Dime La Verdad

6

UNOS AÑOS ATRÁS

La casa estaba callada, demasiado callada para una tarde de verano. Afuera, las nubes se apretaban contra el cielo como si en cualquier momento fueran a romperse.

En el cuarto de Scarlett la luz entraba por las cortinas viejas y proyectaba formas raras sobre la alfombra. El aire olía a madera y a cosas guardadas.

Esa tarde había convencido a Reese de quedarse un rato más con ella. Sentados en el suelo sobre una manta, los dos intentaban armar una historia. Scarlett había dicho que sería sobre una niña que vivía en una casa con puertas que hablaban.

— ¿Y si la puerta se enoja? —Preguntó Reese mientras dibujaba un ojo torcido con un marcador azul—. ¿Nos puede gritar?

Scarlett se encogió de hombros.

—Sí. Grita fuerte. Pero solo si la ignoras.

— ¿Y si la saludas?

—Entonces te deja pasar.

Reese se rio. La historia parecía tonta, pero le gustaba imaginar cosas raras con ella. Scarlett hacia que todo se sintiera de esa forma.

De pronto, en algún lugar de la casa, una puerta se azotó con un golpe seco.

Los dos se quedaron quietos.

—Fue el viento —dijo Scarlett, pero no sonaba segura.

Reese se levantó un poco, apoyando las palmas en la manta.

— ¿Tienes las ventanas abiertas?

—No.

Se miraron sin decir nada. A Scarlett se le apretó el pecho. Reese también tragó saliva. Él pensaba en fantasmas, como siempre. Scarlett pensaba en algo peor. Algo con olor a cigarro y pasos pesados.

Reese se acercó a la puerta de la habitación y apoyó la oreja.

— ¿Lo escuchaste?

Scarlett asintió. Su voz no le salía. Se limpió la nariz con la manga, ella no quería llorar, no enfrente de Reese. Pero Reese ya la conocía. Se acercó otra vez, se agachó frente a ella y le sostuvo la mano.

—Estoy aquí, ¿sí?

Ella asintió de nuevo. El nudo en la garganta no desaparecia.

Entonces, otra puerta se azotó. Más fuerte. Más cerca.

Scarlett se encogió. Reese también.

—Quizá sí es el aire —dijo Reese, tratando de sonar tranquilo—. O… no sé, algo se movió.

Scarlett bajó la voz. —En esta casa hay ruidos raros.

Él la miró.

— ¿Te da miedo?

Scarlett no contestó.

Reese miro a su alrededor sabiendo que no podían ocultarse ahí, esperando que algo más sucediera. —Podemos revisar, solo mirar. Si está todo bien volvemos aquí.

Ella dudó pero si Reese estaba con ella no se sentía sola. —Está bien.

Salieron del cuarto despacio. Reese iba adelante, con los hombros tensos. Scarlett lo seguía caminando cerca, mirando hacia los rincones oscuros del pasillo.

Una puerta se movía con el viento, la del baño, estaba medio cerrada y se movía con el viento o tal vez por culpa de algo más. — ¿Ves? —dijo Reese con alivio—. Era eso, la corriente.

Scarlett se quedó mirando la puerta. Algo en su estómago seguía inquieto, como si todavía faltara algo.

Y sí. Todavía faltaba algo más, algo más fuerte y que provocaba escalofríos. Desde el segundo piso, una nueva puerta se azotó. Fuerte, como si alguien la hubiera empujado con rabia.

Ambos se quedaron paralizados. Reese levantó la vista hacia las escaleras. Scarlett también.

— ¿Tienes algo abierto? —preguntó él.

Scarlett podía sentir sus piernas más suaves. —No.

Reese frunció el ceño. —Tal vez… el aire también llegó arriba.

Scarlett no respondió. No era el aire, ella lo sabía, las puertas no se cierran con esa fuerza cuando no hay nada de viento, había que empujar fuerte para moverla.

Su corazón empezó a latir más rápido, las manos le sudaban. Miró a Reese y estaba pálido. —¿Quieres que subamos? —preguntó él, pero la voz delataba su inseguridad.

Scarlett negó con la cabeza. —No, mejor no.

Ambos dieron un paso hacia atrás, Reese volvió a tomarle la mano. En silencio, regresaron al cuarto. Se sentaron otra vez en la manta, como si nada hubiera pasado.

Pero esta vez no hablaron ni siguieron imaginando. Cuando tienes miedo la imaginación solo te lleva rincones oscuros, sin luz, con un sinfín de posibilidades de lo que encuentre ahí.

Scarlett bajó la vista, su muñeca tenía una mancha azul de marcador. —¿Crees en los fantasmas? —preguntó de pronto.

Reese pensó un poco antes de responder. —No lo sé. Pero a veces siento que hay algo.

—¿Algo cómo?

—Algo que no puedes ver, pero que se queda. Como si una parte de la gente nunca se fuera del todo.

Scarlett no dijo nada pero entendía lo que él quería decir.

Reese la miró. —¿Y tú?

Scarlett pensó en todas esas leyendas, en todas las cosas que ha visto y en todas las que nadie le creería. —Yo pienso que hay cosas que se quedan. Aunque no quieras.

Un trueno sonó a lo lejos. La lluvia comenzó a caer, primero suave, luego más fuerte. Las gotas golpeaban el techo y las ventanas. Scarlett pensó en su abuela, que aún no regresaba. Pensó en la puerta del desván. En su abuelo. En todo lo que la casa guardaba.

Reese se acomodó a su lado, con los brazos alrededor de las piernas. — ¿Te da miedo esta casa?

Scarlett se quedó quieta un momento. Después, sin mirarlo, murmuró: —A veces.

Él asintió. —Pero no cuando estás conmigo —agregó Reese en voz baja.

Scarlett lo miró y por un instante sonrió.

El viento ahora sí comenzó pero ya no se oyeron más puertas.

Solo lluvia.




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