AÑOS ATRÁS
La maleza había crecido más de lo habitual ese año.
Los árboles parecían más altos, más torcidos. Las hojas colgaban como dedos sobre sus cabezas mientras caminaban por el lote baldío junto a la casa de Scarlett. Era casi un bosque en miniatura, con ramas secas que crujían bajo sus zapatos y el olor a tierra húmeda flotando en el aire.
Reese iba un paso adelante, tanteando el camino con una ramita que había encontrado al borde de la cerca. Tenía once años, la misma edad que Scarlett, pero esa tarde parecía más pequeño, como si el viento que movía los árboles también se llevara un poco de su seguridad.
— ¿Estás segura que por aquí se puede pasar? —preguntó sin dejar de mirar al frente, su voz apenas audible por encima del crujido de las hojas.
—Sí —respondió Scarlett, aunque en realidad no lo estaba del todo.
Las advertencias eran constantes. Profesores, los padres adoptivos de Reese, la tía de Scarlett quien a pesar de ser joven, era sabia. En especial su tía solía decir que no entraran ahí. Decía que era peligroso, que uno podía cortarse con algo o encontrarse con alguna serpiente.
Pero Scarlett sabía que había otras razones que no se decían en voz alta. Cosas que flotaban en la casa como una segunda capa de polvo.
— ¿Tú también lo escuchaste? —preguntó Reese de repente, deteniéndose en seco.
Scarlett frunció el ceño.
— ¿Qué?
—Una risa. Sonó como como una risa de una niña, pequeña. Justo ahora. Del lado de allá.
Scarlett se giró hacia donde él señalaba. No vio nada. Solo ramas que se mecían.
Solo sombras. Solo el aire, tal vez.
—Habrá sido el viento —dijo, sin mucha convicción.
—El viento no se ríe —replicó Reese, más en broma que en serio, pero su rostro no mostraba rastro de humor.
Scarlett se quedó en silencio unos segundos. El viento no se ríe, pensó. Pero hay cosas que hacen ruido como si rieran, como si se burlaran. Como esas puertas que se azotan solas. Como los pasos que suenan cuando uno está solo en el pasillo.
Como los susurros que no se entienden entre las conversaciones de los adultos.
—Tal vez hay alguien —dijo Reese.
—No hay nadie —dijo Scarlett rápido con firmeza.
Él la miró y por un momento ella notó que Reese parecía querer confiar en su certeza. Como si necesitara creer que Scarlett lo tenía todo bajo control. Ella no dijo más. Tomó la ramita de su mano y empezó a caminar de nuevo.
Avanzaron unos metros más. Scarlett conocía cada parte del terreno, aunque nunca se había atrevido a explorarlo completo. Había partes donde la vegetación era tan espesa que no se podía pasar sin agacharse.
Había un árbol con la corteza marcada, como si alguien lo hubiera arañado con una navaja. Y más al fondo, la sombra de la casa abandonada que daba al terreno, la misma que su tía decía que era demasiado vieja y peligrosa para acercarse.
— ¿No te da miedo? —preguntó Reese.
— ¿A ti sí?
Él tardó en responder.
—No. Pero siento cosas raras cuando estoy aquí.
— ¿Qué tipo de cosas?
Reese se encogió de hombros.
—No sé. Como si como si alguien nos estuviera mirando.
Scarlett tragó saliva.
Ella también sentía eso. Desde antes de entrar, desde que salieron por la puerta trasera de su casa. Desde que propuso cruzar el lote en vez de quedarse dibujando en su habitación. Desde que Reese dijo que no quería estar adentro porque era momento de cazar fantasmas.
Reese y Scarlett estaban destinados a encontrarse, solo ellos podían entenderse tan bien y solo ellos podían comprender los secretos oscuros del otro sin preguntar.
En ese momento Scarlett sintió que Reese jugaba con su cabello y volteó tan solo un poco para verle pero se dio cuenta que Reese no estaba cerca, se había quedado observando una flor, alejado de ella.
Scarlett sintió un escalofrío. Ella está segura de haber sentido alguien tomando un mechón de su cabello y levantarlo solo para dejarlo caer.
— ¡Reese! —gritó ella.
Reese se levantó de un salto y caminó hacia su amiga. — ¿Qué pasa? ¿Qué tienes?
Reese tomó su mano y se sentía tan cálida en contraste con el frio que los rodeaba. El cielo empezaba a oscurecerse, aunque todavía era temprano. Unas nubes grises cubrían el sol como un telón pesado.
Scarlett negó, tratando de no asustarlo. —Nada.
—Vamos a regresar —dijo Reese sabiendo que algo le había ocurrido pero no quería insistir, él sabía que insistir no servía de nada con Scarlett.
Scarlett iba a decir que sí, que ya era hora, pero entonces lo vio.
Un movimiento. O una sombra. Algo alto, al borde de su campo de visión. Una figura que no tenía forma del todo, pero que ella reconoció en el fondo como una memoria empujando desde dentro.
No podía decir por qué, pero pensó: es él. Aunque no sabía quién. O quizás sí lo sabía y no quería ponerle nombre.
Sus ojos se abrieron más. Reese la miró sin entender. — ¿Qué pasó?
—Nada —dijo Scarlett demasiado rápido. Le tomó la mano sin pensar y lo empujó hacia atrás, como si quisiera protegerlo.
— ¿Qué viste?
Scarlett negó con la cabeza. —Nada. Vámonos ya.
Pero su voz tembló un poco. El silencio cayó como una manta. Ya no se escuchaban ni los pájaros. Ni el viento. Solo sus respiraciones.
—Alguien me tocó —dijo Reese, de repente.
Scarlett se giró bruscamente ¿A él también? — ¿Qué?
—Alguien me tocó el hombro. —Miraba hacia atrás, pero no había nada.
—Fue una rama —intentó decir Scarlett pero incluso a ella le sonó falso porque algo similar le acaba de pasar.
—No fue una rama —dijo Reese.
Scarlett trago saliva. —Corre, vámonos de aquí.
No discutieron. Corrieron entre las ramas, tropezando con raíces, empujando la maleza. Reese iba detrás y ella no soltaba su mano. No pararon hasta salir.
Cuando se detuvieron Scarlett se giró. No había nadie siguiéndolos. No había ninguna figura.