BRYAN
Llego al pasillo antes de que suene el timbre.
No hay mucha gente todavía, solo un par de estudiantes recargados contra las paredes y otros caminando con prisa. Camino hacia mi casillero con la mente medio vacía, repasando mentalmente las tareas que todavía no he hecho, cuando lo veo: una bolsita de plástico transparente, tirada justo frente a la puerta metálica.
Es pequeña, apenas del tamaño de mi pulgar y dentro tiene un polvo blanco perfectamente empaquetado.
No necesito ser un genio para saber lo que se supone que es. O, al menos, lo que quiere que parezca. No me detengo a recogerla, pero sé que alguien la ha dejado ahí a propósito. El rumor sobre Kian y aquella foto de la fiesta con drogas todavía está flotando por internet.
Esta es su forma de decirme que no soy más que una sombra suya, arrastrando su basura.
No me da tiempo de procesarlo demasiado porque escucho pasos acercándose. Es ella. Sofía, creo que se llama. La he visto varias veces en el pasillo, siempre con ese cabello perfectamente alisado y un olor dulce, como vainilla con algo más. Hoy lleva una falda plisada y un suéter que parece demasiado liviano para el frío que hace, pero supongo que su prioridad no es mantenerse caliente.
—Bryan, ¿viste eso? —Dice, inclinándose un poco hacia la bolsita en el piso, como si no pudiera dejar pasar la oportunidad de comentar—. Qué asco, de verdad. Hay gente que no tiene nada mejor que hacer.
Asiento pero no respondo. No tengo ganas de hablar de esto con alguien que apenas conozco.
—Yo sé que no es cierto lo de tu hermano —continúa, bajando la voz—. Los demás son unos idiotas por creérselo.
Su tono podría sonar sincero, pero hay algo en su mirada, un brillo extraño, como si disfrutara del drama. Como si le gustara ser la única que “defiende” al chico nuevo con apellido famoso.
No puedo evitar sentir que más que defenderme está aprovechando la oportunidad para quedar bien conmigo.
—Gracias —digo manteniendo la voz neutra.
Ella se apoya contra el casillero de al lado, doblando ligeramente una pierna para que el pie toque la pared. —De verdad, si fuera yo me volvería loca —dice con una risa—. ¿Cómo lo soportas? Todo el mundo hablando, inventando cosas. Yo no podría.
—Supongo que ya estoy acostumbrado —miento.
No lo estoy. Apenas han pasado unas semanas y ya me tiene cansado.
Ella inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome como si intentara descifrar algo. Luego da un paso más cerca. —Si quieres, puedo ayudarte a que dejen de molestarte. Conozco a mucha gente aquí…
La frase queda en el aire, incompleta, como si estuviera esperando que yo la invite a “ayudarme” más de lo necesario.
No sé si reírme o decirle que no me interesa, pero antes de que pueda decidir, veo algo que corta mi atención. Scarlett caminando hacia nosotros.
Camina recta, con el cabello cayendo sobre sus hombros, la mochila colgando de un solo lado. Mi primer impulso es saludarla, tal vez decirle algo para que se detenga. No la he visto desde la última clase y todavía tengo esa sensación extraña de que quiero seguir hablando con ella, aunque no sé por qué.
Pero Sofía nota mi mirada y se adelanta.
— ¿En serio hablas con ella? —Pregunta como si yo acabara de cometer un crimen—. No quiero meterme, pero deberías tener cuidado.
— ¿Cuidado? —repito girando hacia ella.
—Sí —Se inclina un poco hacia mí bajando la voz—. Todos saben lo que pasó. Lo del… bueno, ya sabes. No es buena idea juntarse con asesinas.
¿Asesinas?
No sé mucho sobre lo que dicen de Scarlett, pero sí sé que la forma en que la miran no es normal. Y ahora, por primera vez, empiezo a juntar piezas. El asiento vacío a su lado en todas las clases, las miradas que recibe cuando pasa, los murmullos que no se molestan en ocultar.
Sofía sigue hablando, pero su voz ya es solo un ruido de fondo.
Pienso en Scarlett sentada junto a mí, tranquila, sin intentar impresionarme. Pienso en cómo nunca me ha preguntado sobre Kian, ni siquiera una vez, cuando todos los demás no dejan de mencionarlo. Pienso en cómo camina sola, como si ya estuviera acostumbrada a que nadie la acompañe.
—No lo creo —interrumpo.
— ¿No crees qué? —pregunta confundida.
—Lo que acabas de decir.
Ella se encoge de hombros. —Bueno, yo solo te aviso. Tú verás. Aunque si quieres pasar el rato con alguien que no te meta en problemas, yo estoy libre después de clases.
Hay un coqueteo tan obvio en su voz que casi me da risa. Me mira como si esperara que le diga algo más que un “no”.
—Gracias, pero no —respondo más firme de lo que esperaba sonar.
Sus cejas se levantan, sorprendida. — ¿No?
—No y si no tienes nada bueno que decir de las personas, mejor no digas nada.
Ella se queda mirándome pero ya no me importa. Scarlett está a solo unos pasos y aunque no sé si quiere hablar conmigo, sé que prefiero caminar junto a ella que quedarme aquí oliendo a vainilla artificial y escuchando rumores.
La alcanzo ajustando mi paso al suyo. —Hola —digo.
Ella me mira de reojo. —Hola.
— ¿Escuchaste lo que dijo? —pregunto sin pensarlo demasiado.
—No. —Su tono es plano pero no frío—. Y aunque lo hubiera escuchado, no me importa.
Hay algo en su voz que me hace creerle. No es que no le duela, pero ha aprendido a no darles el gusto de una reacción. Me pregunto cuánto tiempo le tomó llegar a ese punto.
—Debería importarte —murmuro, más para mí que para ella.
Ella me mira un segundo más largo de lo normal y luego suelta un suspiro breve. —Si me importara todo lo que dicen, no podría salir de mi casa.
No sé qué responder a eso.
Parte de mí quiere seguir preguntando, entender qué pasó realmente. Otra parte sabe que, si ella quisiera contarlo, ya lo habría hecho. Así que no insisto.
Solo caminamos, dejando atrás el pasillo, las miradas y la bolsita de “cocaína” que todavía está en el piso, esperando a que alguien más la recoja y saque sus propias conclusiones.