BRYAN
Lola me intercepta justo cuando salgo del salón, como si hubiera estado esperando la señal para abalanzarse.
—Bryan —dice, alargando mi nombre—. ¿Qué planes tienes este viernes?
Sé exactamente hacia dónde va esto. El brillo en sus ojos es el mismo que vi el lunes, cuando me preguntó si Kian estaría “casualmente” por la ciudad.
Me encojo de hombros. —Nada en especial —respondo.
Y eso es un error.
—Perfecto —dice sonriendo—. Haré una fiesta en mi casa, deberías venir.
Me pasa un papel doblado con la dirección escrita en tinta rosa. La letra es tan redondeada que parece salida de una impresión.
Guardo el papel por inercia, aunque ya sé que no voy a ir. Ese tipo de reuniones son exactamente el lugar donde no quiero estar: música demasiado alta, gente demasiado interesada en lo que no me importa.
Pero en vez de decirle que no, se me ocurre algo.
—Solo voy si puedo llevar a Scarlett —digo manteniendo la voz tranquila.
Lola parpadea, confundida, como si no estuviera segura de haber escuchado bien. — ¿Scarlett de nuestro salón?
—Sí.
Su sonrisa se tensa pero la mantiene. —Claro… si quieres.
Su tono es el de alguien que acaba de aceptar que su vestido favorito tiene una mancha imposible de quitar.
No digo nada más. Me limito a asentir y seguir caminando.
Encuentro a Scarlett al final del pasillo, sentada sobre el respaldo de una banca, con los pies apoyados en el asiento. Tiene un cuaderno en las manos, pero no escribe, solo pasa las páginas como si buscara algo que no está ahí.
—Tengo una propuesta —le digo.
—Eso suena peligroso —responde sin levantar la vista.
Me apoyo en la pared frente a ella. —Este viernes hay una fiesta. En casa de una tal Lola.
—No voy a fiestas.
—Podrías hacer una excepción.
Cierra el cuaderno y me mira, como si estuviera evaluando si estoy bromeando. —No voy —repite.
—Te prometo que todo estará bien.
—No es por eso. Simplemente no es mi tipo de lugar.
Podría insistir, pero sé que no va a funcionar. Scarlett no es de las que ceden solo porque alguien lo pide dos veces.
Así que cambio de táctica.
—Entonces —hago una pausa, como si la idea me hubiera surgido en ese momento—, ¿Y si en vez de ir a la fiesta hacemos algo nosotros?
Ella arquea una ceja. — ¿Qué tipo de algo?
—Podrías venir a mi casa. El viernes.
—No sé…
—Podemos pedir pizza. O lo que sea que te guste comer. —Hablo rápido, antes de que tenga tiempo de decir que no—. No habrá música fuerte, ni gente borracha, ni preguntas sobre Kian.
Scarlett baja la mirada, como si estuviera considerando la oferta. Sus piernas están dobladas y una de ellas asoma fuera del asiento. Es ahí cuando lo noto. Una línea irregular y blanquecina alrededor de su tobillo, delgada pero claramente visible contra su piel.
No digo nada de inmediato. Me quedo mirándola un segundo más de lo que debería. No parece una cicatriz de algo accidental como una caída o un rasguño. Es más precisa. Como si hubiera sido causada por algo que no debería haber estado ahí.
Scarlett se da cuenta de que estoy mirando y baja el pie con un movimiento rápido. — ¿Qué? —pregunta.
—Nada. —Desvío la vista.
Pero la imagen queda grabada en mi cabeza, más que cualquier invitación a una fiesta. El sonido del timbre avisa que definitivamente, tenemos que irnos.
Eso he aprendido, tocan una vez cuando termina la última clase y luego otra vez, diez minutos después, para sacarte de una vez por todas.
No sé en qué momento me quedo tan callado que el aire empieza a sentirse pesado.
—Deberíamos… —mi voz suena más grave de lo que pretendía— irnos antes de que empiece a llover.
Ella asiente, pero no se mueve enseguida. Solo se ajusta la manga del suéter, cubriendo un poco más las muñecas. Y aunque no dice nada, siento como si me estuviera diciendo algo.
No sé qué.
Empiezo a caminar y ella me sigue. El camino es corto, pero se siente más largo porque no hay ruido.
No sé por qué me acuerdo de mi hermana. De cómo, cuando tenía miedo, también intentaba caminar en silencio. Como si no hacer ruido pudiera evitar que algo pasara.
Aprieto la mandíbula.
No quiero ir ahí. No hoy.
— ¿Por qué estabas ahí sentada? —pregunto, aunque no sé si quiero saber la respuesta.
Scarlett me mira como si no esperara que hablara. Sus ojos se clavan en los míos apenas un segundo antes de apartarse. —Porque nadie más se sienta ahí.
Su tono no es de autocompasión. Es simple. No digo nada más. Y tal vez por eso ella tampoco lo hace. Pero el silencio que queda no es incómodo. Es raro, es casi pacifico.
Cuando llegamos a la esquina donde deberíamos separarnos, Scarlett se detiene.
—Gracias —dice, tan bajo que casi no la escucho.
No le pregunto por qué me da las gracias. No quiero romper algo que, de alguna manera, se siente frágil pero estable. Así que solo asiento y sigo mi camino.
El problema es que, incluso después de doblar la esquina y dejar de verla, todavía estoy pensando en ella y en cómo me hubiera gustado ser su amigo desde hace mucho tiempo, porque con ella las cosas son distintas.
No como en las películas románticas, esto es distinto. Pero que no sea romántico no significa que no valga la pena.