AÑOS ATRAS
Scarlett caminaba con las manos enterradas en los bolsillos de su chaqueta, pateando las piedras sueltas del sendero.
El aire estaba fresco y olía a tierra húmeda, como si hubiera llovido en la madrugada. La luz del atardecer se filtraba entre las ramas, tiñendo todo d e un naranja apagado.
No había globos, ni pastel, ni velas. Nadie le había dicho “feliz cumpleaños” esa mañana, excepto Reese. Él la había esperado frente a su casa, con esa sonrisa de medio lado y la mochila colgada descuidadamente de un hombro. Sin decir mucho, le había propuesto que fueran al bosque.
—No es que sea un lugar de fiesta —bromeó Reese mientras caminaban—, pero al menos aquí no hay gente.
Scarlett no respondió de inmediato. Observaba cómo sus zapatillas hundían las puntas en el suelo blando, pensando que era verdad: allí nadie podía olvidarla porque no había nadie más.
—Me gusta más aquí que en mi casa —murmuró.
Reese la miró de reojo, como si quisiera decir algo, pero no lo hizo. Se limitó a seguir caminando a su lado, pateando hojas secas.
El bosque se volvía más denso a medida que avanzaban. Los árboles parecían inclinarse ligeramente hacia ellos. Un par de veces, Reese se movió para apartar ramas bajas del camino, sujetándolas para que Scarlett pudiera pasar.
Cuando la luz empezó a caer, se detuvieron junto a un tronco caído. Reese se sentó encima, con las manos en los bolsillos de su sudadera y la miró con expresión pensativa.
—Oye —dijo rompiendo el silencio—. Cierra los ojos un segundo.
— ¿Por qué?
—Confía en mí.
Scarlett lo hizo. Escuchó cómo Reese se movía, sintió un roce suave en su mejilla y abrió los ojos justo a tiempo para ver que él se apartaba un poco, sonrojado.
—Feliz cumpleaños —murmuró luego de ese beso corto pero importante.
Ella parpadeó, sin saber qué decir. Luego, casi sin pensarlo, lo abrazó. El contacto duró más de lo que habría esperado, él no la soltó de inmediato y ella tampoco quiso hacerlo.
Un crujido rompió el momento.
Ambos se separaron despacio, mirando en la misma dirección. Entre los árboles, algo se movía. No era el viento; el sonido era más pesado, más deliberado. Hojas secas aplastadas, ramas quebrándose.
— ¿Lo escuchaste? —preguntó Scarlett, bajando la voz.
Reese asintió y, sin dudar le tomó la mano —Ven.
La llevó fuera del sendero, hacia donde los arbustos crecían más juntos, como un pequeño escondite natural. Se agacharon, intentando no hacer ruido. Scarlett sentía su respiración acelerada y el latido en sus orejas.
El crujido volvió a sonar, más cerca.
—Debe ser un animal —susurró Reese, aunque no parecía convencido.
—No suena como un animal —respondió ella, apenas audible.
Se quedaron inmóviles escuchando. Algo parecía caminar, detenerse y luego caminar otra vez, siempre a la misma distancia, como si los rodeara.
Scarlett tragó saliva —Tengo miedo —admitió.
Reese la miró con algo entre preocupación y determinación. En ese instante, sus ojos bajaron a su pierna, justo donde el borde del pantalón se había subido un poco. Una marca pálida, irregular, como una cicatriz vieja, cruzaba la piel.
— ¿Qué es eso? —preguntó en voz baja.
Scarlett bajó la mirada.
—A veces en la noche, algo me lastima.
—¿Algo?
—No lo veo. No sé qué es.
Reese frunció el ceño, serio.
—Un fantasma —murmuró.
Ella no respondió. Los sonidos en el bosque empezaron a alejarse, hasta que solo quedó el silencio. Reese esperó unos segundos antes de incorporarse y extenderle la mano para ayudarla a levantarse.
—Ven, vamos a salir de aquí.
Caminaron juntos, sin soltarse. El bosque parecía más oscuro de lo que debería a esa hora, como si la noche hubiera caído de golpe.
—No tienes que tener miedo —dijo Reese de pronto—. Yo voy a cuidarte. Siempre.
Scarlett lo miró y por primera vez en todo el día, en todo su cumpleaños, sonrió.