PASADO
La tarde entera parece sumergida en un tono verdoso. El aire es espeso, cargado de humedad y cada paso que dan sobre la hierba deja una huella oscura y brillante.
Scarlett camina un poco adelante, apartando con la mano ramas bajas que se cruzan en el sendero. Reese la sigue, arrastrando sus zapatos embarrados.
La vegetación los rodea como un muro vivo. Arbustos con hojas brillantes, troncos húmedos, y lianas que se enredan en cualquier espacio libre. El olor es fuerte, una mezcla de tierra mojada y savia. Muy cerca, se escucha el zumbido constante de insectos y de vez en cuando, el crujido de ramas secas bajo sus pies.
—Hoy está más silencioso que otras veces —dice Scarlett, sin girarse.
— ¿Silencioso? —Reese levanta la vista como si esperara ver algo entre los árboles—. Yo diría que todo suena demasiado. Escucha esos grillos.
Scarlett se detiene y lo observa. La luz del atardecer cae en diagonal, filtrándose entre las hojas altas. Un rayo dorado le da de lleno en el rostro a Reese, destacando la textura irregular de su piel. Él baja la cabeza de inmediato, como si ese detalle lo delatara.
Camina un poco más despacio. Scarlett lo nota. — ¿Qué pasa? —pregunta, inclinando la cabeza.
Reese se tarda en responder. Sus dedos juguetean con la rama seca que recogió hace rato.
Al final, murmura. —Hoy… alguien me dijo que soy raro.
Scarlett frunce el ceño. — ¿Quién?
—No importa. Solo fue alguien.
Ella lo mira con insistencia.
Él evita sus ojos.
—Tú no eres raro —dice ella, con un tono firme, casi molesto.
—Claro que sí —Reese suelta una risa apagada—. Siempre lo dicen. En la escuela, en la calle… Incluso cuando no lo dicen, lo piensan.
—Pues yo no lo pienso —responde Scarlett rápido, sin dudar.
Reese alza la vista y por un instante sus ojos brillan con una mezcla de sorpresa y alivio. Sin embargo, la incomodidad no se va del todo.
—Scarlett… —Hace una pausa larga, como si las palabras pesaran más que el aire húmedo que los rodea—. ¿Cuándo fue la primera vez que viste un fantasma?
Scarlett lo observa seria. El tema no la sorprende. Entre ellos, hablar de fantasmas se ha vuelto algo natural, como hablar de tareas o del clima.
—La primera vez… —piensa en voz alta, bajando la mirada— fue cuando vine a vivir con mis abuelos.
Reese se acomoda mejor la mochila en la espalda y espera.
—Yo estaba en la cocina —continúa ella—. Escuché que el grifo del lavabo se abrió solo. Me acerqué y estaba saliendo agua. Lo cerré, pero en la noche pasó otra vez.
Reese ladea la cabeza. —Eso no es ver un fantasma. Eso es escuchar… o ver agua correr.
Scarlett aprieta los labios. —Para mí lo fue. No tenía sentido.
El chico sonríe apenas, con ternura, aunque todavía la inseguridad se le nota en la voz. —Te voy a decir algo. Yo… yo sí escuché un fantasma.
Scarlett lo mira con atención, interesada. — ¿Qué escuchaste?
—Una risa. —Reese clava la rama seca en la tierra blanda—. Era la risa de una niña.
Scarlett parpadea. — ¿Dónde?
—En mi casa. Yo estaba solo. —Su voz baja un tono, como si todavía sintiera ese momento—. Y después de la risa, escuché a un hombre toser.
El viento se mueve entre las ramas, produciendo un crujido extraño, como si algo los rodeara. Scarlett se cruza de brazos, no por frío sino por la sensación de estar siendo observada.
—Eso sí es un fantasma —dice despacio.
Él asiente, orgulloso de su propia confesión, pero luego vuelve a bajar la mirada. Scarlett lo mira fijamente reconociendo en su rostro una incomodidad que no tiene que ver con fantasmas.
Caminaron un rato más hasta llegar a un claro. La hierba ahí es alta y suave, todavía húmeda por la lluvia de la mañana. Reese se deja caer de espaldas sin pensarlo dos veces. Scarlett lo observa y tras dudar apenas unos segundos, se acuesta a su lado.
El olor de la hierba mojada los rodea. Reese toma aire profundo, como si necesitara llenarse de algo más que oxígeno.
—Scarlett… —su voz es casi un susurro—, te quiero.
Ella gira la cabeza hacia él. Reese no la mira, mantiene los ojos clavados en el cielo. Scarlett no responde de inmediato, solo lo abraza de costado, apoyando la frente en su hombro.
—Yo también te quiero —murmura.
Él traga saliva. Sus manos tiemblan ligeramente. — ¿Crees que soy feo? —pregunta al fin, casi con miedo.
Scarlett se aparta un poco para verlo mejor. Él evita sus ojos, girando apenas la cara hacia la hierba. — ¿Por qué dices eso?
—Porque todos lo piensan. Porque cuando me miran… —Se queda callado, presionando los labios.
Scarlett lo interrumpe con un tono decidido: —Eres la mejor persona del mundo.
Él se sorprende. Su respiración se corta un instante.
— ¿En serio lo crees? —pregunta, inseguro.
—Sí. —Ella lo dice con firmeza, sin dejar espacio a dudas—. La mejor.
El silencio se extiende entre ellos, cargado de un significado que ninguno se atreve a romper de inmediato. Solo se oye el canto lejano de un ave y el zumbido de los insectos.
Finalmente, Reese vuelve a hablar. — ¿Entonces no sentiste asco al verme?
Scarlett se endereza y lo mira fijo. —Nunca.
Reese pestañea, sorprendido. Su rostro, marcado por la enfermedad que nunca nombra, se ilumina con un gesto que no es exactamente sonrisa, pero se parece mucho.
Scarlett lo rodea con los brazos de nuevo, cerrando los ojos, como si en ese abrazo pudiera borrar cualquier duda que él tuviera.
El viento sopla con más fuerza, moviendo la hierba alrededor de ellos, como si todo el claro quisiera protegerlos.
Y por un momento, no existen fantasmas, ni rumores, ni burlas. Solo la certeza de que, a los trece años, se puede sentir algo tan puro que parece más fuerte que el miedo.