BRYAN
Nunca me ha gustado comenzar de nuevo, pero ya estoy aquí.
La mayoría piensa que cambiar de escuela es una especie de reinicio, una oportunidad para ser otra versión de uno mismo. Para mí no. No vine para reinventarme, vine porque no había otra opción.
Mi tío Nico, que apenas tiene veinticinco años, consiguió trabajo aquí después de estar un año sin rumbo y luego que mis abuelos le pidieran a mi madre que me llevaran a otro lado.
Me arrastró con él porque según él, en este pueblo “puedo estar tranquilo”. No sé si lo dijo por mí o por él.
Estoy recargado contra la pared mientras todos se mueven en diferentes direcciones. Algunos me miran como si intentaran descifrar si soy quien creen que soy. Tal vez se dan cuenta por el parecido.
No ayuda que comparta los mismos ojos que él.
Ha sido así por lo menos cinco años, cuando mi rostro cambió y entré a la pubertad o los principios de ella. Mi rostro no traicionó la genética de mi familia y me dio el mismo rostro que mi hermano, el rostro que lo hizo famoso.
—Oye —dice una voz femenina a mi derecha—, hola, soy Miriam.
Volteo y encuentro a una chica de cabello largo con brillos en los parpados. — ¿Hola?
Ella se inclina hacia adelante pero sin dar algún paso. —Eres Bryan, ¿verdad?
Asiento. Ella lo sabe, por supuesto que lo hace. No estaría aquí si no.
—Lo siento es solo que, me parecías familiar y ahora que te veo de cerca te pareces mucho a Kian, ¿Sabes quién, no?
Respiro profundo. —Sí.
No vale la pena negarlo.
Ella sonríe. —Sin duda se parecen, solo te falta el bigote, bueno, antes que se lo dejara porque ahora no me gusta mucho como se ve pero igual se ve bien, ¿Sabes? —Sacude las manos.
No me gusta ser comparado con él, no me gusta que hablen de él pero desde que todo mejoró para Kian, todo empeoró para mí. No existe Bryan sin Kian, sin embargo, sí que existe Kian sin mí.
—Sí —murmuro.
Ella da un paso más cerca. —Seguro todas van a querer sentarse contigo ahora. A menos que te guste estar al fondo del salón con ella —suelta una risita—. Creo que lo hiciste, ¿no? Te sentaste ahí.
Su tono cambia en esa última palabra. No hace falta preguntar a quién se refiere.
Scarlett.
—Me siento donde sea —respondo, aunque no es del todo cierto.
Cuando llegué en la mañana todos los escritorios estaban vacíos y yo decidí sentarme justo al lado de esa chica. Ahora que lo pienso, no entiendo por qué hice eso pero no tengo razones para arrepentirme aun.
Lo que sí, es que todos la ven de una forma que solo puedes ver cuando desprecias a alguien. Yo conozco esa mirada.
Miriam ríe como si hubiera contado un chiste. Luego me toca el brazo y me dice que si me pierdo, puede mostrarme la escuela.
Me muevo a un lado, su brazo cae. —Gracias.
Miriam se encoje de hombros. —No puedo creer que alguien famoso viva en este lugar, ¿Por qué estás aquí?
Mi boca de pronto necesita agua. —Eh, oye, debería ir a hacer algo antes de la siguiente clase —miento.
Retrocedo unos pasos aun viéndola, su mirada me sigue incluso mientras se aleja con otras dos chicas. Las tres giran hacia mí un par de veces y murmuran.
No me molesta. Ya estoy acostumbrado a que la gente se haga una idea sobre mí antes de conocerme. Lo que me intriga es que hay una sola persona que no ha mostrado ninguna intención de acercarse.
Scarlett Prado.
La vi leer un libro que no parecía estar leyendo realmente. Tenía los dedos escondidos en las mangas de su suéter y nadie se acerca a ella, ni la ayudan ni la buscan.
Ella es extraña.
Ahora camino por el pasillo, buscando el número de aula siguiente. Gracias al cielo solo faltan unas horas más y ya puedo ocultarme en la habitación y el internet.
En eso, escucho un golpe seco y risas chillonas. Giro la cabeza y veo que Scarlett está en el suelo, con el cabello sobre la cara y una chica riéndose en dirección a ella al lado de dos chicos y dos chicas más.
No hay que ser un genio para saber qué acaba de pasar. Ellos se van, no hacen nada más, solo eso les ha bastado.
Me acerco sin pensarlo.
Su mochila está tirada y se le han caído algunas cosas, ella sigue en el suelo con la cabeza agachada. Veo a mí alrededor buscando algún profesor o un adulto pero no, convenientemente, no hay alguien aquí.
No sé qué hacer ahora. En mi anterior escuela sí que había un típico payaso y algunos que se creían superior pero no era algo físico. Nunca lo vi y eso que era un lugar más pequeño que este.
¿Por qué le hacen esto?
Trago saliva y me inclino, doblando las piernas. —Ven —digo.
Sube la mirada y niega. —Solo vete, por favor.
No creo que sea agresiva, creo que tiene vergüenza. Suspiro, me pongo de pie de nuevo y tomo su mochila guardando todo lo que se le ha caído, luego estiro la mano.
—No es malo que aceptes la ayuda —digo.
Ella se pasa la mano por el cabello y se levanta sin ayuda de mi mano, toma su mochila y la deja abierta. Se la coloca sobre un hombro, gira para alejarse.
Bajo la mirada, todavía hay algo más que no ha guardado. Me inclino para tomarlo y me muevo a su lado. —Ten —digo, extendiéndole una crema pequeña para manos.
No me mira al principio. Se está levantando con lentitud, como si le pesara más la vergüenza que el golpe. Cuando finalmente se gira hacia mí, sus ojos evitan los míos. No parecen tristes, pero sí alertas, como los de alguien que espera otra burla.
—Gracias —responde apenas audible.
No digo nada más. No quiero incomodarla. Solo me quedo ahí unos segundos y luego, sin saber muy bien por qué, camino junto a ella hasta el aula.
Nadie dice nada, pero puedo sentir cómo las miradas se clavan en nuestras espaldas. A mí no me importa. A ella tal vez sí. Camina con los brazos cruzados, las mangas todavía cubriéndole las manos. No intenta explicar lo que pasó.
No se queja. No dice nada.