BRYAN
Scarlett camina junto a mí, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, cuando Julián aparece otra vez.
Ya no me sorprende, siempre surge en los momentos más extraños, como si supiera cuándo entrar en escena.
—Scarlett —dice, sin mirar mucho hacia mí—. ¿Ya decidiste si vas a la fiesta?
Ella frunce un poco el ceño.
— ¿Qué fiesta?
—La de Lola, como cada año. —Julián sonríe—. Todo el mundo va a ir.
Yo no digo nada. Scarlett baja la mirada, incómoda.
—No lo sé.
—Deberías ir. —Él se inclina un poco—. Te vendría bien.
Scarlett muerde su labio inferior y no contesta.
Yo rompo el silencio. — ¿Y qué clase de fiesta es? —pregunto.
—Disfraces, obvio —responde él—. Lola tiene la casa más grande de todas, ya sabes. Dos pisos, sótano, jardín, piscina. Siempre las fiestas de Halloween son con ella.
Scarlett se encoge de hombros. —No me gustan las fiestas.
—No te gustan porque nunca vas. —Julián se aparta, caminando hacia otro grupo de chicos que lo esperan—. Piénsalo.
Cuando se va, Scarlett deja escapar el aire como si hubiera estado conteniendo la respiración. —No voy a ir —murmura.
La miro de reojo. — ¿Segura?
—Si supieras que jamás me invitan a esas cosas —aclara la garganta—. No sé porque de pronto él actúa así.
Me encojo de hombros. —Tal vez quiere ser tu amigo.
Niega. —Bryan, ellos… no van a ser mis amigos.
Sé que Julián es de ese grupo de tontos que hace chistes sin gracia sobre otras personas pero tengo que darle crédito, ha defendido a Scarlett varias veces en los últimos días.
Eso es raro, según Scarlett.
Los días siguientes, la tensión crece como si el aire estuviera cargado de electricidad. Cada vez que mencionan la fiesta, Scarlett finge no escuchar pero Julián siempre le da nuevas invitaciones y le promete que será diferente esta vez.
Julián es de los que se roban las miradas de las chicas, quizás está intentando algo con Scarlett. No sé si a ella le gusta, tampoco sé si sea buena idea.
El jueves, mientras caminamos hacia la parada del bus, me animo. —No tienes que ir si no quieres.
—Ya lo sé.
—Pero tampoco tienes que decidir por lo que los demás esperan de ti.
Ella me mira de lado, con esos ojos oscuros. —No entiendes.
—Explícame.
Scarlett abre la boca, pero al final niega con la cabeza. —Es complicado.
El viernes, justo después de clases, me entero de que sí aceptó.
Julián lo comenta en voz alta, como si fuera un logro personal. Scarlett lo ignora, pero no lo desmiente.
Cuando la acompaño a su casa esa tarde, camino a su lado en silencio un buen rato.
Al final, digo lo que llevo pensando todo el día. —No sé por qué, pero no me gusta la idea.
— ¿De qué? —me mira de reojo.
Muevo las manos en el aire. —De que vayas. No entiendo por qué ahora sí aceptaste, me decías que no y…
Ella suelta una risa enojada. — ¿Y a ti qué te importa?
No lo dice con maldad, en realidad, suena cansada y triste. —No lo sé —respondo.
Y es verdad.
Ella no debería importarme.
La noche de la fiesta, el aire es más frío que de costumbre.
Desde la esquina, ya se ve la casa de Lola iluminada con luces naranjas y moradas. Se escuchan risas, música demasiado alta y el ruido de gente entrando y saliendo.
No iba a venir. Esa es la verdad. Pero algo en mí no me dejó quedarme quieto en casa. Quizá la imagen de Scarlett entrando sola, quizá la mirada de Julián cuando la invitó.
Entro detrás de un grupo de chicos disfrazados de esqueletos. La sala está llena de gente con máscaras, capas, maquillaje oscuro y sangre falsa.
Camino entre la multitud buscándola. No sé qué espero: un disfraz llamativo, quizá. Pero Scarlett está contra la pared, sin nada encima salvo una falda larga negra y una blusa sencilla.
Me acerco. —No parece que te diviertas.
—No lo hago. —Se cruza de brazos.
— ¿Por qué viniste? —me inclino para que pueda escucharme por la música.
Se encoje de hombros. —Yo… quiero ser normal.
Quiero responder algo, pero una carcajada fuerte interrumpe el momento. Vuelvo la cabeza y veo a un grupo entrando al salón principal.
Al principio no entiendo el disfraz.
Llevan ropa normal, pero cada uno tiene una deformidad marcada con maquillaje. Un ojo más grande que el otro, una cicatriz pintada en la frente, una máscara torcida.
La multitud los aplaude entre risas pero Scarlett se queda quieta, con los ojos abiertos.
— ¿Qué… qué se supone que son? —preguntó en voz baja.
Ella no responde. Mira fija hacia ellos, como si estuviera viendo un fantasma.
Alguien a un lado de mí grita: — ¡Es Reese! ¡Son todos Reese!
Las risas aumentan. Yo parpadeo, confundido.
—¿Reese? —repito, girándome hacia Scarlett.
¿Quién es Reese?
¿Porque siempre lo relacionan con Scarlett?
¿Por qué ella luce pálida cuando lo mencionan?
Ella se da la vuelta de inmediato, empujando gente para salir.
La sigo, sin pensarlo. — ¡Scarlett! Espera.
Ella cruza la sala hasta la puerta trasera, esquivando a un par de zombis y vampiros mal maquillados. Sale al jardín, donde hay menos ruido, aunque las luces de neón pintan el césped de morado.
Cuando la alcanzo, respira agitada, con los ojos brillantes de rabia contenida.
— ¿Quién es Reese? —pregunto, porque necesito entender.
Ella me mira como si acabara de clavarle un cuchillo. —No preguntes.
—Pero… Scarlett, se disfrazaron de él. ¿Quién era? ¿Por qué siguen hablando de él? ¿Por qué te hacen eso?
Yo solo quiero entender.
Su mandíbula se tensa. —Era mi amigo.
Frunzo el ceño. — ¿Y por qué hacen eso?
—Porque son crueles. —Su voz se quiebra un poco, aunque intenta mantenerla firme—. Porque no soportan que alguien sea diferente.
Quiero decir algo, pero no tengo las palabras.