pasando.
Aquella mañana en particular, su jefe sufría uno de esos días en donde se desquitaba con todo mundo por cualquier error, todos habían sido víctimas de sus comentarios y era inevitable que ella sobreviviera, ya que desempeñaba el puesto de secretaria del gerente de la empresa, donde trabajaba. No aspiraba a más, para ella ese era su lugar, un rincón donde nadie la notara y pasara desapercibida en las reuniones, dejándole todo el crédito a él.
—¿Te encuentras bien, Ale? —le preguntó la única amiga, que de verdad tenía interés en saber cómo estaba, quien conocía cada aspecto de la joven, pero Alessia la trataba recelosamente. No podía confiar a la ligera en cualquiera.
La muchacha castaña forzando una sonrisa asintió, callando su tristeza y simulando aquel dolor que le quemaba el pecho. No tenía permitido expresar sus sentimientos frente al resto, era como un historial de cosas patéticas, que acumulaba día tras día.
—Por supuesto. ¿Por qué no lo estaría? Trabajo con el señor Smith desde hace dos años y he aprendido a soportar su carácter. Nada es imposible. —contestó, hablando de más como lo hacía siempre que se ponía nerviosa.
Su amiga enarcó una ceja, observándola sacar las fotocopias con rapidez como si quisiera huir de su interrogatorio. El señor Smith era un hombre pedante, perjuicioso y narcisista que no perdía oportunidad para humillar a la castaña, ella no tenía por qué soportarlo, pensó la mujer, pero Alessia simplemente hacía de oídos sordos, eso la exasperaba bastante.
—¿Segura que no te dijo nada que te haya incomodado?
La señorita Moretti trató de pensar para no quedar en blanco.
—De verdad que no, Nancy. —respondió finalmente.
—Pues te creeré. —dijo no muy convencida. Alessia aprovechó que su amiga ya no continuó preguntándole y salió huyendo con las fotocopias en mano, corriendo a la oficina de su jefe, donde la esperaba él impaciente. La recibió peor que nunca.
—Al menos están más impecables que tu aspecto. —soltó un comentario de mal gusto el señor Smith, revisando los papeles porque la última vez Alessia tuvo un accidente con otra secretaria y todos los documentos terminaron mojados.
La muchacha apretó los labios luchando con el efecto de esas palabras, odiaba que todo la dañara y se hacía a la idea de que debía soportar todo aquello. Qué equivocada estaba.
—Gracias, señor. —contestó cabizbaja, manteniéndose tensa y encontrándose sus ojos con sus zapatos bajos, simples y de color negro. Se presentó a trabajar con lo que abundaba en su closet, ropa holgada y sin estilo, además de tener semi recogido el cabello.
—No fue un cumplido, Moretti. —recalcó amargadamente su jefe, haciéndola menos. Él era quien pasaba las vergüenzas por tener la secretaria más horrenda y no podía despedirla por más que quisiera.
—Lo siento. —se lamentó y de inmediato todo su rostro se cubrió de un rojo intenso, totalmente apenada e incómoda.
—No te disculpes, personas como tú abundan en este mundo. —remarcó como si fuera una cosa normal. El gerente se fijó la hora en su reloj de muñeca y se percató que la presencia de esa muchacha torpe lo asfixiaba. —Faltan veinte minutos para tu hora de salida, hoy sal antes y libéranos de tu cara, ya suficiente tiempo nos has atormentado. —exclamó tosco y haciendo un gesto con la mano para que se fuera, botándola como un bicho.
—Eso haré, señor.
La castaña no necesitó que se lo dijeran una segunda vez, se acercó a su escritorio y recogió su bolso sin reclamar o poner en su sitio al hombre, este tipo de situaciones se daban con regularidad en cualquier lugar, que Alessia ya lo había normalizado. Desde pequeña fue bastante vulnerable y fácil de manipular.
Sacó su paraguas, esto debido al clima que se manejaba en Estados Unidos estos meses, esperó un taxi reprimiendo sus emociones y cuando vio uno, levantó la mano rogando que este la viera a pesar de su estatura promedio.
Una media hora después, le pidió al taxista que la dejara un par de cuadras antes, necesitaba caminar y olvidarse por un momento lo gris que se teñía su vida. Le pagó al hombre y medio distraída empezó a caminar bajo la lluvia, afianzando su agarre en el paraguas que la protegía.
Se sentía sola y abandonada en ese país que no era suyo, ya tenía dos años residiendo, pero extrañaba su hogar, aquel donde fue marginada desde que su cuerpo comenzó a desarrollarse y su madre se decepcionó de ella, sin embargo, lo que terminó de hacerla ganar su boleto de ida fue seguir a su actual ex y ganarse de esa manera la desaprobación de su familia.
Dejó de pensar cuando sus pensamientos ingresaban a territorio sensible y faltando unos metros para llegar a su casa, vio a alguien que la hizo detenerse, era un sujeto alto y con el paraguas cubriéndole todo el rostro. Tuvo bastantes problemas con su ex que se negaba a soltarla y ahora creyó que era él nuevamente, adquiriendo otro nivel de obsesión y tuvo miedo de lo que pudiera hacerle.
—Señorita Moretti. —reconocer su voz la calmó, el hombre maniobró el paraguas y le regaló una bonita sonrisa a la muchacha que no le correspondió el gesto. Seguía sintiéndose intimidada.
—Signore Ferrari. ¿Qué lo trae por acá? —dio algunos pasos, deteniéndose cuando consideró que era una distancia prudente, ignorando el clima y la compañía.
#976 en Novela contemporánea
#4496 en Novela romántica
#1267 en Chick lit
odio amor celos italianos, comedia romántica triángulo amoroso fea, mujer gordita jefe y secretaria
Editado: 14.11.2021