Dime La Verdad

1

Scarlett

Llego al salón de clases antes que todos.

He aprendido que solo es más fácil así, entrar cuando está vacío. Sentarme en el mismo lugar de siempre, tan al fondo como puedo y no tener que esquivar las miradas. No tener que escuchar las mismas frases crueles. No tener que lidiar con los ojos que bajan justo cuando los atrapo mirándome.

Me siento en la última fila, junto a la ventana en uno de los escritorios que nadie quiere por el respaldo flojo.

Ya me acostumbré.

Veo a mi lado y dudo si colocar mi mochila ahí pues el asiento está libre y sé que va a quedarse así. Sentarse a mi lado no es una opción. No tienen que decirlo, se sabe.

En esta escuela hay reglas no escritas.

Esta es una de las más claras: no te sientes al lado de Scarlett Prado.

El salón está en silencio, afuera, los árboles están quietos y aun es tan temprano que el cielo sigue con ese tono azul claro.

A veces, cuando no quiero pensar, cuento las hojas de uno que crece justo frente a esta ventana. Siempre pierdo la cuenta.

El aire está frío este día tiene ese clima en el que no sabes si llevar suéter o no. Yo llevo uno grande, gris, con las mangas demasiado largas, perfecto para personas como yo.

Al menos tengo la suerte de vivir en un lugar donde el clima solo se siente cálido en vacaciones, cuando no tengo que estar rodeada de personas y puedo ocultarme en mi habitación.

Abro uno de los diez libros que tengo desde hace años, lo he leído antes pero no importa. A decir verdad a veces solo finjo que estoy leyendo para que no me molesten. Me da algo que hacer mientras las sillas se llenan y las voces suben de volumen. Mientras ellos me miran como si estuviera a punto de hacer algo. Como si supieran algo que yo olvidé.

Escucho el ruido de la puerta abriéndose, no levanto la vista. No me interesa quien está entrando, solo mantengo la calma y ruego a quien me olvidó en el pasado que este año, sea diferente.

Pasos arrastrados, una mochila golpeando uno de los escritorios haciendo que rechine.

Alguien se sienta.

A mi lado.

No me muevo de inmediato, me toma un segundo darme cuenta de que se rompió la regla del asiento prohibido, de estar cerca de mí.

Miro con disimulo manteniendo el libro abierto. Es un chico alto, de piel como si hubiera tomado el sol. Lleva una camiseta de mangas largas pero se las ha subido hasta los codos. Tiene el cabello revuelto, castaño oscuro y el rostro muy serio.

No me ha notado, es casi como si yo fuera un fantasma o simplemente no le importo. Toma su teléfono sin embargo no lo usa, solo le da vueltas entre sus manos.

Pasan unos minutos que se alargan y una persona entra, luego otra más. Empiezan a llegar todas esas personas que no extrañé en las últimas semanas.

Una voz interrumpe desde el frente.

—No te sientes ahí —dice una de las gemelas González, Melissa.

He escuchado eso de ellas desde hace años, es como si sintieran la obligación de advertirles a todos sobre mí.

Él levanta la mirada. — ¿Por qué?

—Porque está al lado de ella —responde la otra, Lidia.

Esa explicación es tonta pero ellas y todos me tratan como si fuera evidente, como si tuviera la piel azul y cuernos con colmillos y tentáculos. Como si fuera un virus mortal o una plaga.

Él me mira de reojo, es la primera vez que me observa directamente. No parece sorprendido, solo inclina un poco la cabeza, como si intentara entender por qué su elección de asiento es un problema.

— ¿Y?

Las gemelas se miran. —Solo digo que no deberías, eres nuevo, después lo sabrás.

—No me importa —murmura.

Y vuelve a mirar su teléfono pero no se levanta ni hace más preguntas. Este chico no intenta cambiarse. Simplemente... se queda, como si nada. Como si yo fuera irrelevante.

O como si fuera… normal.

No sé qué es peor.

La clase aún no empieza y entre más tiempo pasa, los murmureos suben, pero esta vez con una carga distinta. Se siente como cuando alguien lanza una piedra al lago y el agua se estira en ondas.

El profesor no ha llegado y no me emociona tampoco la presencia de ellos. En esta escuela, los profesores también siguen las reglas no escritas. No me hablan si no es necesario. Sé que parece una exageración pero es verdad.

Cuando todos saben que has hecho algo malo, te tratan como si ellos fueran jueces o tus verdugos.

Yo tampoco hablo en clase después de todo. Hace tiempo que dejé de intentarlo, me cansé que me ignoraran.

El chico de al lado saca un cuaderno y un lápiz, escribe algo como si solo lo hiciera para pasar el rato. Bryan.

Tal vez ese es su nombre o solo está recordando a alguien.

No sé qué hace aquí alguien nuevo aunque tampoco es raro que lleguen después de vacaciones aunque esta ciudad no es la más popular del país así que, solo están quienes no se han podido ir o quienes no tienen otra opción. Eso lo dicen todos, incluso el director.

Pasan tres minutos y finalmente el profesor entra sin mirar a nadie ni con la mejor cara, se acomoda detrás del escritorio. Dice buenos días entre dientes, todos responden menos el chico nuevo y yo.

Él anota algo en su cuaderno y lo raya en lugar de usar un borrador, él está escribiendo algo más cuando se detiene y al mover los ojos, me está viendo.

Regreso la mirada al libro.

No he leído una sola página.

La clase transcurre como siempre.

El profesor habla sobre todo lo que nos queda por hacer en el año escolar, eventos y cosas que ni a él ni a mi nos interesa. El resto del grupo finge escuchar pero puedo ver desde aquí como una chica en la tercera fila dibuja en la esquina de su libro. Dos chicos al fondo juegan con el celular bajo la mesa. Las gemelas intercambian notas y voltean en ocasiones, claramente están hablando de mí. Siempre con ese gesto de “¿Todavía no se da cuenta que nadie la quiere aquí?”




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