SCARLETT
El aire de la noche me golpea en la cara.
Bryan camina detrás de mí. No necesito mirarlo. Lo siento en el ritmo de sus pasos. —Scarlett, espera —su voz no es fuerte, pero sí suficiente para que me detenga. Tiene ese tono bajo, áspero, como cuando alguien intenta controlar más de lo que realmente puede.
Yo me detengo. Parte de mí desea seguir corriendo, alejarme, dejar todo atrás hasta que los pulmones me quemen.
Pero me giro, solo un poco.
El agua me escurre por el cabello, pegando mechones fríos contra mis mejillas. Seguro parezco un desastre. Empapada, temblorosa, con la respiración irregular.
— ¿Quieres saber quién es Reese y qué le hice? —escucho mi propia voz como si no fuera mía.
Él parpadea. Parece sorprendido. No responde de inmediato. Sus labios se mueven apenas, como si buscara palabras que no encuentra. Al final suelta un suspiro largo. —Lo que quiero saber es si estás bien.
No sé qué esperaba. Tal vez curiosidad, preguntas, pero no solo eso. Si estoy bien.
Y no sé cómo responder, porque nunca lo estoy.
—Yo… —empiezo, pero cierro la boca.
Bryan suspira y se coloca a mi lado, me mira unos segundos.
Cuando al fin me atrevo, mi voz suena baja, como si fuera prestada:
— ¿Puedes… venir conmigo?
Él no duda, asiente al instante.
Caminamos sin detenernos ni voltear hacia la casa llena de personas que me odian sin una buena razón. O quizás sí la tienen, o creen tenerla.
Fue bueno que no viniéramos en auto porque estoy empapada y no podría subirme así, bueno, algo me dice que Bryan me dejaría subirme porque es una persona amable.
Cruzamos una calle estrecha, casi desierta. Luego me detengo frente a una verja oxidada. Cuando la empujo, el metal chirría, un sonido que corta el silencio y hace eco en la noche.
Bryan me observa pero no pregunta nada.
El sendero se abre entre la vegetación. El suelo está cubierto de hojas húmedas que crujen bajo los zapatos. La humedad es tan espesa que parece pegarse a la piel.
Este lugar lo conozco como si estuviera grabado en mí. Cada árbol, cada curva, cada raíz que sobresale del suelo. Es donde solía venir con Reese. Donde las cosas, aunque no lo fueran, parecían menos imposibles.
—Aquí —susurro cuando llegamos a un espacio rodeado de árboles, en donde me puedo sentar sin importarme los insectos o nada, pues ya no puedo arruinarme más de lo que estoy.
Bryan duda apenas un instante, luego se sienta a mi lado.
La oscuridad nos envuelve pero entre las ramas, la luna se filtra en destellos plateados, dibujando líneas en el suelo. Mis manos siguen temblando. Ya no sé si es por el frío o por los recuerdos que dejé aquí.
El silencio se alarga pero en este lugar no me molesta tanto. Hasta que, al final hablo primero. — ¿Has visto un fantasma alguna vez?
Él se reclina hacia atrás, apoyando las palmas en la hierba húmeda. Su expresión es seria, parece pensarlo en serio. —No —responde al fin—. No de la forma en que lo dices. Pero hubo algo, lo más extraño que vi fue cuando era niño.
— ¿Qué fue? —le pregunto intrigada.
Bryan levanta la vista. —Había una señora que me cuidaba a veces. Tenía cáncer, muy avanzado. Todos decían que no viviría mucho. Mi mamá lo repetía una y otra vez, como si quisiera que yo lo entendiera de verdad. Y entonces, un día… mejoró. Así, de repente. Los doctores decían que era imposible, que había sido un error, que no había explicación. Pero yo lo vi. Ella estaba enferma y luego, de pronto, ya no.
Me quedo callada, absorbiendo sus palabras. No es un fantasma. No exactamente. Pero sí es algo que escapa a lo que debería ser posible.
— ¿Cómo? —pregunto.
Bryan se encoje de hombros. —No sé. Solo sé que era una persona amable, dulce y siempre oraba por las personas. No de esa forma molesta, ¿sabes? Era alguien buena, muy buena. Según ella, fue un milagro. Quizás lo fue.
Mantengo silencio. La palabra milagro a veces me causa envidia porque en mi vida, ese Ser Supremo tuvo oportunidades para demostrar su poder milagroso y no lo hizo.
Sin embargo, hay casos así. Muchos, demasiados. En realidad… Reese solía decir algo así también.
— ¿Y tú? —Me devuelve la pregunta—. ¿Has visto alguno?
Trago saliva.
—Aquí… hay una leyenda —murmuro—. Dicen que si te quedas muy tarde por las calles, desapareces. Nadie sabe cómo ni por qué. Solo desapareces.
Quizás yo sepa por qué desaparecen, pero prefiero no decirlo. Algunas cosas fueron creadas para llevárselas a la tumba.
Él ladea un poco la cabeza. — ¿Y tú lo crees?
—No lo sé. —Suelto una risa amarga, apenas audible—. No es que me falten cosas para temer.
No digo más, pero sé que entiende.
—Scarlett… —su voz suena tan baja que casi parece un pensamiento—, ¿por qué trajiste aquí?
No sé qué decir. Podría inventar mil respuestas, pero ninguna sería cierta. Al final, la única que me sale es la más vulnerable: —Porque aquí no tengo que fingir.
Él guarda silencio, pero siento cómo me mira. Esa mirada es más fuerte que cualquier palabra.
Cierro los ojos. El olor a tierra mojada, a hojas, a madera húmeda, me envuelve. Por primera vez en tanto tiempo, no siento miedo de quedarme callada junto a alguien.
Bryan se mueve. —A veces… —murmura después de un rato— siento que hay cosas que no puedo decir en voz alta. Porque si lo hago se hacen más reales.
—Sí —respondo en un susurro—. A mí también me pasa.
Me giro apenas hacia él. Lo suficiente para ver cómo la luna dibuja un brillo tenue en sus facciones.
No hablamos más. No hace falta. Nos quedamos ahí, como dos personas que están guardando secretos bajo la alfombra y saben que han preferido callar, pero que ninguno obliga al otro a hablar.
Por primera vez en mucho, no me siento del todo rota.