HACE UNOS AÑOS
Tenía barro hasta los tobillos y el pantalón rasgado de un lado, pero Reese no parecía notarlo. La linterna de mano que se la encontró en el sótano de sus abuelos golpeaba contra su pierna con cada paso mientras caminaba sin rumbo fijo por el borde del campo.
La buscaba a ella.
—Scarlett —llamó en voz baja, pero lo suficientemente alto para encontrarla—. Scarlett, sal. No te vas a querer perder esto.
No había respuesta. Solo el sonido del viento entre los árboles y el crujir suave de hojas secas. A los diez años, Reese no temía a los fantasmas. Había otras cosas que le asustaban más.
Se detuvo. El aire olía a tierra húmeda y a algo metálico, recordó que en una película dijeron que así olía una escena del crimen. Miró hacia la casa vieja del fondo.
Una cerca maltratada la rodeaba, el último tablón, torcido y astillado, se movía con cada ráfaga de viento.
Reese permaneció viendo hacia la casa abandonada por varios segundos pues sentía que debía hacerlo, era como si algo lo llamaba. Entornó los ojos y aunque aún no estaba totalmente oscuro, tampoco estaba totalmente claro.
Luego, lo vio.
No estaba del todo seguro de qué, solo que no era humano. O no del todo. La figura era alta, muy alta y muy delgada. Oscura, más oscura que las sombras de las esquinas. Parecía que llevaba un sombrero o una capucha.
Algo que pasó de una ventana a otra.
Reese se congeló y aún más cuando parecía que la figura sin rostro y sin mucha forma definida había volteado para verlo. Su corazón pegó un salto y su voz estaba atrapada en su tráquea.
Ahora necesitaba encontrar a Scarlett más que nunca, ella era la única que le creería.
Siguió caminando hasta el árbol donde solían esconderse. Ahí estaba ella, en cuclillas, con los brazos alrededor de las piernas, como si quisiera encogerse hasta volverse invisible.
—Lo vi —dijo Reese, respirando más rápido de lo normal.
Scarlett levantó la mirada. Sus ojos eran oscuros, grandes, pero no parecían sorprendidos, como si ya supiera lo que él iba a decir.
— ¿Dónde? —preguntó, sin moverse.
No necesitaba preguntar a quien había visto. Reese y Scarlett conocían del hombre sombra y ya lo habían visto en un par de ocasiones. Reese sin embargo, no lo había visto tan claro como hoy.
—En la casa, ahora sí lo vi bien. No me creían pero lo vi, ahora sí.
Ella dudó un segundo, luego se puso de pie. Reese sintió que podía respirar otra vez.
—Vamos —le dijo—. Si nos apuramos, tal vez todavía está ahí.
Cuando Scarlett le tomó la mano para seguirlo, notó algo. Una herida en el borde del pulgar. Era una cortada delgada, no muy profunda, con un poco de tierra pegada.
— ¿Te pasó algo? —preguntó, sin soltarlo.
Él bajó la vista, se encogió de hombros.
—Me caí. No es nada.
La respuesta fue rápida, automática, como si ya la hubiera dicho antes o la hubiera practicado.
Scarlett no insistió.
El terreno se volvía más difícil a medida que se acercaban. Había ramas rotas, charcos pequeños y un silencio que se siente como el de las películas, listo para ser interrumpido por un estruendo.
La linterna apenas iluminaba más de dos metros delante de ellos, era vieja y el vidrio ya estaba opaco pero era suficiente para distinguir el contorno de la cerca.
—Fue ahí —susurró Reese, señalando con la linterna—. Estaba justo detrás de esa ventana, me miró.
— ¿Qué clase de fantasma era? ¿El de la niña? ¿O la mujer? —preguntó al fin.
Reese negó. —No sé. Era... alto. No tenía rostro, solo una sombra larga, con una mano como si sostuviera algo, además no parecía mujer. No sé porque pero parecía hombre.
— ¿Cómo qué sostenía?
Él frunció el ceño. —Como un bastón... o un palo. Pero no caminaba con eso. Lo llevaba... como esas imágenes, ¿recuerdas? Donde sale una cosa con una capa y le dicen que es la muerte.
Scarlett sintió un escalofrió. — ¿Crees que sigue ahí? Tal vez deberíamos ir a ver.
Reese bajó la linterna, pero no respondió. Él, que siempre era el primero en hablar y el primero en actuar, ese día parecía más pequeño.
— ¿Te asustó? —preguntó Scarlett, con voz baja.
Él tragó saliva. —No el fantasma...
Scarlett giró lentamente la cabeza hacia él pero no dijo nada. Reese estaba mirando la cerca con atención, el viento volvió a moverse y algo crujió entre los árboles.
—A veces pienso que los fantasmas no son personas que murieron —dijo él—. Sino… no sé, como lo que sea que haga que las personas sean malas.
Ella lo miró en silencio.
—Como cuando algo feo se repite tanto que se queda pegado a un lugar. Aunque ya no esté pasando, todavía se siente ahí.
— ¿Como una cicatriz? —preguntó Scarlett, sintiendo como se le encogía el estómago.
Reese asintió, pero sin girar la cabeza.
Por un instante, no se escuchó nada más. Únicamente el viento, los insectos y ruidos que no sabían de donde provenían.
Scarlett quiso preguntar otra vez por la herida, pero se mordió la lengua. Reese no parecía asustado pero había algo en su mirada y aunque no lo decía, ella sentía que había algo que no estaba contando.
— ¿Quieres buscarlo otra vez? —preguntó.
Él dudó. —No, solo quería que tú supieras que lo vi.
Scarlett pensó en eso. En que tal vez no se trataba de ver un fantasma, sino de no verlo solo. Que alguien te creyera.
Scarlett abrió la boca pero una rama crujió y ambos voltearon, no era nada. Tal vez sí era algo pero no podían ver muy bien.
—Es mejor que volvamos —dijo Reese y se giró lentamente.
Scarlett lo siguió, aunque su mirada se quedó clavada unos segundos más en la sombras de la casa. No había nadie ahí, nadie asomándose ni observándolos.
Pero antes de avanzar más, ella giró pues esta vez sí sintió la mirada de algo. Algo que no podía encontrar con sus ojos pero que casi lo podía sentir respirando en su cuello.